Naxta había insistido durante semanas, enviando carta tras carta hasta que, después de múltiples rechazos, finalmente obtuvo una audiencia con el emperador. Ahora, surcaba los cielos con sus imponentes alas, su silueta oscura proyectándose sobre el castillo.
Desde lo alto, su mirada se posó en una figura que salía furiosa del palacio: el Papa Adriano, con el ceño fruncido y el rostro tenso por la ira. Subió de un golpe a su carruaje, las puertas cerrándose con un chasquido seco antes de que los caballos comenzaran a galopar con urgencia.
Latael sintió la energía del demonio antes de verlo. Elevó la vista y encontró los ojos de Naxta mirándolo desde el cielo con una sonrisa burlona.
Sin previo aviso, el demonio descendió en picada y aterrizó con un estruendo, levantando una nube de polvo que obligó a Tasael a cubrirse el rostro.
—Hola, hola, gusanos sagrados… —saludó con su característico tono sarcástico—. ¿Felices de verme?
Su sonrisa era perversa, una mezcla de burla y amenaza.
Tasael estuvo a punto de responderle, pero entonces, una voz resonó en lo más profundo de su corazón.
"Él les ayudará en el futuro. Es mejor ignorarlo por ahora. No podrán convencerlo sin mi hija."
Los ojos de Tasael se abrieron de golpe. Miró a Latael y luego a Dian, con el asombro reflejado en su expresión.
—¿Qué ocurre, Tasael? —preguntó Dian en su mente, con evidente curiosidad.
Tasael tragó saliva antes de responder, aún procesando las palabras de Vered.
—Él… él será un aliado —susurró mentalmente—. Vered me lo dijo.
Hubo un segundo de silencio antes de que Latael soltara un ahogado:
—¡¿QUÉ?!
Rápidamente se llevó una mano a la boca, tratando de contener su exclamación, pero el impacto ya estaba hecho.
Naxta arqueó una ceja, mirándolos con curiosidad.
—¿Qué les pasa? Están más raros que de costumbre —se burló, encogiéndose de hombros—. Pero bueno, tengo asuntos importantes.
Antes de que pudieran decir algo más, el demonio giró sobre sus talones y caminó con paso confiado hacia el interior del castillo.
—Ah, casi lo olvido —agregó con una sonrisa ladina—. Saluden a mi Diosa Blanca.
Dian no pudo evitar mirar a Tasael con incredulidad, aún procesando la revelación. Si Vered había dicho que ese demonio sería su aliado… entonces el destino realmente estaba tejiendo hilos más complejos de lo que jamás imaginaron.
Latael respiró hondo, tratando de calmar su mente tras la impactante revelación de Tasael. Un demonio como aliado… Si no hubiera sido Vered quien lo dijo, jamás lo habría considerado.
Naxta caminaba con su actitud arrogante, su cola agitándose levemente detrás de él mientras entraban al castillo.
—"Diosa blanca", ¿eh? —murmuró Dian en su mente—. Interesante manera de llamarla.
—Es un demonio —respondió Latael, aún desconfiado—. Sus palabras nunca son gratis.
—Quizás —concedió Dian—, pero Vered no suele equivocarse.
Naxta avanzó sin prestar atención a la conversación telepática. Su sonrisa burlona nunca desaparecía, pero sus ojos destellaban con inteligencia. No estaba allí solo por capricho.
Cuando llegaron al gran salón, el emperador alzó una ceja al ver a la criatura infernal entre sus invitados.
—Tienes agallas para presentarte aquí, demonio —dijo con voz firme.
Naxta se inclinó exageradamente, burlón.
—Mi estimado emperador, no soy tan insensato como para desafiarte sin motivo. Vengo con información... y una oferta.
Latael y Tasael debían regresar a la catedral con el Papa, por lo que se retiraron con discreción. Antes de partir, dejaron una nota con una dirección cuidadosamente escrita. Mantener el contacto con el príncipe era crucial; necesitaban estar informados mutuamente para anticipar cualquier movimiento del emperador.
Mientras tanto, en el interior del castillo, Naxta avanzó con paso seguro por la gran sala de audiencias, sus ojos carmesíes brillando con astucia.
—Quizás lo ha olvidado, ya que parece demasiado ocupado —dijo con fingida cortesía, deteniéndose a una distancia prudente del trono imperial—, pero hoy teníamos una reunión. Y, como favor a usted, vine solo y sin hacer escándalo, tal como me lo pidió.
Hizo una pausa, su sonrisa afilada contrastando con su tono calculado.
—Ahora exijo que me trate con el mismo respeto.
Naxta no era un demonio común. Mientras que otros de su especie buscaban la conquista a través de la guerra y el caos, él tenía una visión diferente. Aspiraba a convertirse en el próximo Rey Demonio, pero no mediante el derramamiento de sangre, sino a través de la política, los negocios y la estrategia económica.
Su reino estaba lleno de gemas preciosas, cristales mágicos y minerales codiciados como oro, plata e hierro. Poseía una riqueza que podría rivalizar con la de cualquier imperio, pero no deseaba seguir las viejas leyes que prohibían la coexistencia con los humanos. Aunque los despreciaba, reconocía que el mundo estaba cambiando, y con ello, la necesidad de establecer un nuevo orden.
Un reino donde los suyos pudieran prosperar sin depender del miedo, donde el comercio floreciera y su gente pudiera viajar sin temor a ser cazada o juzgada.
Por eso, estaba allí.
—Quiero negociar —declaró con una expresión indescifrable, su tono oscilando entre la cortesía y la advertencia—. Mi reino rebosa de riquezas que cualquier soberano desearía. No soy un ser ignorante ni ajeno a la política, así que elija bien sus palabras, mi estimado emperador.
Su mirada penetrante se clavó en el monarca, desafiándolo sin necesidad de alzar la voz.
El emperador observó a Naxta con interés. No era la primera vez que un demonio intentaba negociar con él, pero sí la primera vez que uno hablaba con tanta claridad y propósito.