El ambiente en la sala se tensó de golpe.
—Yo… —Merss intentó hablar, pero las palabras murieron en sus labios cuando sus ojos se iluminaron con un brillo plateado intenso.
Eldric sintió que su corazón se detenía por un instante antes de actuar con rapidez.
—Latem, ayúdame —pidió con urgencia.
Latem no necesitó más explicaciones. Sin dudar, tomó a Merss entre sus brazos y la sacó de la sala antes de que alguien pudiera intervenir.
Los reyes quedaron en silencio, observando la escena con una mezcla de curiosidad y desconfianza.
—¿Otro poder de la Santa? —preguntó Kael, esbozando una sonrisa astuta.
Eldric ajustó su postura, tratando de aparentar calma, aunque su mandíbula permanecía tensa.
—Sí.
—¿Y qué poder es ese? —insistió la reina Ilvana, clavando en él una mirada afilada.
Eldric los enfrentó con seriedad.
—No me corresponde revelarlo.
El silencio que siguió fue denso, cargado de sospechas. Kael entrecerró los ojos, ya imaginando lo que podría significar.
En la habitación adyacente, Merss luchaba por respirar. Su cuerpo temblaba incontrolablemente, y sus manos se aferraban con fuerza a la ropa de Latem, aunque ella ni siquiera era consciente de ello.
Estaba viendo tres futuros simultáneamente.
En uno, era vendida como un objeto precioso a nobles de alto rango. Veía a Naxta irrumpiendo para salvarla, destruyendo todo a su paso en un torbellino de furia.
En otro, estaba al lado de Naxta, ayudándolo mientras su reino era arrasado. Los demonios habían secuestrado a la Santa, y el castigo por ello había sido implacable.
Y en el último…
Merss sintió cómo el calor invadía su piel.
El fuego la consumía.
Sus manos estaban atadas, y bajo sus pies, la madera crepitaba mientras las llamas ascendían voraces. La multitud gritaba insultos, llenando el aire con odio y desprecio.
—¡Hereje!
—¡Bruja!
—¡Maldición disfrazada de milagro!
El dolor era insoportable.
Y por primera vez…
Merss gritó.
Un grito desgarrador, nacido del terror más profundo y un sufrimiento que ni su cuerpo podía comprender.
Latem sintió que su pecho se comprimía. Nunca había escuchado a Merss gritar así. Ni cuando los asesinos la apuñalaron repetidamente. Ni cuando la lanza de Meilis la atravesó por completo.
Eldric sintió que la sangre se le helaba en las venas.
Los reyes en la sala se tensaron, incapaces de ignorar ese sonido desgarrador.
—¡NOOO! ¡FUEGO! ¡FUEGO! ¡NO SOY MALVADA!
Su voz se rompía entre sollozos, su cuerpo convulsionaba sin control.
Eldric dejó de pensar.
Ya no era un rey, ni un líder.
Solo era alguien que no podía soportar verla así.
Actuando por instinto, se acercó con rapidez, la tomó entre sus brazos sin vacilar y corrió fuera del palacio.
—¡Eldric! —gritó Latem, persiguiéndolo de cerca.
Pero Eldric no se detuvo.
Atravesó los jardines, llegó hasta el lago más profundo del palacio…
Y sin pensarlo, se lanzó con ella al agua.
El frío los envolvió de inmediato, ahogando el caos que los rodeaba.
Merss dejó de gritar.
Abrió los ojos, sorprendida.
El mundo bajo el agua era tranquilo, pacífico. Las luces del sol se filtraban a través de la superficie, proyectando reflejos dorados que danzaban suavemente.
Y frente a ella…
Eldric la sostenía.
Su cabello flotaba alrededor de su rostro, formando un halo etéreo. Sus ojos la observaban con intensidad, pero sin rabia ni impaciencia. Solo con una profunda comprensión.
Lentamente, con una ternura que ella no esperaba, Eldric llevó una mano a su mejilla y la acarició con suavidad.
Merss sintió que algo desconocido se expandía en su pecho.
Eldric la estrechó contra sí, asegurándose de que estuviera bien, y la llevó de vuelta a la superficie.
Ambos emergieron del agua con la respiración entrecortada. Merss se aferró instintivamente a Eldric, temblando, su respiración errática, su pecho subiendo y bajando con dificultad.
El agua empapaba su cabello, pegándolo a su rostro, pero ni siquiera intentó apartarlo. Sus labios temblaban, su mirada perdida, atrapada en algo que ni Eldric ni Latem podían ver.
—F-fuego… —susurró, su voz apenas un murmullo.
Eldric sintió su agarre aferrarse a su ropa con desesperación.
—Merss… —dijo con calma, tratando de que lo escuchara, pero ella solo repitió la palabra en un tono más alto, su cuerpo comenzando a sacudirse.
—Fuego… fuego… ¡Fuego!
Latem llegó corriendo, arrodillándose en la orilla del lago, su rostro lleno de alarma.
—¿Qué demonios pasó?
Eldric la sostuvo con más fuerza, sintiendo su pequeño cuerpo temblar en sus brazos.
—Está en shock.
—¡Fuego! —sollozó Merss, sus uñas aferrándose a la tela de Eldric con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos.
Latem extendió una mano hacia ella, tocando su cabello con delicadeza.
—Merss, todo está bien… —Su voz era suave, tratando de tranquilizarla.
Pero ella negó con la cabeza frenéticamente.
—No… no… fuego…
Eldric sintió su propia frustración crecer. Odiaba esto. Odiaba verla así.
—Merss, mírame.
Ella no lo hizo.
Eldric apretó la mandíbula y, con más suavidad de la que jamás había usado, tomó su rostro entre sus manos y la obligó a verlo.
—No hay fuego aquí. Mírame. Estás conmigo. Con Latem. Estás a salvo.
Sus ojos dorados estaban llenos de terror.
Pero poco a poco, su respiración comenzó a calmarse.
Su agarre en su ropa se aflojó ligeramente.
—¿Lo ves? —susurró Eldric. —Aquí no hay fuego.
Merss parpadeó lentamente.
Latem acarició su cabello con suavidad.
—Ya pasó.
Ella tragó saliva, su mente aún atrapada en la visión.
Eldric la sostuvo con más firmeza.
—Vamos a sacarte de aquí.
Latem asintió, recogiendo su capa para cubrirla.