El sol ya estaba alto cuando Merss tomó una decisión. Sabía que no podía seguir escondiendo lo que era ni huyendo de sí misma. Si quería cambiar algo, si quería evitar el futuro que había visto, entonces tenía que hablar.
Los siete reyes estaban reunidos en la gran sala del consejo. Eldric, Latem y Dorion ocupaban un extremo de la mesa; Asterian e Ilvana, el otro. Kael observaba todo con su característica sonrisa calculadora, como si disfrutara de un juego cuyas reglas solo él conocía. Luthen mantenía su expresión serena, aunque sus ojos analizaban cada detalle. Meilis permanecía de pie, con los brazos cruzados, vigilando en silencio.
El ambiente estaba cargado de tensión, lleno de expectativas contenidas. Cuando Merss entró en la habitación, todas las miradas se clavaron en ella. Sabía lo que esperaban: algunos la veían como un arma, otros como un peligro, otros como una oportunidad. Inspiró profundamente, tratando de calmar los latidos frenéticos de su corazón.
—Voy a contarles la verdad sobre mis poderes —dijo al fin, su voz firme pero suave.
El silencio que siguió fue absoluto. Eldric la miró con el ceño fruncido, alerta ante cualquier señal de peligro. Latem se cruzó de brazos, preparado para intervenir si alguien intentaba atacarla. Kael apoyó el mentón en una mano, visiblemente interesado. Asterian e Ilvana la observaban con desconfianza.
—Mi poder principal es la manipulación de los hilos temporales —explicó Merss, sus palabras fluyendo con cuidado—. Cuando sano a alguien, no es solo curación… Puedo retroceder su cuerpo a un momento antes de que la herida existiera, aunque también puedo sanar, pero eso es poder directo de Vered.
Las reacciones fueron inmediatas. Kael se inclinó hacia adelante, visiblemente emocionado.
—Interesante —murmuró, sus ojos brillando con astucia.
Asterian se tensó, su mano cerrándose con fuerza sobre la empuñadura de su espada.
—Eso te convierte en un peligro mayor de lo que imaginaba —dijo con frialdad.
Meilis golpeó la mesa con fuerza, su voz resonando como un trueno.
—No la llames peligro.
Merss sintió un nudo en el estómago, pero continuó hablando.
—No controlo cuándo ocurren mis visiones. A veces veo cosas pequeñas… otras veces, cosas grandes.
Ilvana la miró con recelo.
—¿Y qué viste en tu última visión?
Merss tragó saliva antes de responder.
—Vi fuego.
Los ojos de Asterian se afilaron.
—¿Fuego? ¿Qué más?
—Vi que me acusaban. Que me llamaban hereje —respondió ella, bajando la mirada.
Un silencio pesado llenó la sala. Eldric cerró los puños, mientras Latem bajaba la vista, incómodo. Ilvana insistió, su tono cortante.
—¿Quién te acusaba?
Merss dudó.
—Creo que la iglesia… no… no lo sé… —susurró finalmente.
—Mientes —interrumpió Asterian, su voz fría como el hielo—. Si viste el futuro, entonces sabes más de lo que dices.
Eldric golpeó la mesa con furia.
—¡Déjala en paz!
Pero Asterian no retrocedió. Su mirada se clavó en Merss, implacable.
—¿Qué más viste, Santa?
Merss respiró hondo, reuniendo toda la firmeza que pudo.
—Lo suficiente para saber que si seguimos peleando entre nosotros, todos perderemos.
El silencio que siguió fue absoluto. Las palabras de Merss quedaron suspendidas en el aire, resonando como una advertencia. Era la primera vez que hablaba con tanta convicción. El crepitar de las antorchas contra las paredes fue lo único que rompió la quietud.
Eldric la observó, buscando alguna pista en su expresión. Latem se tensó, mientras Kael sonreía, disfrutando del drama. Ilvana y Asterian intercambiaron miradas, evaluando sus palabras.
—Ya la escuchaste. No sabe más —gruñó Eldric, su voz cargada de frustración.
Asterian chasqueó la lengua.
—No. Está ocultando algo.
Ilvana asintió con frialdad.
—Si realmente has visto un futuro en el que te acusan, necesitamos detalles. ¿Cómo podemos evitarlo si no sabemos quiénes están involucrados?
Merss sintió su corazón martillando en su pecho. No podía decirles la verdad. No podía admitir que en su visión todos estaban muertos. Que lo único que recordaba con certeza era el fuego.
Meilis se levantó de golpe.
—Basta. No tenemos derecho a exigirle más de lo que ya nos ha dado.
Asterian la miró con desdén.
—Lo que nos ha dado… es un problema.
Latem golpeó la mesa con fuerza, sus ojos brillando de furia.
—¿Un problema? ¡Ella ha salvado a miles! ¡Y a todos los que estaban en este palacio! ¿Y así es como la llamas?
Asterian no retrocedió.
—No hablo de lo que ha hecho. Hablo de lo que puede hacer.
Kael sonrió con diversión, como si estuviera viendo una obra de teatro particularmente fascinante.
—Si puede ver el futuro y reescribir el pasado… eso la convierte en el ser más peligroso que ha existido.
Luthen finalmente habló, su tono calmado pero firme.
—No es su poder lo que es peligroso… es cómo lo usamos.
Ilvana miró a Merss con frialdad.
—¿Y cómo sabemos que no lo usarás contra nosotros?
Eldric gruñó con impaciencia.
—¿Acaso la has visto hacer daño a alguien?
—No. Pero el poder cambia a la gente —replicó Ilvana, sus palabras resonando en la sala.
Meilis cruzó los brazos con firmeza.
—Ella no es como ustedes. No busca el poder. No busca guerras.
Asterian soltó una risa irónica.
—No necesita buscarlo. Ya lo tiene.
Merss sintió su garganta cerrarse. No quería esto. No quería que pelearan por su culpa. Su sola existencia estaba dividiendo a los reyes. Apretó los puños y, con determinación, habló:
—No voy a ser un arma para nadie.
Todas las miradas se clavaron en ella. Respiró hondo y continuó.
—No vine aquí para discutir sobre quién debería tener control sobre mí. Vine porque quiero cambiar el futuro. Quiero salvarlos. A todos.
Kael silbó suavemente, impresionado.
—Grandes palabras, Santa.
Asterian entrecerró los ojos, su tono burlón.
—Y si tu destino es quemarte en la hoguera… ¿También quieres salvar a quienes te condenarán?
Eldric se tensó. Meilis maldijo en voz baja. Merss, sin embargo, solo susurró:
—Sí.
El silencio cayó sobre la sala. Por primera vez, todos los reyes sintieron un escalofrío en su interior. No porque la temieran, sino porque sabían que nadie… nadie con ese corazón podría sobrevivir en un mundo como este.