El agua salada rozaba la piel de Merss mientras observaba con asombro a la criatura frente a ella. Su silueta era esbelta y etérea, como una visión arrancada del cielo nocturno y depositada en el océano. Sus ojos reflejaban la profundidad del mar, y su cabello flotaba como si la gravedad no tuviera dominio sobre él.
—Eres bellísimo… pareces algo caído de las estrellas. —susurró Merss, acercándose sin la más mínima reserva.
La criatura sonrió con autosuficiencia.
Sabía que era hermoso.
Pero esta humana no lo miraba con la codicia o el deseo al que estaba acostumbrado. No era la mirada asquerosa de los hombres que anhelaban su poder o su carne.
No.
Los ojos de Merss eran distintos.
Cargaban una curiosidad infantil y una calidez tan pura que lo dejaron intrigado.
—Creo que tú sí podrías ser mi reina. —murmuró con diversión, deslizando su mano hasta la cintura de Merss y acercándola con suavidad.
En la distancia, Eldric explotó.
—¡Esa maldita alimaña…!
Sus manos ardieron con un hechizo letal.
Latem y Loss apenas lograron sujetarlo a tiempo, cada uno atrapando un brazo antes de que el rey lanzara un ataque que podría reducir a cenizas el océano mismo.
—¡Tranquilo! —gruñó Latem, sosteniéndolo con fuerza.
Pero Eldric seguía forcejeando, los ojos encendidos de furia.
Ajena a la escena, Merss rio con dulzura.
—Lo lamento, pero yo no reino… yo sirvo.
Sus palabras fueron suaves, pero firmes.
Y la criatura se detuvo.
Por un instante, su expresión dejó entrever algo parecido a la sorpresa.
Antes de que pudiera responder, una enorme cola escamosa se interpuso entre ellos.
Uno de los dragones marinos gruñó amenazadoramente, apartando con firmeza a la criatura y atrayendo a Merss hacia sí con un movimiento protector.
El tritón levantó las manos con aire despreocupado, riendo nuevamente.
—No te molestes, Acuario. Solo era una sugerencia.
El gruñido del dragón resonó en el aire, profunda y ancestral.
Merss posó una mano sobre sus escamas, acariciándolo con suavidad, como si su mera presencia calmara el ambiente.
—Vered me dijo que necesitarías mi ayuda. —continuó el tritón, con una mirada divertida—. ¿Sabes de qué se trata?
Merss asintió.
—Creo que sí… vi un puerto. Pero no es aquí.
Hizo una pausa, acariciando la cabeza de otro dragón que se le acercó con ternura.
—Alguien quiere ayudarme en ese puerto… y necesita que los ayudes.
El tritón suspiró, flotando de espaldas sobre el agua.
—Todo lo que dices es muy ambiguo.
Merss lo observó detenidamente.
Y entonces… sus ojos se abrieron con asombro.
—¡Tienes cola de pez!
Su voz resonó en la bahía con pura emoción.
El tritón soltó una carcajada estruendosa.
—¿Nunca has visto un tritón en tu vida, mujer?
Giró en el agua con elegancia, su cola brillante reflejando la luz del sol.
—Estamos incluso en los cuentos de hadas.
Merss parpadeó, confundida.
—¿Cuentos de hadas? ¿Qué es eso?
El tritón se quedó en silencio por un segundo.
Y luego, su risa volvió a inundar el aire, burlona y despreocupada.
—¿Acaso viviste encerrada en una cueva?
La burla en su tono era evidente.
Pero Merss se quedó quieta.
Pensó en la iglesia.
En las paredes frías.
En los pasillos sin ventanas.
En las cadenas invisibles que la mantenían encerrada.
No respondió.
Porque, de alguna manera… sabía que la respuesta no le gustaría.
Merss volvió a mirarlo con curiosidad, sin apartar la mano del hocico del dragón que ronroneaba bajo su tacto. A su alrededor, las colosales criaturas marinas se movían inquietas, como si esperaran algo, como si sintieran la importancia de ese momento.
—¿Me ayudarás entonces? —preguntó con voz serena, sus dedos acariciando con ternura las escamas de la bestia a su lado.
El tritón rodó los ojos, con la exasperación de alguien que ya conocía la respuesta y solo se resignaba a aceptarla.
—No sé por qué Vered cree que soy tan servicial… —murmuró con desdén, pero cuando su mirada se posó en Merss, había en ella una chispa de interés genuino—. Pero sí, te ayudaré.
Merss le regaló una sonrisa cálida, sincera, de esas que iluminaban como un amanecer.
—Gracias.
Azurit se quedó en silencio.
Era la primera vez que alguien le agradecía de esa manera.
Sin miedo.
Sin intenciones ocultas.
Solo… pura gratitud.
Desde la orilla, tres figuras observaban la escena en completo silencio.
Latem y Loss tenían que usar todas sus fuerzas para retener a Eldric, cuyos músculos estaban tensos como si estuviera a punto de saltar y arrancarle la cabeza al tritón.
—Tranquilo —susurró Latem, con una calma forzada—. No la ha tocado de nuevo.
—Pero lo hará —gruñó Eldric, su mandíbula apretada de pura rabia.
—Entonces esperemos que la Santa lo haga pedazos primero —bromeó Loss, pero su tono era apenas un poco más relajado que el de Eldric.
El rey de Tegica no se rió.
Solo observó.
Si ese maldito tritón intentaba algo más… lo haría pagar.
Azurit se inclinó con elegancia, sus movimientos tan fluidos como las olas a su alrededor.
—Soy uno de los príncipes del Reino Profundo —se presentó con un destello travieso en los ojos—. Azurit. Encantado, señorita…
Merss alzó la vista por un instante, contemplando cómo los primeros rayos del sol teñían el cielo con matices dorados y rosados. El amanecer en el mar era algo nuevo para ella, algo hermoso, pacífico. Así que trató de responderle con la misma cordialidad.
—Soy la hija elegida por Vered —hizo una reverencia con la gracia de alguien que había sido entrenado para verse perfecta—. Soy la Santa Merss.
En cuanto escuchó esas palabras, la expresión de Azurit cambió. Sus ojos se oscurecieron con algo que Merss no supo interpretar.