Fenix de Vered: Historias de Merss

51

—¡La Santa no debería estar en manos de nadie más! —exclamó Dian con indignación, alzando la voz con el tono propio de un heredero reclamando lo que le pertenece—. ¡Debe estar bajo la protección del emperador!

Su mirada ardía de reproche mientras señalaba al Papa con firmeza.

—Y todo esto es culpa de la iglesia —continuó, con fingido enojo—. Fueron ustedes quienes acogieron a alguien de otro reino sin siquiera pedir permiso, ¡padre!

El emperador permaneció impasible, observándolo con su mirada severa y calculadora.

—De hecho —Dian dejó escapar una risa amarga, cruzando los brazos—, ni siquiera deberíamos ayudarlos. Si la iglesia se cree tan superior como para despreciar a los Siete Reinos, que resuelvan sus problemas por su cuenta.

Latael comprendió al instante lo que estaba haciendo. Si lograban enfurecer al emperador lo suficiente, evitarían que escuchara cualquier argumento de la iglesia y, con ello, bloquearía su acceso a los Siete Reinos, lo que significaría que tendrían dos meses sin intervención imperial.

"Debemos hacer que el emperador se enoje lo suficiente para que se niegue a escucharnos", pensó Latael con determinación.

Y así, el verdadero juego de manipulación comenzó.

—¡Príncipe Ludian! —exclamó Latael, mostrando una leve indignación en su tono—. No olvide que la santa no es solo un símbolo de fe, sino también de poder. Si la dejamos en manos de un reino extranjero, podríamos perder influencia en todo el continente.

—¡Oh, por favor! —Dian agitó una mano con desdén—. Si tanto les preocupaba eso, ¿por qué la dejaron escapar en primer lugar? ¿O acaso la iglesia no es capaz de controlar a su propia santa?

El emperador frunció el ceño y miró al Papa Adriano con desconfianza.

—¿Es cierto eso, Adriano? —preguntó con voz grave—. ¿Dejaste que te arrebataran a la santa?

El Papa apretó los dientes y golpeó el suelo con su báculo.

—¡Nos la arrebataron a la fuerza! ¡Un rey extranjero invadió nuestro territorio y la secuestró!

Dian sonrió por dentro. Todo iba según su plan.

—Vaya, vaya... —dijo el príncipe cruzándose de brazos—. Entonces no pueden proteger ni a su figura más importante. Padre, ¿realmente vale la pena intervenir por una iglesia tan incompetente?

El emperador soltó un suspiro cansado, tamborileando los dedos contra el brazo de su trono.

—Si les prohibo el acceso a nuestros puertos y caminos —dijo con tono amenazante—, ¿qué harían?

Latael, manteniendo su postura diplomática, respondió con voz serena:

—Nos someteremos a su decisión, su majestad. Pero recuerde que Vered siempre bendice a aquellos que ayudan a su santa.

El emperador entrecerró los ojos. No quería enemistarse con la iglesia, pero tampoco quería verse manipulado.

Dian sonrió con arrogancia.

—Dos meses, padre —dijo con seguridad—. Si en dos meses la santa no ha regresado, entonces la iglesia vendrá arrastrándose para pedir ayuda de verdad.

El emperador lo miró fijamente, luego desvió la vista hacia Latael y el Papa.

—Dos meses —repitió, su voz retumbando en la sala—. Ni un día menos.

Latael ocultó su alivio con una leve inclinación de cabeza.

—Gracias, su majestad.

Dian sonrió. Habían ganado tiempo.

El Papa Adriano golpeó el suelo con su báculo, su rostro rojo de furia.

—¡Esto es inaceptable! ¡Dos meses es demasiado tiempo! ¡La santa podría ser corrompida!

El emperador lo miró con dureza, su paciencia agotándose.

—Si hubieras manejado mejor la situación, no estaríamos discutiendo esto, Adriano.

El Papa apretó los dientes. Sabía que no podía desafiar al emperador sin consecuencias, pero la desesperación lo consumía.

—No lo entiendes… ¡ella es el alma de la iglesia! Si permanece lejos demasiado tiempo, podría olvidar su propósito.

Dian suspiró, fingiendo desinterés.

—Si es tan leal a la iglesia como dices, ¿por qué temes que se aparte de su deber? ¿O acaso dudas de la fe que le inculcaste?

Latael notó la mirada asesina que el Papa le lanzó a Dian, pero este se mantuvo firme y confiado. Era su juego, y lo estaba ganando.

El emperador se levantó de su trono, su capa ondeando con el movimiento.

—Dos meses —repitió con voz autoritaria—. Y no quiero más discusiones.

El Papa tembló de rabia, pero no tenía opción.

—Como ordene… su majestad —gruñó entre dientes.

Latael y Tasael intercambiaron una breve mirada. Habían logrado su objetivo. Ahora, el destino de Merss dependía de lo que sucediera en esos dos meses.




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