Latem y Eldric intercambiaron una mirada. Sabían que no debían hacerlo.
No era correcto aprovecharse de su estado.
Pero…
¿Cuándo más tendrían la oportunidad de obtener respuestas sin filtros?
Latem fue el primero en hablar.
—Merss… ¿cómo era tu habitación en la iglesia?
Merss ladeó la cabeza, como si la pregunta fuera extraña.
—¿Mi habitación?
—Sí. —Eldric apoyó un codo en su rodilla, observándola con atención—. ¿Era grande? ¿Tenía ventanas?
Merss pestañeó lentamente.
—Oh… sí, era grande.
Eldric y Latem intercambiaron una mirada, sorprendidos. No esperaban esa respuesta.
—¿En serio? —preguntó Latem.
Merss asintió con una pequeña sonrisa.
—Sí. Tenía una cama y un armario lleno de ropa bonita.
Eldric entrecerró los ojos.
—¿Y la usabas?
Merss negó con la cabeza, como si fuera obvio.
—No, claro que no.
—¿Entonces para qué estaba? —preguntó Latem, sintiendo que la respuesta no le iba a gustar.
—Para cuando alguien venía a verme.
Silencio.
—¿Alguien venía a verte? —repitió Eldric, su voz baja.
Merss asintió sin notar la tensión en el aire.
—Sí. A veces eran cardenales, a veces nobles. Tenía que verme bonita.
Latem sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—¿Y qué hacían cuando iban a verte?
Merss se quedó pensando, luego sonrió de nuevo.
—Depende. A veces se sentaban en la silla para darme lecciones… a veces para castigarme… o a veces para jugar con mi regeneración.
Eldric sintió que su corazón se detenía.
—¿"Jugar con tu regeneración"? —repitió con los dientes apretados.
Merss asintió, como si fuera lo más normal del mundo.
—Sí, para asegurarse de que mi poder funcionaba bien.
Eldric se frotó el rostro con ambas manos, tratando de contener la furia que le hervía en la sangre.
—¿Y la silla? —preguntó Latem con voz ronca.
—Oh, era bonita. —Merss sonrió—. Nunca la usé.
—¿Por qué?
—Porque no era mía.
—¿De quién era?
—De quienes venían a verme.
Latem sintió ganas de romper algo.
—¿Tu habitación tenía ventanas?
—No.
—¿Tenía baño?
—No.
Silencio.
Eldric y Latem se quedaron mirándola con el estómago revuelto, sin saber si querían seguir escuchando.
Pero Merss seguía sonriendo.
Latem y Eldric intercambiaron una mirada. Cada respuesta era peor que la anterior.
Pero… no podían detenerse.
No ahora.
Latem tomó aire y preguntó con cautela:
—¿Y el Papa? ¿Cómo te trataba?
Merss pestañeó lentamente, como si la pregunta la confundiera.
—El Papa es muy sabio. —Su voz sonó suave, casi devota.
Eldric apretó los dientes.
—Eso ya lo dijiste. Pero, ¿cómo era contigo?
Merss inclinó la cabeza, pensándolo.
—Siempre decía que yo era la elegida… que mi propósito era servir a Vered a través de la Iglesia. —Se rió suavemente—. Me enseñó muchas cosas.
Latem sintió un mal presentimiento.
—¿Qué cosas?
Merss apoyó la cabeza en sus manos, como si estuviera recordando con cariño.
—Cómo sonreír sin importar el dolor… cómo obedecer sin cuestionar… cómo limpiar mi alma de pensamientos impuros…
Silencio.
Eldric cerró los ojos con fuerza, tratando de contener la ira que le quemaba por dentro.
Latem tragó saliva.
—¿Te castigaba mucho?
Merss hizo un gesto con la mano, quitándole importancia.
—Solo cuando era necesario.
—¿Y cuándo era necesario?
—Cuando hablaba demasiado… o cuando no sonreía lo suficiente.
Latem sintió náuseas.
—¿Qué te hacía?
Merss sonrió.
—Oh, no se ensuciaba las manos. —Dijo con un tono casi divertido—. Solo daba la orden.
—¿Y quién lo hacía?
—la mayoría del tiempo los soldados negros. A veces los cardenales, a veces los sacerdotes de alto rango… a veces los nobles si habían venido de visita.
Eldric sintió que le temblaban las manos de pura rabia.
Pero Merss seguía hablando con la misma voz tranquila.
—El Papa siempre decía que todo era por mi bien.
Latem y Eldric se miraron, y por primera vez en toda la noche, desearon no haber preguntado.
Latem y Eldric necesitaban una pausa. Algo, cualquier cosa, que no los hiciera querer incendiar la Iglesia en ese mismo instante.
Latem intentó forzar una sonrisa, aunque su mandíbula estaba tan tensa que le dolía.
—Merss… ¿había alguien en la Iglesia que te tratara bien?
Merss sonrió con dulzura, como si por fin recordara algo bueno.
—Claro.
Eldric sintió un leve alivio, pero su estómago aún estaba revuelto.
—¿Quiénes?
—Latael y Tasael.
Latem asintió lentamente.
—¿Y qué hacían por ti?
Merss inclinó la cabeza con ternura.
—A veces me llevaban comida cuando estaba demasiado débil para moverme… o me abrazaban después de que me golpearan.
El silencio fue absoluto.
Eldric sintió que algo se rompía dentro de él.
Latem apretó los puños.
—Te… ¿te abrazaban después de que te golpearan? —repitió, con la voz llena de incredulidad.
Merss asintió con una sonrisa.
—Sí. Me decían que todo pasaría pronto… que tenía que aguantar solo un poco más.
Eldric sintió una furia helada trepándole por la espalda.
—¿Y ellos te golpeaban?
Merss negó con la cabeza rápidamente.
—¡No! Ellos no.
Latem se obligó a respirar hondo.
—¿Y quién sí?
Merss parpadeó.
—Todos los demás.
Eldric se puso de pie de golpe.
No podía escuchar más. No sin querer matar a alguien en este mismo instante.
Eldric se detuvo en seco, con los puños apretados y la respiración pesada.
Giró lentamente para ver a Merss, quien lo miraba con la cabeza ladeada, mordiendo una uva con total inocencia.
—¿A dónde vas, chico rubio? —preguntó con curiosidad.
Latem, que apenas había logrado contener su propia ira, casi se atragantó con la risa.