La noche cubría el Imperio Dorado con un manto de sombras mientras Latael y Tasael se deslizaban entre las calles adoquinadas, ocultos bajo gruesas capas con capuchas. Caminaban con discreción, asegurándose de no llamar la atención, hasta detenerse frente a una puerta de madera desgastada.
Latael golpeó tres veces.
—Señala a la Iglesia.
Desde el otro lado, una voz ronca respondió:
—Por ahora están aquí.
Latael bajó la mirada y señaló el suelo.
—En el infierno.
La puerta se abrió de inmediato. Sin perder tiempo, descendieron por una angosta escalera de piedra hasta llegar a una habitación iluminada solo por candelabros parpadeantes.
Dentro, dos figuras encapuchadas los esperaban.
—Les juro que si no fuera porque su proclamado dios no me dejó de molestar, no hubiera venido. —gruñó una voz con un dejo de fastidio.
—Si no fuera por el Fénix de Vered, jamás hubiera creído que eras nuestro aliado. —respondió con frialdad otro de los presentes.
—Por favor, no discutan. —Latael retiró su capucha, dejando ver sus ojos dorados—. Esto es para salvar a la Santa.
Los demás hicieron lo mismo, dejando al descubierto sus identidades.
El príncipe Ludian.
El demonio Naxta.
—No puedo creer que vayan a hacer algo así. —gruñó Ludian con el ceño fruncido.
—La Iglesia está podrida. —espetó Naxta, mostrando sus colmillos con desprecio—. Una plaga de gusanos hipócritas.
Latael extendió un mapa sobre la mesa del centro.
—Por lo que he averiguado, aún no han cerrado ningún trato para vender a la Santa. Todavía hay tiempo para confirmar si hay rumores en el Reino de Dueria.
Naxta chasqueó la lengua y cruzó los brazos.
—Eso puedo hacerlo. Hay un mercado negro en Dueria que mantiene negocios con los demonios. Puedo mover algunos hilos.
Ludian lo miró con desagrado.
—¿Negocios ilegales con demonios?
Naxta se encogió de hombros con fingida inocencia.
—Por favor, su "alteza". El tono burlón en su voz era evidente—. El territorio demoníaco está justo al lado. Es natural que algunos de los míos se sientan tentados.
Se inclinó levemente, con una sonrisa ladina.
—En mi defensa, no tengo nada que ver con ellos. Yo intento hacer las cosas de manera formal y legal… por eso hablé con tu padre.
Latael interrumpió antes de que la discusión escalara.
—Naxta, entonces te dejaremos la recolección de información.
Tasael miró al demonio con una expresión que Naxta no supo interpretar.
No había desprecio en sus ojos dorados.
No había desconfianza.
Solo aceptación.
Por alguna razón, esa mirada lo incomodó.
Latael cruzó los brazos, cambiando el tono de la conversación.
—El Papa está organizando en secreto a sus "soldados negros". Quiere enviar un escuadrón élite a recuperar a la Santa.
Ludian se tensó de inmediato.
—¿Cómo? ¡Mi padre le prohibió usar los puertos del Imperio Dorado!
—Exacto. —Latael suspiró, pasando una mano por su cabello—. Pero lamentablemente, sigo siendo su mano derecha. Y él me ha ordenado organizar la expedición para recuperar a la Santa.
Naxta bufó con desdén.
—Vaya, pero qué buen trabajador eres.
—No me queda opción. —respondió Latael con sequedad—. Dueria tiene un gran interés en la Santa. Gracias a eso, han accedido a prestarle sus puertos para viajar hasta el Reino de Tegica.
—¿Cuándo zarparán? —preguntó Tasael.
—A fin de mes. —respondió Latael con firmeza—. Nos quedan unas semanas para planear un contraataque.
Justo en ese momento, la marca de Vered en sus manos brilló con intensidad.
Todos contuvieron el aliento cuando una voz resonó en sus mentes.
—Vayan al puerto del Reino Lamente y arrojen esto al agua.
Un destello de luz iluminó el centro de la mesa.
Cuando la luz se disipó, una perla del tamaño de una manzana reposaba sobre la madera.
Naxta la tomó con cautela, observándola con desconfianza.
—¿Qué planeas, Vered?
Tasael abrió los ojos con una revelación repentina.
—El Reino Profundo… ¡los dragones marinos!
Los demás voltearon a verlo con sorpresa.
Ludian negó con la cabeza.
—Eso es imposible. Ellos jamás han hablado con los humanos.
Latael entrecerró los ojos.
—¿Y si ya lo hizo la Santa?
Se hizo un silencio pesado.
Finalmente, Latael tomó aire y habló con determinación.
—No tenemos otra opción.
Se giró hacia Tasael.
—Falsificaré un documento que me permita viajar con la excusa de buscar un tributo en el Reino Profundo.
Miró a Ludian.
—Tú puedes ofrecerte para supervisar la misión y asegurarte de que no haya corrupción.
Finalmente, fijó su mirada en Naxta.
—Y bueno… tú simplemente puedes aparecer.
Naxta se encogió de hombros con indiferencia.
—Siempre hago una entrada llamativa.
Latael sonrió con astucia.
—Entonces nos vemos en seis días en el puerto del Reino Lamente.
Sin decir más, los cuatro se estrecharon la mano.
La alianza estaba sellada.
La cacería había comenzado