Fenix de Vered: Historias de Merss

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El rey Kael de Setia, un niño que no aparentaba más de doce años, se acercó con pasos calculados hasta Merss. Su mirada verde reflejaba una mezcla de curiosidad y desconfianza.

—¿De verdad… eres Vered? —susurró, inclinando la cabeza para verla mejor desde abajo.

Merss no respondió.

Solo bajó la mirada hasta él y sonrió con una bondad infinita.

El pequeño monarca sintió un escalofrío recorrer su espalda y, casi de manera instintiva, dio un paso atrás.

Los cuatro reyes la observaban con expresiones radicalmente diferentes.

Ilvana y Asterian la miraban con seria desconfianza, cada uno con sus propias razones para temer su existencia.

Kael, a pesar de su juventud, la analizaba con una curiosidad calculadora, como si estuviera midiendo su verdadero valor en el tablero político.

Pero Luthen…

Luthen la observaba con la devoción de un hombre que acababa de presenciar lo divino en su forma más pura. Como si Merss fuera una diosa hecha carne, sufriendo en la tierra por culpa de los humanos que no la entendían.

Y entonces, ella habló.

Merss giró lentamente hacia ellos.

Los miró en silencio por unos segundos.

Y con una voz serena, pero llena de un peso indescriptible, pronunció su advertencia:

—Los estaré observando.

Una suave luz escapó de su pecho y ascendió como un rayo hacia el cielo, perdiéndose entre las nubes.

Su cuerpo se desplomó.

Antes de que tocara el suelo, Latem la atrapó en sus brazos.

El rey Luthen fue el primero en reaccionar. Se acercó sin vacilar y, con una infinita ternura, acarició el rostro de Merss.

Una suave luz verdosa envolvió su piel, arrancándole un suspiro débil.

Eldric no se movió.

Sabía que no podía intervenir.

No cuando estaba rodeado de otros monarcas.

Cualquier acción suya podría inclinar demasiado la balanza a favor de la Santa… y era peligroso que lo vieran como su aliado tan abiertamente.

El aire se cargó de tensión y asombro.

Latem ajustó su agarre alrededor de Merss, sintiendo su cuerpo increíblemente liviano contra el suyo.

Su respiración era irregular.

Su piel, demasiado fría.

—¿Qué se supone que haremos con ella? —La reina Ilvana rompió el silencio con su tono afilado, cruzándose de brazos. Su mirada gris recorrió a los demás monarcas con cautela. —¿Es una aliada… o una amenaza? Claramente, Vered nos dejó una advertencia.

Eldric bufó, molesto.

—¿A qué viene esa pregunta? —Su mirada azul centelleó con rabia contenida. —Acaba de salvar un reino con sus propias manos. Si alguien aquí representa una amenaza… no es ella.

Kael, aún con Merss en su campo de visión, sonrió con diversión.

—Oh, sí… —apoyó su mentón en su pequeña mano con un gesto pensativo—. Es un milagro caminante… y ya sabemos lo que los milagros pueden hacerle a la balanza del poder.

Ilvana frunció el ceño.

—El problema no es lo que ella hizo aquí. —Su voz se volvió aún más gélida. Casi implacable. —Es lo que significa su existencia para el resto de los reinos.

Miró de reojo a Dorion y Latem.

—Vilat la verá como una salvadora… pero ¿y los demás?

El silencio se hizo más pesado.

Asterian no dijo nada.

Pero su mano aún descansaba sobre la empuñadura de su espada con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos.

El rey Luthen siguió acariciando con delicadeza el cabello de Merss.

Su expresión era serena… pero profundamente triste.

—La vida la ha marcado con una carga demasiado pesada… —susurró, cerrando los ojos. —Puedo sentirlo en su energía.

Nadie lo quería admitir.

Pero aunque la Santa era un milagro viviente…

También era un símbolo de conflicto.

—¿Por qué demonios están todos aquí? Informé que la próxima reunión sería en tres días —gruñó Eldric, cruzándose de brazos con evidente irritación. Él era la cabeza de las reuniones entre los Siete Reinos, y detestaba que sus órdenes fueran ignoradas.

Los monarcas desviaron la mirada con distintos niveles de incomodidad.

Asterian fue el primero en hablar, aún con la mano en la empuñadura de su espada.

—Las circunstancias han cambiado.

Eldric frunció el ceño, su paciencia al límite.

—¿Tan desesperados estaban que no pudieron esperar tres días?

Kael rió con sorna, su juvenil rostro lleno de diversión, pero sus ojos escondían un brillo astuto.

—Cuando la tierra tiembla, los reyes deben moverse.

Ilvana resopló, cruzando los brazos.

—Hubo rumores. Algo grande está ocurriendo en Vilat.

Luthen deslizó sus largos dedos por el cabello de Merss, aún inconsciente.

—Y viendo todo esto… los rumores eran ciertos.

Eldric apretó los dientes.

—No confío en coincidencias. ¿Qué están tramando?

Asterian dio un paso adelante, su voz grave y firme.

—No estamos aquí para jugar. —Sus ojos se clavaron en Eldric con intensidad—. Cuando el equilibrio se rompe, es nuestro deber intervenir.

Latem golpeó el suelo con la punta de su bota, atrayendo la atención de todos.

—No necesitan intervenir en nada.

Ilvana entrecerró los ojos con una sonrisa cortante.

—¿No? ¿Y qué pasará cuando el resto del mundo vea lo que la Santa puede hacer?

—No me importa el resto del mundo —Latem alzo la mirada, imponente—. Ella está bajo nuestra protección.

Su mirada recorrió a cada monarca presente, con la misma fiereza de su padre, Dorion.

—Vilat no se inclinará ante ningún reino. No permitiremos que la conviertan en un arma.

Eldric pasó una mano por su rostro, agotado de la política y las amenazas veladas.

—Bien. Ya están aquí. Hablemos.

Sus ojos azules se volvieron fríos como el acero.

—Pero no se equivoquen. Esto no es una negociación. Yo dicto las reglas aquí.

Su magia crepitó en el aire, dejando en claro quién lideraba esas reuniones.

Luthen observó a Eldric con interés, pero al final asintió con calma.




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