Merss temblaba, sus manos se movían con inquietud en su regazo, tratando de calmarse. Sus ojos recorrieron la sala, escuchando cómo discutían sobre ella, sobre lo que podían hacer con sus poderes. Le recordaban demasiado a los cardenales. Hombres con túnicas pesadas y ojos dorados que no veían a una persona, sino una herramienta.
Su pecho se apretó. Su respiración se volvió errática.
No… no debía molestar a nadie.
Cerró los ojos con fuerza, conteniendo el aire, tratando de desaparecer.
Un toque en su hombro la hizo reaccionar como un resorte.
Su cuerpo cayó al suelo de inmediato, con la frente pegada al mármol, su voz escapando en un susurro tembloroso:
—Lo lamento… no volveré a respirar tan fuerte… por favor, perdóneme, cardenal.
El silencio en la sala fue inmediato.
Kael parpadeó, confundido.
—¿Cardenal?, Kael frunció el ceño. —¿Por qué está actuando así?
Ilvana entrecerró los ojos.
—¿Qué le pasa a la Santa? , La reina Ilvana entrecerró los ojos, cruzando los brazos con incomodidad. —Parece… demasiado sumisa.
—No lo parece —gruñó Dorion—. Lo es.
Merss seguía en el suelo, con la cabeza pegada al piso, temblando, susurrando disculpas entre jadeos ahogados.
Eldric se masajeó las sienes, sintiendo la tensión apoderarse de sus músculos.
—Merss… levántate.
Ella no respondió.
—Merss. —La voz de Latem fue más firme, pero también más gentil. Se inclinó y tocó su hombro con cuidado—. Aquí no hay cardenales.
Merss apenas alzó el rostro, con los ojos desorbitados y húmedos.
—¿No… hay castigo?
La pregunta fue como un cuchillo para todos los que ya conocían su historia.
Eldric pasó una mano por su rostro, con el ceño fruncido.
No quería hablar de ello.
No quería contarles.
Pero Dorion no tenía la misma paciencia.
Eldric apoyó los codos en la mesa, juntando las manos frente a su boca antes de hablar.
—Ella fue adoctrinada por la Iglesia —dijo Eldric, con la mandíbula apretada.
Asterian resopló.
—¿Lo dices como si fuera algo malo?
Dorion clavó su mirada en él, con un filo cortante.
—Fue torturada.
—Merss no creció con la libertad que cualquiera de nosotros da por sentada.
Los reyes lo observaron con atención.
—Desde que tiene memoria, ha vivido dentro de la iglesia. Pero no como una protegida… sino como una prisionera.
Ilvana levantó una ceja.
—¿Quieres decir que la criaron con disciplina estricta?
—Si por disciplina estricta te refieres a golpes, quemaduras y privación de comida, entonces sí —respondió Eldric con una frialdad escalofriante.
Latem se cruzó de brazos, con el rostro endurecido.
—Desde joven.
Ilvana mantuvo su expresión fría, pero un leve brillo en sus ojos indicaba que estaba escuchando con más atención.
—Explícate.
Eldric exhaló pesadamente.
—No es solo el adoctrinamiento común de los sacerdotes. Merss fue criada bajo un régimen de abuso.
Su voz se volvió más dura.
—Su habitación no tenía ventanas ni baño. Tenía una cama, sí, pero en su cuarto también había una silla. ¿Para qué? Para que los cardenales se sentaran mientras la castigaban o jugaban con su regeneración.
Elena sintió náuseas y cubrió su boca con la mano.
Latem continuó con la voz más grave de lo habitual.
— Desde joven, le enseñaron a obedecer sin cuestionar. Cualquier signo de rebeldía era castigado. Si hablaba fuera de turno, recibía azotes. Si mostraba tristeza, le hacían rezar hasta desmayarse del agotamiento. Si no sonreía, no le daban de comer.
Asterian parecía escéptico, pero Ilvana entrecerró los ojos, con expresión tensa.
Eldric golpeó la mesa con la palma de la mano.
—Los cardenales se aseguraron de que no pudiera dormir sin miedo. Si se dormía antes de que se lo permitieran, la despertaban a la fuerza. Si cerraba los ojos sin permiso, la golpeaban hasta que aprendiera a esperar.
Elena no pudo evitar mirar a Merss con el corazón roto.
Dorion apretó los dientes.
—¿Y el Papa?
Eldric bufó.
—Era peor.
El aire en la sala se sintió pesado.
—Le daban vestidos hermosos para que la gente creyera que vivía con lujos, pero en realidad eran para ocultar las marcas en su cuerpo.
Kael dejó caer la espalda contra su asiento, sin su usual aire juguetón.
—¿Marcas?
—Latigazos. Cicatrices de quemaduras. Llagas por haber estado de rodillas durante horas.
Ilvana parecía querer decir algo, pero se contuvo.
—No conocía el cielo —continuó Eldric—. No sabía lo que era dormir en una cama cómoda. No se atrevía a comer sin permiso, ni siquiera cuando estaba al borde del colapso por el hambre.
Merss seguía de rodillas, con la cabeza baja.
—No sabe lo que es el pudor —dijo Latem con amargura—. Porque nunca le dieron la opción de decir "no".
La reina Meilis, que había permanecido en silencio, dio un paso adelante.
—¿Estás diciendo… que la iglesia…?
Latem la miró con dureza.
—No puedo confirmar todo lo que ocurrió. Merss… —hizo una pausa, mordiéndose la lengua— no nos ha contado todo. Pero la trataba como su propiedad. Sus sonrisas, su voz, su fe… todo tenía que ser de él.
Latem miró a Merss, aún arrodillada en el suelo, sin atreverse a moverse.
—Si hablaba sin permiso, si reía cuando no debía, si se atrevía a mirar algo sin haber recibido la orden… recibía su castigo.
Asterian desvió la mirada, su expresión ilegible.
Luthen, en cambio, bajó la cabeza, con una tristeza infinita en los ojos.
—Eso no es un templo… es un matadero de almas.
Kael rompió el silencio con una risa seca y carente de humor.
—Y pensar que el Papa aún tiene el descaro de llamarla una santa.
Merss parpadeó con confusión.
—Pero… yo soy la santa.
Eldric sintió un nudo en la garganta al escucharla decirlo de forma tan genuina, tan inocente.