Merss parpadeó lentamente, sintiendo cómo su cabeza se volvía ligera. El calor en su pecho era extraño, pero agradable, como si estuviera envuelta en una nube tibia. Su mirada vagaba distraídamente entre Eldric y Latem, quienes seguían conversando y riendo entre ellos.
Fue entonces cuando notaron que Merss sostenía la copa de Eldric y seguía bebiendo de ella con entusiasmo.
Eldric arqueó una ceja, divertido.
—Merss… ¿te acabas de beber mi vino?
Ella dejó la copa sobre la manta y asintió con una pequeña sonrisa satisfecha.
—Estaba rico.
Latem soltó una carcajada mientras Eldric la observaba con una mezcla de sorpresa y diversión.
—¿Cuánto bebiste? —preguntó Eldric, inclinándose hacia ella.
Merss levantó los dedos, intentando contar, pero terminó riendo cuando se confundió.
—No sé… pero todo sabe más… más feliz. —Movió las manos en el aire, como si tratara de capturar esa sensación.
Eldric intercambió una mirada cómplice con Latem. Ambos comprendieron lo que estaba pasando: Merss estaba ebria.
Latem, siempre juguetón, se inclinó un poco hacia ella.
—Oye, Merss, ¿qué piensas de Eldric?
Merss ladeó la cabeza, pestañeando con curiosidad.
—Es rubio.
Eldric bufó una risa, pero Latem no se detuvo ahí.
—Sí, sí, pero ¿qué más?
Merss frunció el ceño, concentrándose profundamente, como si fuera una tarea monumental.
—Es rubio… y grande… y fuerte… —Ladeó la cabeza y bajó la voz, como si compartiera un secreto—. A veces da miedo.
Eldric fingió sentirse ofendido.
—¿Miedo?
Merss asintió solemnemente, aunque sus palabras eran tan serias que solo lograron hacerlo reír.
—Pero también eres amable… me enseñas a comer y no me pegas cuando hablo.
El invernadero quedó en silencio por un instante. Eldric y Latem se miraron de reojo, el aire de diversión desapareció brevemente ante la sinceridad de Merss.
Sin embargo, antes de que pudieran decir algo, Merss ya había cambiado de tema.
—Oh, pero Latem también es grande… y fuerte…
Latem sonrió orgulloso.
—¿Y?
Merss le dio unas palmaditas en el brazo.
—Eres como un oso de peluche.
Eldric se atragantó con su trago de vino, mientras Latem la miraba incrédulo.
—¿Oso de peluche?
—Sí… grande y calientito… suave… —Merss bostezó y apoyó su cabeza en el brazo de Latem con total confianza.
Latem abrió la boca para responder, pero no encontró palabras. Eldric, sin embargo, aprovechó la oportunidad.
—Oye, osito, ¿quieres que te teja una bufanda también?
Latem le lanzó una mirada asesina, pero Eldric solo rió.
Merss, ajena al caos que había desatado, levantó la mano de repente.
—Oh… ¿puedo preguntar algo?
Eldric sonrió con diversión.
—Claro.
Merss entrecerró los ojos, como si su pregunta fuera de suma importancia.
—¿Por qué los hombres son tan… tan grandes?
Latem se aclaró la garganta, tosiendo para ocultar su risa. Eldric simplemente se recostó en los cojines con una sonrisa arrogante.
—Vered nos hizo perfectos, pequeña Santa.
Merss parpadeó y ladeó la cabeza.
—¿Entonces por qué a veces hueles raro?
Latem estalló en carcajadas, mientras Eldric dejó caer la cabeza hacia atrás con un suspiro dramático.
—Merss, por Vered… deja de hablar.
Pero Merss no se detuvo. Parecía haber perdido cualquier filtro.
—Eldric huele raro… pero Latem huele bien.
Latem se llenó de orgullo y le lanzó una mirada triunfante a Eldric, quien lo miró con incredulidad.
—¡No es cierto! —protestó Eldric—. Yo huelo bien.
Merss negó con la cabeza, muy seria.
—No… a veces hueles a sudor… y a caballo.
Latem se desplomó de risa, sujetándose el estómago. Eldric, completamente ofendido, tomó una almohada y se la lanzó.
—¡Por Vered, Merss, cállate!
Pero ella simplemente abrazó la almohada como si fuera un regalo.
—Eres muy suave para ser un gruñón.
Latem jadeaba de risa, secándose las lágrimas con la manga.
—Por Vered, Eldric, creo que la prefiero así.
Merss se inclinó hacia él, con una seriedad absoluta.
—¿Me prefieres como un oso?
Latem se quedó sin palabras. Eldric volvió a ahogarse con el vino.
La Santa estaba fuera de control.
Y los dos reyes no podían dejar de reír.
De pronto, Merss se levantó de golpe, tambaleándose peligrosamente. Su mirada inquieta recorría el invernadero como si hubiera olvidado algo importante.
Eldric y Latem la observaron con atención, aún con rastros de risa en sus rostros.
—¿Qué buscas? —preguntó Latem, intentando contener otra carcajada.
Merss frunció el ceño con concentración.
—Mi… mi velo.
Eldric arqueó una ceja.
—¿Para qué?
Merss dio un par de pasos torpes hacia los cojines, pero su equilibrio era inexistente.
—Porque… porque nadie debe ver mi cara.
Sus palabras eran serias, pero su voz arrastrada y la forma en que casi tropezó con sus propios pies hicieron que los dos hombres se mordieran la lengua para no soltar otra carcajada.
Latem se levantó con calma y la sostuvo por los hombros para que no cayera.
—Merss, todos ya te vimos la cara.
Merss lo miró con los ojos entrecerrados.
—¡No importa! Si lo uso ahora… nadie recordará nada.
Eldric se llevó una mano a la cara, intentando no explotar de risa otra vez.
—Merss… el velo no borra recuerdos.
Merss lo miró completamente atónita.
—¿¡Qué!?
Latem soltó un bufido divertido y la ayudó a sentarse de nuevo.
—Ya, ya, ven aquí. No vas a ninguna parte en ese estado.
Merss hizo un puchero.
—Pero… mi velo…
Eldric le revolvió el cabello con una sonrisa burlona.
—Olvídate del velo, Santa borracha.
Merss frunció el ceño, inflando las mejillas como una niña a la que acababan de regañar.
—¡No estoy borracha! —protestó con voz firme… o al menos lo intentó, porque su lengua se enredó un poco al hablar—. Estoy… feliz.