Fenix de Vered: Historias de Merss

50

Latael, la mano derecha del Papa, extendió una invitación a Tasael para unirse a la misión. Adriano confiaba en él más que en nadie cuando se trataba de negociaciones, administración y estrategias de cualquier índole. Si había alguien capaz de convencer a un emperador de cualquier cosa, ese era Latael.

Gracias a Tasael, Latael ya estaba al tanto de un detalle crucial: el rey Eldric había sido quien se había llevado a Merss. Además, Tasael le había revelado que había estado en contacto con Vered, quien le había dejado en claro que Merss debía permanecer al menos dos meses en el continente de los Siete Reinos. Eso solo podía significar una cosa: Vered estaba reuniendo aliados para algo.

Ahora, su misión no era solo obtener el apoyo del emperador, sino asegurarse de que este se moviera dentro de dos meses. Para ello, necesitarían la ayuda del príncipe Ludian.

Los tres viajaban en el carruaje rumbo al castillo imperial. Adriano tamborileaba con impaciencia su báculo contra el suelo, su expresión crispada por la frustración.

—Necesitamos que la santa regrese rápido —gruñó—. No puede estar lejos de mí tanto tiempo… ¡olvidará su lealtad!

Latael, siempre meticuloso con sus palabras, midió su respuesta antes de hablar.

—Su Eminencia, mantenga la calma. Ella jamás sucumbirá a lo mundano. Han sido demasiados años bajo su tutela.

Adriano resopló, aún molesto, pero la lógica de Latael lo tranquilizaba.

—Tienes razón… La he moldeado lo suficiente.

Tasael, sentado frente a ellos, mantenía su rostro imperturbable, tal como había aprendido de Latael. Sin embargo, por dentro, cada palabra que salía de la boca del Papa le revolvía el estómago.

Cuando el carruaje llegó al castillo, el príncipe Ludian ya los estaba esperando en la entrada, con una sonrisa astuta en el rostro.

Pero antes de que pudiera decir una sola palabra, algo inesperado ocurrió.

"Miren lo que puedo hacer."

Las voces de Ludian resonaron dentro de sus mentes.

Latael mantuvo su expresión serena, pero internamente se regocijó. Tasael, en cambio, no pudo ocultar su emoción y dejó escapar un destello de entusiasmo en su mirada.

"Su estimado dios Vered me ha dado la habilidad de comunicarme a través de la marca del fénix." La voz del príncipe continuó en sus mentes. "Así que díganme el plan."

Adriano frunció el ceño al notar la reacción de Tasael.

—Controla a tu estudiante, Latael —espetó con irritación, antes de seguir al príncipe hacia el interior del castillo.

Latael bajó la mirada, ocultando su satisfacción. Las piezas estaban cayendo en su lugar.

Mientras caminaba en silencio por los pasillos del palacio imperial, Latael mantuvo su mirada fija en la espalda del príncipe Ludian. Sin mover los labios, proyectó su voz en la mente del heredero con la urgencia de un susurro invisible.

—Príncipe Ludian, necesitamos tu ayuda.

El joven, de porte elegante y pasos calculados, no se detuvo, pero su respuesta llegó con un dejo de diversión.

—Es por la Santa, ¿no? —Su risa resonó en la mente de ambos cardenales—. Escuché rumores de que alguien de los Siete Reinos la secuestró.

Latael apretó los labios, conteniéndose.

—No fue un secuestro. Vered permitió que Merss fuera con ellos. Creemos que busca aliados, pero…

Se interrumpió.

—¿Pero…? —preguntó Ludian con curiosidad.

—Necesitamos tiempo. —Esta vez, fue Tasael quien intervino en la conversación mental.

Un silencio momentáneo se instaló entre ellos antes de que Ludian suspirara con resignación.

—Parece que no están hablando de unos días… ¿Cuánto exactamente?

Latael inspiró hondo antes de responder:

—Dos meses.

El príncipe se detuvo abruptamente.

El Papa, que caminaba unos pasos por delante, frunció el ceño por un instante antes de volver a esbozar su sonrisa medida.

—¿Ocurre algo, príncipe Ludian? —preguntó con fingida cortesía.

Ludian recuperó la compostura de inmediato y retomó el paso con aparente indiferencia.

—Nada, Su Santidad. Solo recordé algo importante. Pero continuemos.

Por dentro, su mente trabajaba rápidamente. Dos meses era demasiado. Si su padre sospechaba de su falta de acción, perdería el control de la situación. Pero si jugaba bien sus cartas… sí, ya sabía lo que debía hacer.

—Cardenales, si quieren esos dos meses sin intervención, tendrán que seguirme el juego. —Su tono mental se tornó serio—. Seré su enemigo frente a mi padre. Tendrán que negociar con él entre discusiones y concesiones. Cedan el tiempo que yo establezca.

Latael y Tasael intercambiaron una mirada preocupada. No tenían muchas opciones, y Ludian era su mejor apuesta.

—Confiaremos en su decisión, príncipe Ludian. —Latael habló con el respeto debido.

El heredero sonrió con diversión.

—Si su dios nos ha puesto en este camino, entonces ahora somos aliados. Llámenme Dian.

Tasael sonrió para sí. Una nueva pieza se sumaba a su tablero. Una nueva fuerza para la revolución.

—Sí… Dian.

Latael y Tasael siguieron caminando tras Ludian—o mejor dicho, tras Dian, como él mismo había pedido que lo llamaran. La estrategia del príncipe era arriesgada, pero también la única opción viable para ganar tiempo sin que el emperador interviniera de inmediato.

El Papa Adriano, ajeno a la conversación telepática, mantenía su falsa sonrisa mientras avanzaban por los pasillos dorados del palacio. Su túnica dorada ondeaba con cada paso, reflejando la luz de las inmensas lámparas de cristal que adornaban el techo.

«Escuchen bien», continuó Dian en sus mentes, su tono calculador, «seré un obstáculo para ustedes frente a mi padre. Exigiré que devuelvan a la Santa de inmediato, insistiré en que es un error permitir que permanezca en los Siete Reinos. Ustedes deben mantenerse firmes, pero también hacer que parezca que están dispuestos a ceder… sin permitir que la discusión termine demasiado rápido».




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