Fenix de Vered: Historias de Merss

73

Loss caminaba con prisa por los pasillos del palacio, sus pasos resonando como ecos que se multiplicaban en el silencio nocturno. La urgencia lo consumía, un peso invisible presionando sobre su espalda mientras avanzaba. Algo había ocurrido en la ruta que usarían para regresar a Tegica, y debía informar a Eldric sin perder un segundo más.

Llegó hasta la habitación de Merss y abrió la puerta sin anunciarse. Dentro, el aire estaba cargado de una quietud casi tangible. Eldric estaba sentado junto a la cama, su postura relajada pero tensa al mismo tiempo. Su cabeza descansaba hacia atrás, mirando el techo con una expresión agotada, como si el peso del mundo entero estuviera colgando de sus hombros.

—Su Majestad, la ruta —dijo Loss, su respiración entrecortada por la carrera reciente.

Eldric ni siquiera giró la cabeza.

—¿La ruta…?

Su voz sonó hueca, cansada, como si las palabras apenas tuvieran fuerza para abandonar sus labios.

Entonces, sin cambiar su postura, cerró los ojos y suspiró.

—La que usaríamos para regresar con la Santa, ¿cierto?

Loss apretó los puños, su cuerpo aún vibrando por la adrenalina.

—Mercenarios y asesinos a sueldo nos estaban esperando. Nos iban a emboscar… en gran cantidad.

Eldric abrió los ojos de golpe, su figura transformándose en un instante. La apatía desapareció, reemplazada por una autoridad fría que llenó la habitación como una presencia tangible. Se incorporó de inmediato, cada movimiento calculado y preciso.

—¿Quién te dio esa información?

Su tono era cortante, peligroso, como el filo de una espada desenvainada.

Loss se arrodilló sobre una pierna, inclinando la cabeza en señal de respeto.

—Uno de nuestros espías lo confirmó…

Hizo una breve pausa antes de añadir, su voz apenas un murmullo:

—Pero la información nos la dio la reina Elena.

Eldric frunció el ceño, su mandíbula tensándose.

—¿La reina?

—Sí.

Loss tragó saliva antes de completar la frase, sabiendo que sus palabras solo avivarían la tormenta que ya crecía en el rey.

—Me mencionó que Vered le advirtió.

El silencio que siguió fue denso, opresivo, como una nube de tormenta que amenazaba con desatar su furia en cualquier momento. Eldric apretó la mandíbula, sus dientes rechinando bajo la presión.

—¿Vered?

Su voz fue apenas un susurro, pero cargado de una rabia contenida que parecía a punto de estallar.

—¿Le habló a ella?

Cada vez estaba más molesto. Más frustrado. Más harto de cómo ese maldito dios jugaba con él.

Se pasó una mano por el rostro antes de bufar con frustración.

—¡Aaaash… ¡Maldito Vered!

Su rabia se liberó en una oleada de energía mágica que hizo temblar el aire a su alrededor. El cabello ondeó con fuerza, como si una ráfaga invisible lo azotara.

Loss se puso de pie de inmediato, alerta ante la explosión de poder.

—¡Su Majestad!

Eldric cerró los ojos por un momento, tratando de calmarse. Sí, lo sabía. Sabía que Vered lo escuchaba. Siempre lo hacía. Y eso lo enfurecía aún más.

Se giró con un movimiento brusco, su capa revoloteando tras él como una sombra viva.

—Sígueme.

Loss apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que Eldric ya estuviera saliendo, su paso firme y decidido.

—Tengo que hablar con esa astuta reina.

Su tono no dejaba lugar a discusión.

Loss miró a Merss con preocupación, pero no dijo nada. Eldric estaba demasiado molesto como para discutir con él. Así que, sin más, lo siguió en silencio, dejando atrás la habitación donde Merss seguía dormida.
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La noche se deslizaba lentamente sobre el palacio, tiñendo todo de sombras azuladas y plateadas. Merss estaba sentada en la cama, contemplando la luna que ascendía con serenidad a través de su ventana. Pero su mente no estaba en paz. No después de todo lo que había pasado.

El sonido de la puerta abriéndose lentamente la sacó de sus pensamientos. Un sirviente. Merss lo reconoció de inmediato, el traidor. Su memoria no fallaba. Pero en lugar de reaccionar, le sonrió como siempre. Dulce. Inofensiva.

—Hola… ¿necesitas algo?

Su tono fue suave, cálido, confiado.

El sirviente se estremeció, su respiración se trabó por un segundo. ¿Cómo podía estar despierta? El somnífero que usaba era fuerte. Se obligó a sonreír, recuperando la compostura.

—Ah… solo traía un té.

Levantó la bandeja con amabilidad fingida.

—La reina lo preparó para usted.

Merss parpadeó.

—¿La reina está despierta?

Su sorpresa fue genuina.

El sirviente asintió con rapidez.

—Sí, Santa.

Bajó un poco la cabeza con reverencia.

—Se ha recuperado gracias a usted y a Vered. Fue un milagro asombroso.

Acercó la taza con delicadeza.

—Por favor, beba… es un gesto de agradecimiento de la reina.

Merss lo miró por unos segundos. Luego, con una sonrisa serena, aceptó el vaso y bebió. Sintió el líquido deslizándose por su garganta. Y fingió dormirse de inmediato.

El sirviente respiró aliviado y salió con rapidez de la habitación.

Merss esperó, escuchó sus pasos alejarse… Y entonces abrió un ojo, con cuidado, se incorporó y corrió al baño, inclinándose sobre el lavabo y forzando su garganta a expulsarlo. Sabía cómo hacerlo, lo había aprendido en la iglesia. Después de todo, no era la primera vez que la obligaban a tragar cosas que no debía.

Sus manos temblaban, su respiración era errática.

—¿Qué era eso…?

Estaba asustada. Y entonces, la puerta se abrió otra vez.

Merss se cubrió la cabeza instintivamente, como si intentara ocultarse.

—¿Santa?... ¿Merss?

Una voz masculina y fuerte, pero con un matiz de duda, resonó en la habitación.

—Soy Latem.

Silencio.

—Hijo del rey Dorion y la reina Elena.

Otro silencio.

—Te… te ayudé.

Su voz titubeó.




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