La reina Elena ya estaba en la habitación con Merss, sentada a su lado con una expresión que reflejaba una angustia silenciosa. Sus manos descansaban sobre su regazo, pero sus nudillos estaban blancos, tensos por la culpa que la carcomía desde dentro.
¿Cómo no había notado antes que la estaban envenenando?
Ella tenía conocimientos herbolarios. Debería haberlo visto. Cada síntoma, cada cambio sutil en el comportamiento de Merss ahora parecía un grito que había ignorado. Exhaló lentamente, como si intentara expulsar el peso que oprimía su pecho, y tomó una decisión. Sabía que la divinidad de Vered estaba ayudando a Merss a purificarse, pero quizás podía acelerar el proceso.
Con movimientos precisos, preparó un brebaje purificador. La fragancia herbácea llenó el aire mientras lo vertía cuidadosamente en una pequeña copa. Con sumo cuidado, deslizó el líquido entre los labios de Merss, asegurándose de que lo bebiera.
En ese momento, la puerta se abrió con un chirrido casi imperceptible.
—Madre, ¿qué haces?
Latem entró con pasos lentos, observando la escena con el ceño fruncido. Su mirada oscilaba entre el rostro sereno de Merss y las manos temblorosas de su madre.
Elena le dedicó una sonrisa suave, aunque no logró disimular del todo su inquietud.
—Es un antídoto —dijo con calma, acariciando el rostro de Merss con ternura.
Acarició su mejilla, como si quisiera infundirle fuerzas con ese simple gesto.
—Solo quiero que se recupere pronto.
Merss se removió en la cama, como si el brebaje hubiera despertado algo dentro de ella. Elena parpadeó sorprendida.
—Oh… eso fue rápido.
Merss se sentó de golpe, llevando una mano a su cuello como si aún pudiera sentir la presión de un cuchillo invisible. Su respiración se aceleró, sus ojos dorados buscando desesperadamente algo familiar en la habitación.
Y entonces, extendió las manos hacia Latem.
Sin dudarlo, él la tomó en sus brazos. La abrazó con fuerza, como si quisiera protegerla de todo el dolor que había soportado. Y en cuanto sintió su calor, Merss comenzó a temblar. A llorar, asustada, preocupada, aterrorizada.
Latem la sostuvo con más firmeza, acariciándole la espalda con suavidad.
—Tranquila —murmuró, su voz baja y calmada, como un bálsamo para su tormento
—. Ya pasó… fuiste una guerrera feroz y valiente.
Pero dentro de él, la pena crecía. No era una mujer con nervios de acero. Solo era valiente. No pensó en ella misma, soportó todo por mi madre.
Ese pensamiento lo quebró.
Dejó que Merss llorara hasta que, agotada, volvió a dormirse. Pero Latem… no quería soltarla. La calidez de su cuerpo, la sensación de su respiración tranquila contra su pecho… Le traía paz.
La reina Elena observó la escena con dulzura antes de posar una mano en el hombro de su hijo.
—Si quieres, toma su mano. Así no tendrá miedo.
Pero en cuanto intentó apartarla de su abrazo, Merss se aferró aún más a su ropa.
Latem se quedó inmóvil, su rostro se tiñó de rojo.
La reina Elena sonrió con ternura.
—Tendrás que acostarte con ella para que esté cómoda.
Latem sintió que el alma se le salía del cuerpo.
—¿Q-qué?!
Casi se desmaya con la sugerencia.
Pero cuando vio el rostro sereno de Merss, aún temblando en sueños, suspiró resignado. Sin decir nada, se acomodó junto a ella en la cama.
Elena los cubrió con las mantas y besó la frente de ambos.
—Volveré más tarde. Iré a comer.
Con una última sonrisa, se retiró de la habitación.
Latem exhaló lentamente. Observó el rostro dormido de Merss, su expresión vulnerable. Y sin darse cuenta… La sujetó con más fuerza.
Eldric caminaba por el palacio, su mirada afilada como una daga. Cada sirviente, cada guardia, cada movimiento era analizado con una precisión implacable. Buscaba a "ese maleducado".
Y entonces, lo vio. Charlando, riendo, comiendo, como si nada, como si no hubiera intentado asesinar a la Santa. Eldric entrecerró los ojos.
—Este desgraciado… —murmuró entre dientes, pero se obligó a seguir caminando.
No aún. No aquí.
Subió las escaleras de dos en dos, su destino claro en su mente. Cuando llegó a la habitación de Merss, abrió la puerta sin anunciarse.
Y entonces… se quedó paralizado, su cerebro se detuvo por completo.
No.
No, no, no.
No podía estar viendo esto.
Latem.
Latem acostado con Merss en sus brazos.
Eldric sintió un ardor recorrerle la columna. En menos de un segundo, estaba junto a la cama. Con un solo dedo, presionó la mejilla de Latem con una lentitud escalofriante. Su voz salió en un susurro goteando ira contenida.
—A-mi-go.
Latem parpadeó lentamente.
—¿Mmm?
Eldric le dedicó su mejor sonrisa forzada.
—¿Qué haces con la Santa?
Latem se removió, aún medio dormido.
—Eld… aaah… me dormí.
Se incorporó con cuidado, asegurándose de no despertar a Merss. Ya no se aferraba a él. Bostezó y se estiró perezosamente.
—No es lo que parece.
Eldric apoyó un brazo en su cintura, inclinando la cabeza con una sonrisa que no le llegaba a los ojos.
—¿Ah, no?
—No. —Latem frotó su rostro con las manos antes de mirarlo de reojo—. Me pidió que no la soltara.
Eldric chasqueó la lengua.
—Oh, claro. ¿Y ahora resulta que obedece tus órdenes?
Latem sonrió con suficiencia.
—No mis órdenes.
Le dirigió una mirada desafiante.
—Mis abrazos.
Eldric sintió un tic en la mandíbula.
—Qué conveniente.
Latem se encogió de hombros.
—No me quejo.
Eldric tampoco dijo nada. Solo lo fulminó con la mirada.
Latem sonrió como quien acaba de ganar una pequeña batalla.
—Eldric.
—¿Qué?
—Si sigues apretando los puños así, te vas a romper los dedos.
Latem bostezó, todavía adormilado, mientras se frotaba la nuca con pereza.
—Tranquilo, Eld. No es lo que piensas.