Fenix de Vered: Historias de Merss

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Merss observaba la espalda de Eldric mientras él la guiaba por los pasillos. Su mirada se deslizó hacia su cabello rubio, que caía con naturalidad sobre su nuca. Un mechón más largo que el resto se enroscaba sutilmente en su espalda. Era un detalle que no había notado antes.

A pesar de ser un rey, Eldric era increíblemente cercano. No dudaba en tomarla de la mano cuando era necesario, cargarla sin esfuerzo o hablarle sin la frialdad con la que los líderes de la Iglesia solían dirigirse a ella. Aquí, en este continente, todo parecía diferente.

La autoridad no implicaba distancia ni crueldad. No era un peso que te obligara a bajar la cabeza y callar. Desde su llegada, todos se habían preocupado por ella, no porque fuera la Santa, sino simplemente porque era un ser humano. Esa idea resonó profundamente en su interior. Era algo que la Iglesia nunca le había enseñado.

Cuando llegaron a la cocina, el lugar aún estaba lleno de los restos de la fiesta. Las mesas estaban cubiertas de platos exquisitos, frutas frescas y dulces preparados con esmero. Eldric sonrió con astucia mientras frotaba sus manos.

—Veamos qué merece comer nuestra Santa… —murmuró con tono travieso.

Con un simple gesto, varios platos comenzaron a flotar en el aire, deslizándose suavemente hacia él. Merss observó el espectáculo con fascinación. Había sentido el poder de su magia cuando la usó contra Naxta, pero lo había olvidado por completo. Eldric era un mago. Y uno poderoso.

—Listo. Esto debería ser suficiente para ambos —dijo mientras hacia flotar los platos con facilidad y le dedicaba una sonrisa cálida—. Vamos al invernadero.

Sin esperar respuesta, volvió a tomar su mano y la guió por los pasillos. Merss no se resistió. Era extraño, pero no sentía la necesidad de apartarse. Quizás era porque no había rigidez en su toque, solo una calidez reconfortante.

Cuando llegaron al invernadero, el lugar seguía resplandeciendo con la vida que ella misma había devuelto. Las flores estaban en plena floración, los árboles lucían más frondosos que nunca. La magia aún vibraba en el aire, sutil pero palpable. En el centro, las coloridas mantas y los cojines seguían allí, tal como la reina Elena los había dejado.

—Perfecto —dijo Eldric, sentándose con naturalidad y colocando los platos sobre la manta. Luego se acomodó con las piernas cruzadas y le dio una leve palmada en el espacio a su lado—. Siéntate.

Ella obedeció sin titubear, sintiéndose extrañamente cómoda en su presencia.

Merss comía con timidez, tomando una fruta cercana y llevándola a su boca con delicadeza. Eldric la observó mientras cortaba un trozo de carne con facilidad.

—¿Sabes usar un tenedor? —preguntó con curiosidad.

Merss se detuvo, bajando la mirada.

—No, lo lamento.

Eldric chasqueó la lengua y negó con la cabeza.

—No te disculpes. Ven, te enseñaré.

Con paciencia, le explicó cómo sujetar el tenedor correctamente, cómo usar el cuchillo para cortar con elegancia y la forma en que debía sostener la cuchara para evitar que se le cayera el contenido. También le contó cómo algunos nobles estirados insistían en usar más de veinte utensilios distintos solo para aparentar elegancia.

—Una reverenda tontería. —Se rió, cortando otro pedazo de carne.

Merss aprendía rápido. Sus movimientos, aunque al principio torpes, pronto se volvieron fluidos y naturales. Parecía que toda su vida había estado esperando recibir instrucciones sobre cómo ser libre.

Eldric la miró con diversión, apoyando su codo en su rodilla y descansando la cabeza en su mano.

—Oh~, Santa Merss… si no fuera porque yo mismo te vi en las condiciones en que la Iglesia te tenía, creería que eres una dama noble.

Merss le sonrió con dulzura.

—Solo tengo un gran instructor.

Antes de que Eldric pudiera responder, una voz interrumpió la tranquilidad.

—¿Les molesta si me uno?

Latem entró al invernadero con una sonrisa divertida, sosteniendo dos copas y una botella de vino en la mano.

—Sí. —respondió Eldric de inmediato, sin disimular su molestia.

—No, claro que no. —dijo Merss, sonriéndole con calidez.

Latem soltó una carcajada mientras tomaba asiento demasiado cerca de Merss.

—Escucharé lo positivo.

Eldric lo fulminó con la mirada mientras Latem se acomodaba, pero no dijo nada.

La cena continuó, y Merss probaba con curiosidad cada plato frente a ella. Cada nuevo sabor la maravillaba. Sus ojos brillaban con emoción mientras saboreaba los alimentos con lentitud, disfrutando cada bocado como si fuera un tesoro.

Mientras tanto, Eldric y Latem bebían vino, observándola con una satisfacción silenciosa. Verla comer era casi un espectáculo en sí mismo.

Pero de repente, Merss comenzó a ahogarse con un trozo de comida.

Latem reaccionó al instante, ofreciéndole su copa.

—Bebe.

Ella la tomó sin dudar y bebió todo el contenido de un solo trago, respirando con más tranquilidad después.

Los dos hombres continuaron su conversación sobre su infancia, recordando anécdotas y riendo juntos. Merss, distraída y aún explorando los sabores, volvió a tomar una copa sin darse cuenta.

Bebió lentamente, disfrutando del líquido dulce en su boca…

Sin notar que era la copa de Eldric.

Y sin darse cuenta de que el calor en su cuerpo y el leve mareo en su cabeza eran señales claras de que el vino estaba comenzando a afectarla.




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