Fenix de Vered: Historias de Merss

55

Merss caminaba lentamente por los jardines del palacio, con Loss siguiéndola de cerca. La brisa matutina llevaba consigo el aroma fresco de la tierra húmeda, mientras el rocío aún perlaba las hojas. La luz dorada del amanecer se filtraba entre las ramas, tiñendo de tonos cálidos las flores enredadas en los arcos de piedra y las fuentes de agua cristalina.

Por primera vez en su vida, podía pasear sin temor, sin cadenas invisibles sujetándola a la voluntad de otros.

Se detuvo junto a un estanque donde peces de vivos colores nadaban en círculos tranquilos. Se inclinó ligeramente, observando su reflejo en la superficie del agua. Su piel, antes marcada por heridas, ahora estaba lisa y libre de cicatrices. Su cabello, suelto y brillante, caía con suavidad sobre sus hombros.

Loss, de pie a su lado, la observó con curiosidad.

—¿Te gusta el jardín?

Merss asintió lentamente.

—Es hermoso… —Sus ojos recorrieron las rosas en flor, los árboles frutales dispersos por el sendero y las vides que trepaban con elegancia por las columnas de mármol—. Nunca había visto algo así antes.

Loss cruzó los brazos con expresión pensativa.

—¿Nunca te dejaron salir?

Ella negó con la cabeza.

—Si salía, siempre era escoltada… con la cabeza gacha. Solo conocía pasillos y habitaciones sin ventanas.

Loss frunció el ceño, su molestia evidente.

—Es absurdo. Hasta los prisioneros pueden ver el cielo.

Merss giró el rostro hacia él, su mirada tranquila, pero vacilante.

—Yo no era una prisionera.

Loss la observó en silencio antes de responder con firmeza:

—¿No?

Merss abrió la boca, pero ninguna palabra salió. Durante años, creyó que su vida era un honor, cuyo propósito era el sacrificio. Pero ahora, bajo la luz del sol, con el viento rozando su piel y el murmullo del agua llenando sus oídos, una verdad inquietante se filtró en su mente.

No era libre.

Nunca lo había sido.

Dubitativa, sumergió los dedos en el estanque, rompiendo su reflejo con un leve movimiento.

—…Tal vez lo era —susurró, sin saber si hablaba para sí misma o para Loss.

Él suspiró, desviando la mirada hacia el horizonte.

—Eldric tiene razón. Aún tienes mucho que aprender.

Merss lo miró de reojo, sin responder.

Por ahora, solo quería disfrutar un poco más de la sensación del viento en su rostro.

Pero entonces, todo cambió.

Un destello cegador cruzó su mente y, en un instante, la realidad se fracturó ante sus ojos.

Vio a Naxta caer al suelo, su cuerpo abatido por la magia de Eldric. El impacto resonó en su visión como un eco lejano, una advertencia desesperada.

Merss jadeó y perdió el equilibrio.

Su cuerpo cayó al estanque, el agua helada envolviéndola en un abrazo inesperado. Se incorporó de inmediato, con la respiración entrecortada, el corazón latiendo con fuerza.

Sus ojos se movieron frenéticamente, buscando en su entorno la escena que había visto.

"¿Dónde…? ¿Dónde ocurrió?"

El temor se apoderó de su pecho.

"Tengo que llegar a Naxta antes de que Eldric lo mate."

Con un impulso desesperado, se apoyó en sus manos y salió del agua de un salto, su vestido empapado pegándose a su cuerpo. Sus ojos se movieron frenéticos por el jardín, buscando un punto de referencia, alguna señal de que lo que había visto ya estaba sucediendo.

—¿Dónde…?

Loss, que había corrido a ayudarla tras verla caer, se detuvo al notar su expresión.

—¿Qué pasó?

Merss respiraba agitadamente. Su visión era una advertencia.

Naxta estaba en peligro.

—Tengo que encontrarlo —su voz sonó urgente, casi suplicante—. Eldric va a matarlo.

Loss frunció el ceño.

—¿De qué estás hablando? Eldric está con el rey Dorion ahora mismo.

—¡Lo vi! —exclamó Merss, agarrándolo del brazo—. Fue una visión. Vi a Naxta caer. Si no llego a tiempo…

Loss la sostuvo con firmeza.

—Escucha, Merss. No puedes correr sin más. ¿Dónde viste esto? ¿Cuándo?

Merss cerró los ojos, forzando su mente a recordar cada detalle.

El suelo de la visión era de piedra fría, no de césped ni de alfombras. Un pasillo amplio, columnas de mármol, luz filtrándose por ventanales altos…

—Dentro del palacio —susurró.

Loss dudó por un instante, pero al ver la determinación en su rostro, suspiró con frustración.

—Bien. Vamos. Pero quédate detrás de mí.

Sin perder más tiempo, ambos se lanzaron a correr.

Merss tenía un solo pensamiento en la cabeza: No podía dejar que Eldric matara a Naxta.

Loss avanzaba con agilidad por los pasillos, esquivando sirvientes y guardias con facilidad. Merss, en cambio, apenas podía seguirle el ritmo. Su vestido empapado se volvía un lastre, y sus pies descalzos resbalaban sobre el mármol pulido.

Naxta no era malo.

Ese pensamiento martillaba su mente con cada latido. Él había sido amable con ella. Le había tendido los brazos cuando más lo necesitaba, cuando las sombras de su pasado la sofocaban.

No podía perderlo.

—¡Santa, concéntrate! —gruñó Loss sin dejar de correr.

—¡Lo intento! —jadeó ella—. ¡Pero no sé dónde está!

Loss apretó la mandíbula y, de repente, se detuvo en seco.

—Entonces piensa —dijo con firmeza—. Si viste la visión en el futuro, aún hay tiempo para evitarlo. Pero si corremos sin rumbo, podríamos perdernos la oportunidad.

Merss lo miró con desesperación.

—¡Pero si no llegamos a tiempo…!

—No llegaremos a tiempo si nos perdemos en este maldito palacio.

Loss la tomó por los hombros, obligándola a mirarlo.

—Respira. Concéntrate. ¿Qué más viste?

Merss tragó saliva y cerró los ojos con fuerza.

Mármol blanco. Columnas altas. Luz de los ventanales…

Y entonces, lo vio.

Un detalle que había pasado por alto.

Una estatua. Una figura de piedra, imponente, con una espada alzada al cielo.

Sus ojos se abrieron de golpe.




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