Latael y Tasael trabajaban en silencio, asegurando el cofre repleto de oro, joyas y reliquias en el carruaje. Cada pieza dentro de ese cofre era una contribución de los fieles… y ahora se convertiría en la moneda de un trato corrupto.
Ludian observó el puerto destruido con una mezcla de satisfacción y preocupación. Los barcos de la Iglesia y de los mercaderes de Dueria estaban reducidos a escombros flotantes, pero la verdadera amenaza aún estaba en marcha.
Más allá del caos, sus ojos se posaron en Naxta.
El demonio hablaba con los esclavos rescatados, indicándoles qué hacer y asegurándose de que estuvieran a salvo.
Ludian apretó la mandíbula y murmuró, casi para sí mismo:
—No puedo creer que un demonio nos esté ayudando.
Tasael, que acababa de asegurarse de que el cofre estaba bien oculto bajo una tela gruesa, rio con ligereza.
—No sabemos nada del mundo, al parecer.
Latael asintió, subiendo al carruaje.
—Si Vered los creó como a nosotros, no deberían ser malignos, como la Iglesia nos enseñó.
Ludian chasqueó la lengua.
—Eso es fácil de decir cuando nunca has visto lo que pueden hacer en el campo de batalla.
Tasael ladeó la cabeza.
—¿Y no podríamos decir lo mismo de los humanos?
Ludian no respondió.
El carruaje comenzó a moverse, alejándose del puerto en ruinas.
Sabían que el Papa esperaba su tributo, pero ninguno de los tres tenía intención de entregarlo.
Su verdadero objetivo estaba en Dueria.
Habían destruido los barcos de la Iglesia, pero aún quedaba un problema mayor: el barco que zarparía en cuatro días con espías y asesinos hacia Vilat.
Si no hacían algo, Merss estaría en peligro.
El carruaje avanzaba por el camino polvoriento, alejándose del puerto destruido.
Latael iba en silencio, su mirada fija en el paisaje que pasaba velozmente por la ventana. Tasael, en cambio, tamborileaba los dedos contra el borde del asiento, inquieto.
Ludian no dejaba de observar el cofre que ahora tenía a su lado.
—No tenían intención de darme todo el tesoro, ¿cierto?—preguntó el príncipe con una media sonrisa.
Latael ni siquiera se molestó en ocultarlo.
—Nunca fue parte del trato.
Ludian suspiró.
—No me quejo, igual estoy robando de la Iglesia. Pero supongo que en este caso, robarle a ladrones no cuenta como pecado.
Tasael se rió suavemente, pero su humor se evaporó en un instante.
Una voz profunda y envolvente resonó en su cabeza.
"No interfieran con Dueria."
El peso de esas palabras lo golpeó como un rayo.
Tasael se levantó de golpe, sus manos buscaron apoyo en los bordes del carruaje, pero perdió el equilibrio y casi cayó fuera.
—¡Tasael! —Latael lo sujetó con fuerza y lo empujó de vuelta al asiento.
El aprendiz estaba pálido, sus pupilas dilatadas.
—Vered… —murmuró, respirando con dificultad.
Ludian se incorporó de inmediato.
—¿Qué dijo?
Tasael tragó saliva.
—Nos advirtió que no interfiramos con Dueria.
Latael y Ludian intercambiaron miradas tensas.
El plan había sido claro: llegar a Dueria y sabotear el barco antes de que zarpara hacia Vilat. Pero si Vered les prohibía intervenir…
¿Qué significaba eso?
El interior del carruaje quedó en un silencio tenso tras la advertencia de Vered.
Latael fue el primero en reaccionar.
—Si Vered nos ordena no interferir, entonces no lo haremos.
Tasael asintió, aún tratando de calmar su respiración.
Ludian frunció el ceño.
—¿Entonces vamos a dejar que ese barco salga con asesinos y espías rumbo a Vilat?
Latael cerró los ojos, pensativo.
—No podemos interponernos directamente… pero el príncipe Azurit va a avisar a quienes sí pueden hacerlo.
El carruaje continuó su camino mientras los tres ajustaban su estrategia.
En las profundidades del océano, el príncipe Azurit nadaba con velocidad, rodeado por la energía mágica del Reino Profundo.
Vered le había enviado una misión, y ahora entendía su propósito.
El barco de Dueria sería un problema… pero no para él.
Con un último impulso, Azurit emergió a la superficie y dirigió su mirada hacia el horizonte.
Vilat debía ser advertido.
Se sumergió nuevamente, listo para viajar a la corte del Rey Dorion.