El rey Dorion soltó una carcajada, golpeando la mesa con la palma de la mano mientras sus consejeros reían con él.
—¡Ja! Eldric, parece que no hiciste nada con tu “Santa” después de todo. ¡Qué decepción!
Eldric, sentado al otro extremo de la mesa, no reaccionó más allá de clavarle una mirada gélida, sin dignarse a responder.
En ese momento, Merss entró en la sala. Se detuvo al ver la escena: nobles y generales riendo entre copas, los platos rebosantes de comida y el aire impregnado de un aroma delicioso.
Loss, que la había escoltado hasta allí, la guió suavemente hasta el lugar donde Eldric estaba sentado junto al rey.
—Siéntate aquí —le indicó Eldric, señalando un asiento junto a él.
Cuando Merss se acomodó, Eldric la miró con expectación.
—¿Qué quieres comer?
Merss abrió la boca, pero se quedó en silencio al observar la mesa. Había tanto... Panes dorados, frutas frescas, carnes asadas, huevos preparados de distintas maneras. Se sintió abrumada.
Nunca había desayunado antes.
Siempre había visto al Papa comer, pero nunca le había permitido probar nada más allá del pan seco y el agua.
—Yo... yo… —balbuceó, sin saber qué responder—. ¿Podrías recomendarme algo?
Eldric arqueó una ceja, pero su expresión se suavizó con una sonrisa.
—Bueno, eso es un avance… Aquí, prueba esto.
Con un gesto casual, acercó un plato con rebanadas de pan cubiertas de huevos revueltos y un té aromático de un dulce aroma reconfortante.
Merss miró la comida con incertidumbre. Su estómago rugió, pero su mente estaba atrapada en la costumbre de la privación. No sabía si debía aceptarlo, si tenía permitido comerlo.
Eldric suspiró y tomó una rebanada, acercándosela con naturalidad.
—¿Otra vez tengo que hacerlo? —bromeó, mirándola con paciencia—. Vamos, abre la boca y come.
Ella vaciló, pero finalmente dio un pequeño bocado.
El sabor era suave, caliente, diferente a cualquier cosa que hubiera probado antes.
—Lo lamento… —murmuró con la boca aún llena.
Con manos temblorosas, tomó la rebanada de los dedos de Eldric y comenzó a comer por sí sola.
—¡Eso es! Muy bien, Merss. Come con libertad. Eso es lo normal.
Eldric rió con satisfacción mientras ella continuaba comiendo, aún con inseguridad, pero con algo parecido a una chispa de curiosidad en su expresión, era un pequeño paso, pero era suyo.
Merss solo comió unos pocos bocados antes de dejar el pan sobre el plato.
Eldric la observó con el ceño fruncido, frustrado.
"Después de tantos años de hambre, su estómago debe ser demasiado pequeño para soportar una comida normal."
No dijo nada, pero la idea le incomodó más de lo que esperaba.
Al otro lado de la mesa, el rey Dorion la miraba con intriga y una creciente preocupación.
No hablaba a menos que se lo pidieran.
No comía a menos que se lo ordenaran.
No actuaba por cuenta propia.
Era como si toda su existencia hubiera sido moldeada por el miedo y la obediencia ciega.
Después de terminar de comer, Eldric se volvió hacia Loss.
—Llévala a pasear por el palacio. Que vea algo más que estas paredes.
Loss asintió sin cuestionar la orden y se acercó a Merss con una sonrisa tranquila.
—Vamos, te mostraré los jardines.
Merss dudó por un momento, pero al ver la mirada expectante de Eldric, se levantó en silencio y siguió a Loss fuera de la sala.
Cuando la puerta se cerró tras ellos, Dorion cruzó los brazos y miró a Eldric con seriedad.
—Dime la verdad, Eldric. ¿Qué le hicieron?
Eldric exhaló lentamente, apoyando los codos sobre la mesa.
—Todo.
La palabra flotó en el aire con un peso difícil de ignorar.
—Necesitas ser más específico —insistió Dorion, su tono más grave.
Eldric entrecerró los ojos.
—Si quieres saber qué sufrió la Santa en manos de la iglesia… será mejor que estés preparado para escucharlo.
—Cuando la encontré, su cuerpo estaba cubierto de heridas —dijo Eldric, su voz grave y contenida—. Marcas de latigazos, golpes de varas… No había un solo lugar en su piel que no mostrara el castigo al que la sometieron.
Dorion frunció el ceño, escuchando en silencio.
—Vi sus heridas de cerca —continuó Eldric, suspirando mientras tomaba una fruta y la partía con los dedos—. No eran golpes ligeros. Su piel estaba abierta, llagada… y llena de cicatrices.
Hizo una breve pausa, como si las palabras le pesaran.
—Y eso no es todo. Cuando volvía con ella en mi barco, unos espías de la iglesia lograron infiltrarse. ¿Y sabes qué hicieron? —Eldric se encogió de hombros, como si relatara algo cotidiano—. Le clavaron dagas sin dudarlo, como si fuera lo más normal del mundo.
Dorion apretó los puños sobre la mesa.
—Pero aquí está lo peor —añadió Eldric, mirándolo con seriedad—. Merss tiene la habilidad de regenerarse. Así que, si lo piensas bien… ¿cuántas veces crees que la han sometido a torturas terribles, solo para obligarla a sanar y repetirlo una y otra vez?
El silencio que cayó sobre la sala fue espeso, sofocante.
Dorion exhaló con fuerza, su mirada sombría.
—Malditos fanáticos… —murmuró.
Eldric no respondió. No hacía falta.
Ambos sabían que la iglesia no solo la había visto como una herramienta.
La habían convertido en un sacrificio viviente.