Fenix de Vered: Historias de Merss

65

Volviendo al presente.

La anciana se arrodilló junto a Merss, sus manos cálidas brillando con una suave luz dorada mientras la examinaba con profundo asombro.

Sus ojos se agrandaron al sentir el latido de su corazón.

—Esta niña… ha vuelto a la vida.

Su voz resonó en la habitación, cargada de incredulidad y reverencia.

Hizo una profunda inclinación ante Dorion.

En ese instante, un susurro débil rompió el silencio.

—Dorion… cariño…

El rey se giró de inmediato.

Su esposa le hablaba.

—¡Sí, mi amor! —respondió con dulzura, apresurándose a tomar su mano.

Los ojos de la reina estaban llenos de lágrimas.

—Esa niña… soportó una tortura por mí.

Su voz temblaba.

—Yo la vi. Vi cómo la tenían en el suelo… cómo se divertían mientras la apuñalaban una y otra vez.

Su llanto se hizo más fuerte.

—Fue terrible.

Su voz se quebró.

—Y yo… no podía moverme para ayudarla.

Dorion no respondió de inmediato.

No hacía falta.

Ya sabía lo que tenía que hacer.

Se levantó con una mirada férrea, el brillo de un rey que ha tomado una decisión irreversible.

—¡Llévenla a su habitación!

Pero antes de que los soldados pudieran moverse, cambió de opinión.

—¡No! Llévenla a la mejor habitación del palacio.

Sus ojos recorrieron a los presentes con determinación.

—Trátenla con el respeto y el cuidado que merece.

—¡Ella es nuestra nueva benefactora!

—¡Ella es nuestro Fénix!

Los soldados se pusieron firmes de inmediato, llenos de una renovada resolución.

El símbolo del Fénix representaba renacimiento, fuerza y la voluntad inquebrantable de nunca rendirse.

Bajo esa convicción, derrotaron al Dragón de Cristal Eterno.

Y ahora… ella era su nuevo estandarte.

Eldric la cargó del suelo con cuidado.

Estaba fría y pálida.

Aunque sus heridas habían desaparecido, la cantidad de sangre perdida era evidente en cada rincón de la habitación.

El asistente principal del rey lo guió a través del palacio hasta una de las habitaciones más lujosas, con paredes talladas en mármol y cortinas de seda fina.

Con suavidad, la depositó en la enorme cama.

Se cruzó de brazos y la miró.

Soltó una risa baja, burlona.

—Gracioso verte rodeada de lujos que odiarías.

Se imaginó la expresión incómoda de Merss al despertar en semejante opulencia.

Pero su diversión se desvaneció pronto.

Su rostro se endureció.

Apretó los puños.

—Así que eso tenías en mente, Vered. —Gruñó con disgusto—. Usar a tu hija como señuelo para obtener más aliados.

El silencio le respondió.

Eldric resopló.

Aunque había visto milagros con sus propios ojos…

Aunque la había visto revivir dos veces…

Aún le molestaba todo esto.

La divinidad.

La Santa.

La Iglesia.

Merss.

Merss, que se lanzó a ese infierno sin decirle nada.

Apretó los dientes.

—¿Por qué no me lo dijiste?

Su voz sonó más baja, más áspera.

—Podría haberte ayudado.

Exhaló pesadamente, pasándose una mano por el cabello.

—No tendrías que haber recibido todas esas apuñaladas y…

Se detuvo.

Sus dedos, casi sin darse cuenta, se enredaron en su cabello castaño oscuro.

Por un momento, se quedó en silencio.

Luego, sacudió la cabeza, frustrado consigo mismo.

—Ni sé por qué me molesto.

Se puso de pie con brusquedad y salió de la habitación, azotando la puerta tras de sí.

Apretando los puños.

Y sin saber a quién culpar.




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