Fenix de Vered: Historias de Merss

100

El sol de la mañana bañaba el palacio con una luz suave, pero Merss no lograba encontrar paz. Había pasado la noche en silencio, apenas reaccionando cuando alguien intentaba hablarle. Sus manos temblaban ligeramente, y cada vez que cerraba los ojos, las llamas de su visión regresaban para envolverla en un calor abrasador.

No quería volver a ver algo así.
No quería enfrentarse al futuro otra vez, no a ese futuro.

Latem entró en su habitación cargando una bandeja con comida caliente. Su sonrisa era suave, cuidadosa, como si temiera romper el frágil equilibrio que aún sostenía a Merss.
—¿Cómo te sientes? —preguntó con tono amable, evitando cualquier indicio de presión.

Merss bajó la mirada y forzó una sonrisa débil, casi imperceptible.
—Estoy bien…

Latem suspiró en silencio. No necesitaba ser un experto para saber que estaba mintiendo.
—Si necesitas algo, puedes decírmelo. No tienes que fingir, Merss.

Ella no respondió. Con manos temblorosas, tomó un poco de la comida, aunque apenas logró llevarla a sus labios. Latem permaneció a su lado en silencio, respetando su espacio, pero cuando intentó tocar su muñeca para ofrecerle apoyo, Merss se tensó y apartó la mano con brusquedad.

Latem frunció el ceño, preocupado.
—¿Merss?

Ella se encogió sobre sí misma, aferrándose con fuerza a la tela de su vestido.
—No quiero… no quiero volver a ver.

Un escalofrío recorrió la espalda de Latem.
—¿Ver qué?

Merss tembló, sus ojos oscuros brillando con un destello de pánico.
—El futuro.

Latem abrió la boca para responder, pero antes de que pudiera decir algo, Eldric irrumpió en la habitación con su habitual expresión severa.
—Ya es suficiente.

Caminó hacia Merss sin detenerse, ignorando la mirada de advertencia que Latem le lanzó.
—Dime qué viste.

Merss desvió la mirada, evitando enfrentarlo.
—No lo sé.

Eldric cruzó los brazos, su impaciencia creciendo.
—No me mientas. Gritaste como si estuvieras siendo consumida por el fuego.

Merss se estremeció, sus manos apretando con más fuerza la tela de su vestido.
—No quiero recordar.

—Merss, si fue una visión, podría ser importante —insistió Eldric, su tono firme pero menos agresivo.

Ella negó con la cabeza, su voz apenas un murmullo.
—No quiero volver a ver. No quiero usar mis poderes nunca más.

El silencio cayó sobre la habitación como una losa pesada. Latem y Eldric intercambiaron miradas, ambos conscientes de la gravedad de las palabras de Merss.

—Merss… —intentó Latem con voz suave, buscando calmarla.

—No —respondió ella, su voz temblorosa pero decidida.

Eldric frunció el ceño, frustrado.
—¿Y si Vered te dio esos poderes por una razón? ¿Y si necesitas usarlos para ayudar a la gente?

Merss se mordió el labio con fuerza, sus ojos llenos de conflicto.
—Si uso mis poderes, la gente sufrirá. No quiero ser la causa de más dolor.

Latem sintió una punzada en el pecho al escucharla.

Eldric suspiró profundamente, pasándose una mano por el rostro.
—No voy a obligarte. Pero tampoco puedes simplemente huir de lo que eres.

Merss no respondió.

Latem puso una mano en el hombro de Eldric y lo guio fuera de la habitación. Una vez afuera, Eldric golpeó la pared con frustración.
—Esto no está bien.

Latem asintió lentamente.
—Lo sé. Pero si la presionamos más, solo empeoraremos las cosas.

Eldric apretó los dientes.
—Entonces, ¿qué hacemos?

Latem miró hacia la puerta cerrada, pensativo.
—Esperamos.

Porque, aunque Merss quisiera negar su destino, el destino no dejaría de buscarla.

La noche era fría, pero Merss apenas lo notaba. El jardín estaba sumido en una calma profunda, iluminado únicamente por la luz plateada de la luna. Merss se sentó en la fuente central, abrazando sus piernas mientras su mirada se perdía entre las estrellas. Sus ojos dorados reflejaban el cielo nocturno, pero su expresión estaba vacía, como si su alma hubiera sido arrancada de su cuerpo.

No quería recordar.
No quería pensar en el fuego, en los gritos, en las sombras traicioneras de su visión.

Pero incluso con los ojos cerrados, el horror seguía allí, acechándola.

—Así que aquí estás.

La voz de Eldric rompió el silencio de la noche.

Merss apenas reaccionó.

Eldric se acercó con pasos pesados, su figura recortada por la tenue luz de las antorchas del jardín.
—Te he estado buscando.

Silencio.

Merss no respondió.

Eldric chasqueó la lengua, cruzándose de brazos.
—No has dicho ni una palabra desde esta mañana.

Merss bajó la cabeza, su cabello cubriendo su rostro.
—No hay nada que decir.

Eldric soltó un suspiro exasperado y dio un paso más cerca.
—Deja de hacer esto, Merss.

Ella no se movió.

—Sabes que no puedes huir de lo que viste.

Silencio nuevamente.

Eldric apretó los puños, su paciencia llegando al límite.
—Merss.

Nada.

—¡Maldición! —exclamó, perdiendo la compostura.

Con un movimiento rápido, la tomó de los hombros y la obligó a mirarlo.
—No puedes huir de esto. Si viste algo, tienes que decírmelo. —Su voz estaba cargada de urgencia y frustración.

Merss tembló bajo su agarre.
—No puedo —susurró, su voz apenas audible.

Eldric la sujetó con más firmeza.
—¡No puedes permitirte tener miedo de ti misma!

Merss lo miró con ojos llenos de terror, pero no respondió. Su cuerpo temblaba, sus labios se entreabrieron como si quisiera hablar, pero las palabras no salieron.

Eldric esperó. Esperó a que hablara, a que le diera una respuesta. Pero Merss solo bajó la cabeza, abrazándose a sí misma con más fuerza.

Finalmente, Eldric la soltó con brusquedad, pasándose una mano por el rostro.
—Por todos los dioses… —murmuró, frustrado.

Se alejó unos pasos, mirándola con una mezcla de enojo e impotencia.
—Si sigues así, terminarás siendo tu peor enemiga.




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