Fenix de Vered: Historias de Merss

71

Eldric corrió por los pasillos del palacio como un vendaval descontrolado. Sus pasos resonaban con urgencia, cada eco amplificando la tensión que lo consumía por dentro. No había tiempo para detenerse, ni siquiera para pensar. Solo sabía que debía darse prisa.

Encontró a un médico en el pasillo, justo cuando Latem estaba hablando con él. Sin perder un segundo, Eldric explicó la situación con una rapidez que apenas dejaba espacio para el aire entre sus palabras.

Latem no dudó ni un instante. Su mandíbula se tensó mientras procesaba la información.

—Cierra todas las salidas del palacio —ordenó, su voz baja pero tajante, como el filo de una espada desenvainada.

Su tono discreto no disminuyó la gravedad de sus palabras.

—Dile a los guardias que un asesino se acerca a mi madre.

El médico asintió con gravedad. Nadie iba a salir de allí.

Eldric subió rápidamente con el doctor hasta la habitación de Merss. Al entrar, Loss se apartó silenciosamente para darles espacio. El aire de la habitación parecía cargado, como si la propia atmósfera supiera lo que estaba ocurriendo.

El médico sacó una varilla de plata y la introdujo suavemente en la boca de Merss. Apenas unos segundos después, la varilla se volvió negra.

El médico frunció el ceño, sus ojos oscuros reflejando una mezcla de frustración y certeza.

—El rey Eldric tenía razón.

Hizo una pausa antes de confirmar lo que ya temían.

—Han estado envenenando a la Santa.

Eldric sintió una rabia fría trepar por su columna vertebral, como un veneno que se extendía desde su interior. Llevó una mano a su rostro, tapando sus ojos. No quería que nadie viera el filo asesino que ardía en ellos.

—La cura —dijo su voz baja, cortante, como un látigo que corta el aire.

El médico observó a Merss con atención antes de responder.

—Ella está restaurando su cuerpo con sus poderes divinos.

—¿Entonces…?

—Solo debemos asegurarnos de que no reciba el veneno otra noche.

El médico se puso de pie con calma, su expresión imperturbable.

—Su cuerpo lo purificará de forma natural.

Con una inclinación de cabeza, se retiró.

Eldric se quedó en silencio. Pero la furia crepitaba en su interior, un fuego que amenazaba con consumirlo por completo.

Latem entró en la habitación con la mirada oscura, su furia contenida como un fuego a punto de desbordarse.

—Hay un traidor.

Su voz era baja, peligrosa, cargada de una ira que apenas lograba contener.

Eldric levantó la mirada, sus ojos brillando con una intensidad inquietante.

—Lamentablemente, Merss debió haberlo visto.

Sus palabras eran lentas, calculadas, como si estuviera midiendo cada sílaba antes de que abandonara sus labios.

—El mismo traidor que dejó entrar a los asesinos en la habitación de tu madre.

Se inclinó, apoyando los codos en sus rodillas.

—Esperaba que yo me la llevara inconsciente. Así, jamás sabríamos quién era.

Latem deslizó los dedos por la empuñadura de su espada, como si necesitara recordar que aún tenía control sobre algo.

—¿Interrogamos a los sirvientes?

Eldric sonrió con astucia y maldad, una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.

—No.

Latem levantó una ceja, intrigado.

—Merss nos dirá quién es el culpable.

Eldric se apoyó en el respaldo de la silla, su sonrisa afilada como una hoja recién forjada.

—Démosle ese gusto, por todo lo que ha soportado.

Latem observó a su amigo con curiosidad, pero Eldric no le devolvió la mirada.

—Además…

Su sonrisa se ensanchó, revelando un destello de satisfacción anticipada.

—Yo también vi al muy maleducado.

Latem comprendió de inmediato. Eldric tomaría venganza. Pero no de cualquier manera. Lo haría de la forma más satisfactoria posible.

Nadie se metería con su Santa.

¿Su Santa?

Eldric parpadeó.

¿Qué demonios acababa de pensar?

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El día transcurría lento, insoportablemente lento. Eldric estaba sentado en su habitación, moviendo la pierna con nerviosa impaciencia. Latem, que disfrutaba de su desayuno sin apuros, lo miró de reojo y sonrió con burla.

—Tranquilízate, Eld.

Mordió un pedazo de pan antes de añadir:

—Vas a perforar el piso si sigues así.

Eldric no respondió, ni siquiera se dio cuenta de que su pierna tamborileaba contra el suelo.

Latem se inclinó un poco, señalándolo con el tenedor.

—¿Y por qué estás así? No sueles ser tan impaciente.

Eldric parpadeó, sorprendido al notar su propio movimiento. Frunció el ceño.

—No digas tonterías. No estoy impaciente.

Para reforzar su punto, clavó el tenedor en su plato con más fuerza de la necesaria.

Latem soltó una risa.

—¿Molesto con la pobre comida?

Eldric bufó.

—Molesto con Vered.

Cogió un trozo de pescado y lo mordió con rabia.

—No me gusta cómo juega.

Su voz se volvió más baja, más tensa.

—No me gusta lo que ha hecho con su supuesta querida hija.

Latem dejó de sonreír. Su mirada se oscureció con desaprobación.

—No es con Vered con quien deberías estar molesto, Eldric.

Su tono era firme.

—Es con quienes le han hecho daño.

Señaló a Eldric con el tenedor.

—Vered nos ha dado libre albedrío.

Dejó el cubierto en el plato con un pequeño ruido metálico.

—Por eso tomamos nuestras propias decisiones.

Su mirada era severa.

—Y por eso nosotros debemos proteger a los débiles.

Eldric dejó el tenedor, apoyó los codos en la mesa y entrelazó los dedos.

—Latem.

Levantó la vista, sus ojos ardiendo con irritación contenida.

—Esa niña tiene el poder de detener un dragón marino.

Su tono era cortante.

—Pero como Vered no le ha dado instrucciones para oponerse a la iglesia, no lo ha hecho.

Golpeó la mesa con la palma abierta.




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