Fenix de Vered: Historias de Merss

77

El rey Dorion se levantó de su asiento con una presencia imponente. Su voz resonó con fuerza en todo el salón, silenciando la música y las conversaciones de inmediato.

—¡Escuchen todos!

Los invitados giraron la cabeza hacia él, expectantes.

—Hoy celebramos la recuperación de mi reina, un milagro que ocurrió ante nuestros propios ojos.

La reina Elena sonrió con serenidad desde su asiento, observando la reacción de la multitud.

—Pero esta noche no solo es una celebración. —Dorion hizo una pausa, sus ojos recorrieron el salón con dureza—. También es la noche en la que revelaremos al maldito que intentó asesinarla.

El murmullo estalló entre los asistentes. Algunos intercambiaron miradas de confusión, otros de temor.

—Y la persona que lo señalará —continuó el rey, alzando la mano hacia Merss— es la Santa de Vered, quien ha despertado de su descanso para hacer justicia.

Los murmullos se volvieron exclamaciones sorprendidas.

Merss, con el velo aún en sus manos, dio un paso al frente con serenidad.

El traidor tembló. Sabía lo que iba a pasar.

Y no tenía escapatoria.

El silencio cayó sobre el salón como una losa. Todos contenían la respiración mientras Merss avanzaba con pasos firmes, su vestido blanco ondeando con suavidad a cada movimiento. Se detuvo justo frente al traidor.

Por primera vez, su sonrisa desapareció.

El hombre, aún paralizado, la miró con los ojos abiertos de par en par, su piel más pálida que la de un cadáver. Merss no apartó su mirada de él.

Levantó lentamente su mano.

Con un solo dedo, lo señaló.

—¿Cómo puedes traicionar la mano que te sacó de la pobreza y el hambre?

Su voz no fue fuerte, pero se sintió como un trueno en la sala.

Los murmullos de los invitados se intensificaron. Algunos dieron un paso atrás. Otros miraron con desprecio al traidor, cuyos labios temblaban sin poder emitir palabra.

Eldric observó con satisfacción cómo la trampa se cerraba por completo.

El rey Dorion, con su postura imponente, hizo un gesto a sus soldados.

—¡Deténganlo!

Y antes de que el traidor pudiera siquiera intentar correr, fue rodeado por guardias con espadas desenvainadas.

El traidor, al verse acorralado, dejó que su furia y su desesperación se desbordaran.

—¡¿Qué sabes tú de pobreza y de hambre?! —escupió con desprecio, su voz temblando de rabia—. ¡Eres la Santa! ¡Naciste entre oro y seda! ¡¿Qué sabes tú de dolor?!

La acusación resonó en la sala como una chispa en un barril de pólvora.

Eldric y Latem dieron un paso al frente, sus rostros oscuros por la indignación. Sabían que esas palabras eran una mentira descarada, una burla cruel a todo lo que Merss había soportado.

Pero antes de que pudieran hacer algo…

Un golpe seco los detuvo.

La bofetada resonó en el aire.

El traidor se tambaleó hacia un lado, su mejilla marcada por la huella ardiente de la mano de Merss.

El silencio que cayó sobre la sala fue absoluto.

Todos miraron a la Santa con incredulidad.

No porque hubiera levantado la mano contra alguien.

Sino porque su expresión…

No era de rabia pura.

Era una mezcla desgarradora de ira y pena.

Sus ojos dorados brillaban con una tristeza profunda, como si en el fondo deseara que ese hombre hubiera sido otra persona.

Que no hubiera elegido ese camino.

Merss bajó lentamente la mano, su pecho subiendo y bajando con una respiración temblorosa.

—No sabes nada de mí.

Su voz fue baja, contenida. Pero cargada de una fuerza devastadora.

El traidor tragó saliva, sintiendo que había sido realmente visto.




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