Azurit se asomó lentamente, apenas dejando que sus ojos brillantes emergieran sobre la superficie del agua.
La escena que presenciaba era... caótica.
El rey de Tegica le gritaba a la santa con el ceño fruncido, su cuerpo rígido por la furia contenida.
A su lado, el hijo del rey Dorion la miraba con confusión e intensidad, pero sin la hostilidad que cargaba el otro monarca.
Azurit no había visto sus recuerdos, así que no sabía si eran sus aliados o enemigos.
Pero no tuvo tiempo de sacar conclusiones.
Uno de los dragones marinos rugió con furia.
El rey de los dragones se lanzó sobre Eldric con un movimiento feroz, su cuerpo escamoso cortando el agua con rapidez.
Eldric apenas tuvo tiempo de levantar una mano.
Una barrera mágica resplandeció a su alrededor, justo a tiempo para bloquear el ataque.
El impacto retumbó en el aire con una onda de energía, haciendo temblar la arena bajo sus pies.
—¡Acuario! ¡Estoy bien! —Merss giró de golpe, extendiendo las manos—. Él no me hace daño...
Se quedó un segundo en silencio, buscando las palabras.
—Es... es...
—¿Tu amigo? —intentó Latem.
—¿Tu secuestrador? —bufó Eldric.
Merss frunció levemente el ceño.
—Un... benefactor.
Murmuró las palabras con cautela, sin estar segura de si era la elección correcta.
Pero Eldric no tenía paciencia para debates filosóficos.
—¡Oye, lagarto gigante! —gruñó con los dientes apretados—. Dile a tu mascota que se calme o voy a golpear su bonito rostro.
El tono de Eldric destilaba pura amenaza.
Latem, en cambio, se acercó a Merss con una emoción desbordante en el rostro.
—¿Puedes decirle que se acerque? —susurró con los ojos brillando de entusiasmo—. ¡Mi sueño siempre ha sido tocarlos!
Merss parpadeó.
De un lado, Eldric estaba al borde de una batalla con un dragón.
Del otro, Latem parecía un niño emocionado a punto de abrazar a un cachorro.
Y en el fondo, Loss se cubría el rostro con una mano, claramente preguntándose cómo terminó involucrado en esto.
Merss no pudo evitarlo.
Soltó una carcajada.
Una risa pura, genuina, desbordante de alegría.
Las lágrimas rodaron por su rostro mientras la risa la sacudía.
El sol brillaba alto en el cielo, iluminando la escena con tonos dorados.
Por primera vez en mucho tiempo, se sintió ligera.
Se sintió... feliz.
Merss se volvió hacia ellos; su sonrisa aún brillaba con serenidad.
—Lo lamento, Latem, pero no puedo obligar a un rey a bajar la cabeza.
Latem pareció visiblemente decepcionado, pero no insistió. Merss echó un último vistazo a la escena antes de partir, queriendo grabar en su memoria aquel momento. Su mirada se detuvo en Azurit, quien apenas asomaba la cabeza sobre la superficie del agua. Ella le dedicó una sonrisa y una reverencia respetuosa.
Eldric, en cambio, clavó su mirada en el mar con furia contenida, pero no había nada. Incluso el dragón marino se había esfumado. Resoplando con fastidio, levantó una mano y con su magia atrajo a Loss, Latem y Merss, teletransportándolos de golpe al palacio.
Merss cayó de rodillas, mareada por el repentino cambio.
—¡Eld, no hagas eso sin avisar! —protestó Latem, tambaleándose un poco.
Merss se levantó con cuidado y trató de caminar, pero Eldric la sujetó del brazo antes de que diera un paso más.
—Háblame de la visión —ordenó con voz firme—. ¿Por qué fuiste a la playa a hablar con el príncipe del Reino Profundo?
Merss sintió el peso de su autoridad y la fuerza de su agarre en su brazo.
—Vered me mostró ese lugar en el mar —susurró—. Le pidió ayuda a Azurit para algo… pero no sé qué. Lo lamento. Lo lamento mucho.
Y sonrió.
Esa sonrisa.
La misma de siempre.
Eldric la reconoció al instante.
Era la sonrisa que usaba cuando tenía miedo.
Intentaba encogerse sobre sí misma, esperando el castigo.
Su mano aún sujetaba su brazo. Eldric la soltó de inmediato.
—No hagas eso.
Su voz salió más baja, más áspera de lo que pretendía.
Merss parpadeó, confundida.
Eldric cruzó los brazos y exhaló con frustración.
—No tienes que disculparte por todo lo que haces.
Merss bajó la mirada.
—Pero… actué sola.
—Sí, lo hiciste. —La miró con severidad—. Y lo haces todo el tiempo, ¿no?
Merss se mordió el labio, pero asintió levemente.
—Vered me mostró ese lugar en el mar —repitió en voz baja—. Pidió ayuda a Azurit, pero no sé para qué.
Latem se acercó un poco más.
—Él aceptó sin dudarlo.
Merss asintió.
—Sí.
Eldric se pasó una mano por la sien, exasperado.
—Por supuesto que lo hizo.
Nada de esto tenía sentido aún, pero había una cosa clara:
Veréis, seguía moviendo sus piezas.
De pronto, Merss tembló ligeramente. Sus ropas aún estaban empapadas.
—Necesitas un baño caliente —comentó Latem, pero Merss se tensó de inmediato.
Latem se percató del súbito cambio en su postura.
Eldric también.
Sus hombros se habían puesto rígidos. Su respiración se volvió más superficial.
—Merss —Eldric la llamó con seriedad—. ¿Qué pasa?
Ella parpadeó varias veces, tratando de encontrar la respuesta correcta.
—Yo… puedo limpiarme sola.
Su voz sonaba torpe. Sus manos se apretaban sobre su vestido mojado.
Latem frunció el ceño.
—¿Por qué dices eso como si necesitaras aclararlo?
Merss tardó unos segundos en responder.
Eldric ya imaginaba la respuesta.
—¿Cómo te bañabas en la iglesia? —preguntó con cautela.
Merss se mordió el labio, pero al final respondió con su habitual inocencia:
—A veces lo hacían por mí.
Latem sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
Eldric cerró los ojos con fuerza.
Pero Merss continuó, sin notar la tensión en ellos.
—Otras veces me arrojaban agua fría, y tenía que frotarme rápido antes de que se me congelaran los dedos.