Loss observó a Merss mientras se alejaba con pasos rápidos y determinados. Su silueta parecía flotar entre las sombras del palacio, como si estuviera siendo arrastrada por una fuerza invisible. Sus ojos se posaron en la puerta que ella había estado contemplando con tanta intensidad. Él también sabía quién estaba al otro lado.
Pero… ¿por qué había venido hasta aquí solo para irse sin más?
Frunció el ceño, sintiendo una incómoda inquietud retorcerse en su interior. Merss sabía algo. Y si no lo decía… significaba que planeaba actuar sola.
El eco de sus pasos resonaba en los pasillos vacíos, mezclándose con el peso de sus pensamientos. Loss no podía evitar preguntarse si aquella carga que ella llevaba era demasiado grande para alguien tan frágil. O tal vez… no era fragilidad lo que veía en ella, sino algo más profundo, algo que aún no alcanzaba a comprender.
Merss caminaba apresurada por los pasillos, su mente atrapada en un torbellino de imágenes que se repetían como un eco persistente. Cada paso que daba parecía resonar con el peso de la visión que la había llevado hasta allí. Estaba tan concentrada en sus pensamientos que no vio la figura que venía de frente.
Giró en la esquina y chocó de lleno contra Eldric. El impacto la hizo tambalear y caer al suelo, su respiración entrecortada por la sorpresa.
—Merss, ¿por qué andas merodeando por el palacio? —dijo Eldric con diversión, agachándose para ayudarla a levantarse—. Pareces un pequeño ratón.
Merss parpadeó, sintiendo un pequeño brote de irritación burbujear en su pecho.
—¿Un ratón? —repitió, algo molesta.
Eldric arqueó una ceja, sorprendido por su reacción, y luego soltó una carcajada que resonó en el pasillo como un trueno lejano.
—¡Oh! No sabía que podías molestarte.
Su risa era cálida, genuina, pero Merss se quedó inmóvil, procesando lo que acababa de sentir. ¿Se había permitido estar molesta? La idea la golpeó con fuerza.
En la iglesia, siempre tenía que sonreír. Si mostraba la más mínima señal de incomodidad, si se quejaba, los castigos eran peores. El recuerdo le provocó un escalofrío, y de manera instintiva, bajó la mirada.
Eldric, aún divertido, puso una mano sobre su hombro con un toque despreocupado.
—Eso es genial, Merss. —Sonrió con confianza—. Estás volviendo a sentir de verdad.
Ella alzó el rostro, mirándolo con asombro. ¿Volviendo… a sentir?
Pero Eldric no le dio tiempo a procesarlo más.
—Vamos, ya empezó la fiesta.
Tomó su mano sin esperar respuesta y comenzó a caminar con naturalidad, arrastrándola con él. Merss parpadeó varias veces, aún confundida. ¿Realmente podía… enojarse y reír sin miedo? Sintió su pecho expandirse con algo que no era temor.
Loss los siguió en silencio, su mirada seria, aun preguntándose qué había buscado Merss en la habitación de la reina enferma.
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Merss abrió los ojos, impresionada por la escena ante ella. Antes de que pudiera reaccionar, Eldric colocó un velo ligero sobre su rostro, cubriendo sus facciones.
—¿Puedes ver? —preguntó, ajustándolo con cuidado.
Merss parpadeó.
—Sí… sí puedo ver.
Eldric asintió, sujetando su mano con firmeza mientras la guiaba entre la multitud.
—Es para que nadie vea tus ojos dorados. La iglesia no es muy bien recibida aquí.
Merss asintió distraídamente. Todo era tan… vibrante.
—Todo tiene tanto color… —susurró con asombro.
Frente a ella, el mercado se extendía desde la entrada del palacio hasta las calles más alejadas, rebosante de vida. No era un mercado común. No había monedas ni regateos. Solo intercambios y regalos.
El rey Dorion caminaba entre su pueblo con total naturalidad, compartiendo con todos como si fueran una gran familia. No había barreras entre realeza y plebeyos, solo risas, abrazos y conversaciones animadas. Merss observó la calidez con la que lo recibían, como si no existiera la distancia entre un rey y su gente.
Eldric, notando su expresión, sonrió con cierta arrogancia.
—El dragón de cristal eterno causó estragos en esta región por generaciones. —Su tono se volvió más solemne—. Pero Dorion, junto a otros tres reyes… y yo, logramos someterlo.
Merss lo miró con asombro.
—¿De verdad lo vencieron?
Eldric infló el pecho con orgullo.
—Por supuesto.
Dorion, que había escuchado la conversación, se carcajeó.
—No le creas todo, Merss. No lo vencimos solos. Fue gracias a nuestra gente, a la unión entre los reinos.
Sus ojos reflejaban algo más que orgullo: convicción.
—Esta festividad no es solo un festejo por la caída del dragón. Es un recordatorio de que, si permanecemos juntos, podemos derrotar cualquier cosa.
Merss sintió que algo en su pecho se estremecía.
Juntos.
No sola.
El día transcurrió entre risas y momentos llenos de calidez. Eldric y Dorion se desvivieron en atenciones hacia ella. Le ofrecieron comida y frutas exóticas, la llevaron a presenciar obras callejeras que recreaban la épica batalla contra el dragón.
Merss se sintió parte de algo, de algo real y verdadero.
La gente la hacía reír, se preocupaban si tropezaba, le ofrecían un trozo de fruta sin esperar nada a cambio. No porque fuera la Santa, no porque fuera un símbolo, sino porque la trataban como una persona.
Una cálida gratitud floreció en su pecho. Merss levantó la mirada hacia el cielo estrellado. Era la hora, el momento en que debía devolver toda esa felicidad. Y lo haría salvando a la esposa del rey.