Aún en los brazos de Eldric, Merss sintió cómo el mundo se desmoronaba a su alrededor. No hubo aviso ni advertencia; simplemente, todo lo que conocía se disolvió en un susurro oscuro. En su lugar, una visión cruelmente vívida se desplegó ante ella, como si el futuro mismo estuviera forzando su entrada en su mente.
Asesinos.
Figuras encapuchadas emergieron de las sombras, silenciosas como la muerte misma. Sus intenciones eran claras: iban por la reina de Dorion. La imagen era tan real que Merss podía sentir el frío del acero en el aire, oler el miedo que impregnaba la habitación. El cuerpo de la reina, pálido y débil, yacía inmóvil sobre la cama mientras las sombras se deslizaban hacia ella con precisión letal. Un grito ahogado escapó de los labios de Merss, y su cuerpo se estremeció con violencia, como si estuviera siendo arrastrada a un abismo sin fondo. Instintivamente, sus manos se aferraron con fuerza a la ropa de Eldric, buscando un ancla en medio de aquel torbellino.
Eldric la miró sorprendido, sus ojos afilados captando cada detalle.
Los ojos de Merss, siempre dorados y profundos, ahora brillaban con un plateado intenso, casi sobrenatural, antes de regresar a su estado habitual. Fue un cambio fugaz, pero suficiente para que Eldric comprendiera lo que estaba ocurriendo.
"Una visión," pensó, sus músculos tensándose de inmediato. Había algo en su expresión, algo más allá del miedo. Era como si el destino mismo estuviera hablando a través de ella.
—¿Estás bien, Merss? —preguntó, bajándola con cuidado al suelo. Su voz era firme, pero había un trasfondo de preocupación que no pudo ocultar.
Merss inhaló con dificultad, sus piernas temblando bajo su peso. Bajó la mirada, evitando sus ojos. Sabía que no podía decirle la verdad, no aún.
—S-Sí… solo una visión… sin importancia —murmuró, con una voz que apenas logró disimular el temblor en su garganta.
Desvió la mirada al suelo, pero incluso en ese gesto, Eldric percibió la mentira.
Y entonces, como si Vered mismo quisiera recordarle su error, una sensación abrasadora recorrió su pecho. Una advertencia.
Por alguna razón, supo que no debía hablar de lo que había visto. No con Eldric, no con nadie. Era un peso que tendría que cargar sola. En su visión, los asesinos no estaban solos. Había traidores dentro del palacio, alguien que les facilitaba la entrada. Y la reina, indefensa, no tenía forma de defenderse.
Merss siguió caminando junto a Eldric, sus pasos lentos pero decididos. Su mente luchaba contra aquella revelación, intentando encontrar una salida. "¿Por qué Vered me pide que lo solucione sola?" Se preguntó, su corazón latiendo con fuerza.
Un pensamiento cruzó su mente como un relámpago. Tal vez… era una prueba. Tal vez… debía ganar aliados. Pero la idea de mentir le revolvía el estómago. Cada palabra falsa que salía de sus labios parecía quemar su piel, como si Vered mismo la castigara por su desobediencia.
Bajó la vista a su pecho. La piel comenzaba a oscurecerse, marcada por una sombra que no debería estar ahí. Un castigo divino.
Eldric, que la había estado observando de reojo, se detuvo de golpe. Su mirada se endureció, y su tono fue más firme esta vez.
—Merss… —dijo, con una seriedad que no dejaba espacio para evasivas—. ¿Qué viste?
Ella tragó saliva, sus dedos apretándose con fuerza contra la tela de su vestido.
—Nada… solo una festividad —murmuró, sin levantar la vista.
Eldric arqueó una ceja, su escepticismo evidente.
—Después de tu "visión sin importancia", estás hecha un manojo de nervios —replicó, su tono cargado de ironía.
Merss apretó los puños, intentando mantener la compostura.
—Un… una festividad… Vi una festividad… con mucha gente… y… y… yo no estoy acostumbrada a las multitudes… e-es… eso.
Cada palabra salió con torpeza, como si se atoraran en su garganta. Incluso ella podía escuchar lo poco convincente que sonaba.
Eldric entrecerró los ojos, claramente dudoso.
—¿Festividad? Ah… Creo que mañana los de Vilat celebran el exterminio del Dragón de Cristal Eterno.
Antes de que Merss pudiera reaccionar, una voz fuerte irrumpió tras ellos, resonando por los pasillos como un trueno.
—¡Sí! ¡Y es una enorme fiesta!
Dorion apareció de repente, su entusiasmo llenando el espacio como una ráfaga de viento fresco. Merss saltó del susto, llevándose una mano al pecho mientras sentía cómo la quemazón en su piel se intensificaba.
Dorion rió con fuerza, ajeno a la tensión que crecía entre ellos.
—¿Qué? ¿No te gustan las celebraciones? ¡Vas a ver, será un gran evento!
Merss intentó sonreír, pero la sonrisa no llegó a sus ojos. La quemazón en su piel era un recordatorio constante de que estaba atrapada en una mentira. Y que el tiempo se estaba acabando.