Fenix de Vered: Historias de Merss

47

El banquete seguía con risas, música y danza. Dorion conversaba animadamente con sus consejeros, y el aroma a especias y carne asada llenaba el aire. Pero Eldric no dejaba de notar cómo Merss miraba de reojo a la puerta, con el cuerpo un poco tenso.

—No te preocupes —dijo en voz baja—. Nadie va a hacerte daño aquí.

Merss asintió, pero su nerviosismo no desapareció del todo.

Cuando la fiesta estaba por terminar, Dorion se acercó y palmeó el hombro de Eldric.

—Les preparé habitaciones a ambos. Espero que descansen bien.

—Lo haremos, gracias —respondió Eldric.

Merss, sin embargo, sintió el pánico subir por su pecho. La noche anterior había sido atacada, y ahora la idea de dormir sola le hacía sentir un nudo en la garganta. Merss no sintia vergüenza ni incomodidad y quería decir algo, pero ¿cómo?, no quería molestar.

Temblo un poco mirando a Eldric mientras él hablaba con Dorion. Si no dormía con él, ¿volverían a aparecer esos espías? ¿Volvería a despertar con dagas perforando su piel?

El miedo le ganó y, sin pensar demasiado, tiró suavemente de la manga de Eldric. Él giró el rostro hacia ella con curiosidad.

—¿Qué ocurre? —preguntó en voz baja.

Merss bajó la mirada, sintiendo sus mejillas arder.

—Yo... ¿puedo quedarme contigo esta noche?

Eldric arqueó una ceja.

—¿Contigo?

Merss asintió rápidamente, apretando las manos sobre su regazo.

—No quiero estar sola.

Eldric la miró por un momento, evaluando la ansiedad en su rostro. Luego suspiró y se cruzó de brazos.

—Está bien —aceptó—. Pero si roncas, te sacaré de la habitación.

Merss asintió sin dudar.

Dorion, que había estado escuchando, rió con fuerza.

—Bueno, si comparten habitación, espero que al menos me den un heredero como agradecimiento.

Eldric rodó los ojos con fastidio.

—Cállate, viejo borracho.

Merss ladeó la cabeza, confundida.

—¿Un heredero?

Eldric golpeó su frente con la palma de la mano mientras Dorion soltaba carcajadas.

—Olvídalo, Merss. No lo entenderías.

Merss se encogió de hombros, sin darle mayor importancia. La noche aún no terminaba, pero al menos sabía que, podría dormir sin miedo.

Merss caminaba por el pasillo abierto, maravillada por el cielo nocturno, ella había olvidado como se veía el cielo después de entrar a la iglesia. Así que se sentía como si nunca lo había visto. Pero ahora… ahora podía admirarlo sin miedo, sin castigo.

Las estrellas titilaban como pequeños hilos dorados en la inmensidad oscura, y la luna, enorme y brillante, le parecía la obra más hermosa de Vered.

—¿Te gusta la noche, Merss? —preguntó Eldric con una sonrisa divertida.

Merss ni siquiera giró para verlo.

—No recordaba como era la noche... Había leído sobre ella, había visto imágenes de las estrellas, de la luna… pero verlo nuevamente… —dejó la frase en el aire, con la mirada absorta en el firmamento.

Eldric la observó. Él había visto ese mismo cielo incontables veces, lo daba por sentado, pero viéndolo a través de los ojos de Merss, a través de su asombro puro, el cielo le pareció más vasto, más hermoso.

Se rió entre dientes y la tomó de la mano con suavidad.

—A dormir, señorita —dijo, tirando de ella con ligereza.

Merss obedeció sin dudar y lo siguió sin resistencia.

Eldric suspiró.

—Tenemos que arreglar esa actitud. Tienes que aprender a decir que no, Merss.

Ella parpadeó, confundida. Sentía la presión de su mano en la suya, pero no era como la iglesia. No era fría, ni violenta, ni aterradora.

Los cardenales la arrastraban cuando se negaba, los obispos la sujetaban con fuerza cuando intentaba alejarse. Pero Eldric la sostenía de otra forma. Su agarre era firme, pero no forzado. La guiaba con preocupación, no con dominio.

Por un instante, Merss no quiso que la soltara nunca más.

Pero al llegar a la habitación.

—Este rey loco… —murmuró Eldric, cubriéndose el rostro con una mano.

La habitación estaba decorada con una exageración escandalosa: pétalos de rosa esparcidos por toda la cama, velas aromáticas iluminando cada rincón y cortinas de seda que caían con elegancia sobre un enorme dosel. Hasta había un par de copas con vino dulce sobre una mesa cercana.

Dorion lo había hecho a propósito.

Eldric resopló con fastidio.

Merss, en cambio, observaba todo con inocente curiosidad.

—¿Esto es normal en las habitaciones? —preguntó, caminando hasta la cama y deslizando los dedos por los pétalos.

—No. Esto es una broma.

—¿Una broma?

Eldric suspiró, sin saber por dónde empezar a explicarlo.

—Dorion cree que si dos personas comparten una habitación, es porque… bueno, porque están casados o algo así.

Merss ladeó la cabeza, aún más confundida.

—¿Y qué tiene que ver eso con los pétalos?

Eldric soltó un bufido llevándose una mano a la frente.

—Olvídalo. Solo ignóralo y duerme.

Merss no insistió. Se quitó los zapatos, se sentó en la cama y pasó la mano por los pétalos otra vez.

Eldric la miró de reojo. A pesar de la decoración absurda, se alegraba de que ella tuviera una cama cómoda, en un lugar seguro.

Suspiró, resignado.

Mañana, tendría que darle a Dorion un puñetazo.

Eldric sacudió los pétalos de la cama con fastidio antes de dejarse caer sobre el colchón.

Sin dudarlo, Merss se acomodó a su lado con naturalidad.

Eldric giró el rostro hacia ella, apoyando un codo en la almohada y descansando la cabeza sobre su mano.

—Hay muchas cosas que debes aprender, Merss. La primera es que no deberías dormir en la misma cama con un hombre que apenas conoces.

Merss lo miró con una leve confusión antes de sonreír suavemente.

—¿Un desconocido? Para mí, eres mi benefactor. Eres mucho más que un desconocido, Eldric.

Sus palabras hicieron que Eldric frunciera el ceño por un instante. Observó su expresión tranquila, la sinceridad en su mirada, y sin pensarlo demasiado, tomó un mechón de su cabello entre los dedos. Era largo, suave como la seda y reflejaba la tenue luz de la habitación.




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