La reina Elena observó cómo las sirvientas preparaban el baño con esmero, asegurándose de que todo estuviera perfecto. La fragancia de pétalos flotando en el agua se mezclaba con el vapor, creando una atmósfera de calma y calidez.
Latem, de pie a su lado, hablaba en voz baja con una de las mujeres cuando su madre se le acercó.
—Pequeña —llamó con dulzura, dirigiéndose a Merss—, ¿podría acompañarte?
Merss se sobresaltó.
La idea de no estar sola le resultaba extraña, pero en su mente luchaban dos pensamientos. Por un lado, el temor arraigado en sus recuerdos. No había vivido experiencias agradables con los baños. Pero por otro lado… La reina Elena había sido buena con ella. Siempre amable, siempre cálida.
"No creo que me haga nada incómodo."
Antes de que pudiera responder, Latem se inclinó y le susurró a su madre lo que Merss había dicho sobre los baños en la iglesia.
Elena sintió un golpe de indignación y tristeza al mismo tiempo.
Llevó una mano a su boca, reprimiendo el impulso de apretar los dientes con rabia.
Se agachó hasta estar a la altura de Merss y le sonrió con la misma ternura de siempre.
—Pequeña… discúlpame por haberme entrometido. Puedes disfrutar del baño sola.
Le acarició suavemente la espalda, dispuesta a retirarse.
Pero en cuanto intentó moverse, sintió un tirón en su vestido.
Merss tenía la mirada baja, con los dedos apretando el tejido de la tela.
—Sí está bien… —Su voz era pequeña, frágil. —¿Puede quedarse?
Elena parpadeó, sorprendida.
Merss no quería estar sola.
No en un lugar desconocido.
No en un momento tan vulnerable.
Elena sonrió con dulzura y le acarició el cabello con gentileza.
—Por supuesto, pequeña.
Latem sintió una extraña calidez en el pecho.
Su madre siempre había sido así. Cálida. Comprensiva.
Y ahora, esa calidez envolvía a Merss, como siempre debió haber sido cuidada.
Se retiró con discreción, dejando a su madre y a Merss solas.
Elena tomó su mano con suavidad y la guió hasta el gran baño.
La habitación estaba iluminada con luces tenues, reflejándose en las aguas cristalinas de la pileta de piedra. La fragancia dulce de las flores y las frutas flotaba en el aire, mientras el sonido del agua cayendo desde las bocas de los dragones esculpidos llenaba el ambiente con un murmullo relajante.
Merss se detuvo en la entrada.
Sus ojos dorados recorrieron el lugar con una mezcla de fascinación y temor.
El baño era enorme.
Mucho más grande que la cubeta de agua fría que le arrojaban en la iglesia.
Elena lo notó. La tensión en su cuerpo. La incertidumbre.
Con paciencia, se acercó a la orilla de la pileta y metió la mano en el agua, comprobando la temperatura.
—Está perfecta. —Le sonrió—. Ven, Merss.
La joven inhaló hondo y dio su primer paso.
Elena la ayudó a quitarse la ropa con cuidado.
Merss se dejó hacer sin resistencia, sin rastro de pudor ni vergüenza. No conocía esos sentimientos.
Elena sintió un nudo en la garganta.
Pero no la trató con lástima.
Solo con el cariño con el que una madre trataría a su hija.
Con paciencia, la guió hasta el agua y ambas entraron juntas.
Era cálido. Cómodo. Seguro.
Elena tomó un cuenco de cerámica y lo llenó con agua antes de verterlo suavemente sobre la cabeza de Merss.
Sus dedos se deslizaron entre los mechones oscuros con delicadeza, masajeando su cuero cabelludo, lavando su cabello con movimientos suaves y meticulosos.
Merss cerró los ojos, disfrutando la sensación.
Era cálido.
Era cómodo.
Era… extraño.
Nadie la había bañado así antes.
Siempre eran manos apresuradas. Frías. Mecánicas.
O miradas incómodas. Ásperas.
Que la hacían sentir como un objeto, no como una persona.
Pero la reina Elena solo la trataba con ternura.
El agua caliente envolvía sus cuerpos como un abrazo, disipando el frío que aún quedaba en los huesos de Merss.
La reina vertió un poco más de agua sobre su cabello y sonrió con tranquilidad.
—Así deberían ser siempre tus baños, pequeña.
Merss abrió los ojos, sorprendida.
—¿Así… siempre?
—Sí.
Elena le pasó los dedos con cariño entre el cabello mojado.
—Un momento de paz, de cuidado. Algo solo para ti.
Merss bajó la mirada al agua.
Las luces danzaban en la superficie, reflejándose en su piel.
—No sabía que un baño podía sentirse así… —susurró.
Elena sintió un nudo en la garganta, pero no dejó que la tristeza la dominara.
En su lugar, le sonrió.
—Ahora lo sabes.
Merss asintió lentamente, grabando en su memoria esa sensación.
Calidez. Seguridad. Paz.
Por primera vez…
Un baño era algo que quería volver a experimentar.
Merss se asustó ligeramente, sorprendida por el sonido de su propio estómago. No estaba acostumbrada a sentir hambre de esa manera.
La reina Elena soltó una risa suave y le pasó una bata de tela fina y suave.
—Vamos, pequeña. No puedes enfrentarte al mundo con el estómago vacío.
Merss tomó la bata con cuidado y se la colocó, disfrutando de la sensación cálida contra su piel. Era una tela ligera, pero comparada con las ásperas ropas de la iglesia, se sentía como un abrazo.
Cuando ambas salieron del baño, Loss ya las esperaba en la puerta.
—La mesa está lista, su majestad.
La reina Elena asintió y miró a Merss con una sonrisa.
—Vamos a desayunar con los caballeros. Seguro estarán encantados de verte recuperada.
Merss asintió tímidamente, pero una parte de ella se sentía feliz.
No solo porque tendría comida caliente, sino porque alguien la esperaba en la mesa.