Fenix de Vered: Historias de Merss

59-60

"Mañana." La palabra resonaba en la mente de Merss como un eco que no quería disiparse. Era un susurro insistente, una carga pesada que se colaba en cada uno de sus pensamientos.

¿Qué podía hacer? ¿Qué podía hacer… ella sola?

Durante todo el día, su mente había estado atrapada en esa pregunta, tan profundamente que apenas escuchó lo que le decían. No prestó atención a las conversaciones, ni al sabor de la comida que dejó intacta, ni al paso del tiempo que parecía deslizarse como sombras fugaces a su alrededor. El mundo exterior era un borrón, una realidad que ya no sentía como suya.

Y cuando la noche cayó, el peso en su pecho se volvió insoportable.

Sentada frente a la ventana de su habitación, con la luz de la luna acariciando su rostro, oró en silencio. Sus labios no se movieron, pero su alma clamaba desesperadamente por una respuesta. Por fuerzas que no sabía si aún poseía. Por algo, cualquier cosa, que pudiera guiarla en medio de aquella oscuridad.

Pero el cielo solo le devolvía su propio reflejo en el cristal. Una joven frágil, con ojos dorados que brillaban con un destello de divinidad, pero también con el cansancio de quien había cargado demasiado sobre sus hombros.

Desde el sillón, Eldric la observó durante todo el día y toda la noche. Cada gesto suyo, cada movimiento mínimo, fue capturado por su mirada astuta. Y finalmente, se hartó.

Con una mueca de fastidio, se levantó de un salto y cruzó la habitación con decisión. Antes de que Merss pudiera reaccionar, la tomó en brazos sin esfuerzo.

—¿Q-qué…? —balbuceó ella, sorprendida por el contacto repentino.

No respondió. Simplemente se acostó con ella aún en sus brazos, sin soltarla. Merss sintió el calor de su cuerpo, su respiración tranquila contra su cabello, el peso firme de su abrazo. Su corazón latía con fuerza, aunque no era por él. Era por algo más. Algo que Eldric sabía que ella guardaba en silencio.

Eldric entrecerró los ojos, su mandíbula tensándose ligeramente. Podía obligarla a hablar. Tenía la autoridad para hacerlo. Pero… no quería usarla. No con ella.

Apretó el abrazo apenas un poco más, lo suficiente para que sintiera su presencia.

—Merss… —susurró, su voz baja pero firme—. No hay cargas con todo sola.

Ella se tensó, pero no se apartó.

—Sé que no soy tu aliado —continuó, su tono más suave de lo habitual, casi vulnerable—, pero quiero ayudarte.

Merss no respondió. Pero por primera vez dejó de mirar el cielo.

Finalmente, el cansancio venció su resistencia, y Merss quedó dormida. Eldric suspiro con alivio, observándola por un momento más antes de moverse con cuidado. Con, suavidad la dejó sobre la cama y se apartó, acomodando las mantas sobre su cuerpo.

Su rostro parecía en paz.

Eldric se pasó una mano por el cabello y salió al pasillo, cerrando la puerta tras de sí con un movimiento silencioso.

-Loss.

Su llamado fue firme, y el caballero apareció casi de inmediato, ajustando la empuñadura de su espada al acercarse.

—Vigílala.

Loss alzó una ceja, intrigado.

—¿Sospechas algo?

Eldric apoyó una mano en su cadera, su expresión inescrutable.

—Al parecer, algo sucederá mañana. Pero no ha querido decírmelo.

—¿Tuvo una visión? —preguntó Loss con seriedad.

Eldric dejó escapar una risa corta y vacía, cargada de ironía.

—Eso parece… Pero no confía en nosotros.

Loss lo miró con dureza.

—No hemos hecho mucho para que lo haga, Su Majestad.

Eldric giró el rostro hacia él, su sonrisa perdiendo el rastro de calidez que había mostrado minutos antes.

—No quiero ganar su confianza.

Loss se quedó inmóvil, procesando sus palabras.

—Ella es una herramienta —continuó Eldric, dando unos pasos por el pasillo—. Solo estoy siendo amable porque la pobre chica ha sufrido demasiado en la iglesia.

Loss sintió un ligero malestar en el pecho, pero no dijo nada.

—Si realmente tiene los poderes de Vered, puedo usarla para fortalecer nuestros reinos.

Su tono era medido, frío, como si estuviera hablando de un objeto valioso en lugar de una persona.

Se detuvo frente a una gran puerta, apoyando una mano en la madera oscura.

—Necesito hablar con los otros reyes. Deben saber que la Santa es real.

Giró lentamente la cabeza, su mirada afilada reflejando una certeza inquebrantable.

—Solo será una herramienta. Nada más.

Loss se inclinó en obediencia, como siempre lo había hecho.

Pero por primera vez en su vida… obedecer dejó un mal sabor en su boca.
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60

Eldric cruzó el umbral en silencio, como una sombra que se desliza entre los ecos de la habitación.

Frente a él, Dorion sostenía la mano de una mujer dormida. Su piel era pálida como el mármol bajo la luna, y su respiración se desvanecía en susurros casi inaudibles. Aunque su cuerpo parecía frágil, aún conservaba la serena hermosura de una flor que no se resigna a marchitar.

—Mírala, Eldric… —murmuró Dorion, su voz teñida de una ternura solemne, como si cada palabra le doliera en la garganta—. Cada día se apaga un poco más… pero aún parece un sueño.

Sus dedos acariciaron por última vez la mano de su esposa. Luego la soltó con una delicadeza reverente, como quien devuelve algo sagrado al altar. Se incorporó sin apuro, sin mirar atrás.

—Ven. Hablemos.

Eldric asintió en silencio, y lo siguió.

El corredor los envolvió con su frío distante hasta llegar a una sala más íntima. Allí, entre sombras suaves y el crujido lejano del fuego, ambos se sirvieron una copa.

La quietud fue interrumpida por una risa cargada de ironía.

—¿Solo una herramienta, dijiste? —se mofó Dorion, alzando su copa con una sonrisa torcida.

Eldric desvió la mirada con una exhalación seca, casi un suspiro impaciente.

—Tsk… así que escuchaste.

Bebió como quien intenta borrar una palabra mal dicha.




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