Fenix de Vered: Historias de Merss

107-108

Así que quieres ir a la playa… —dijo Kael con ese tono entre burla y juego que siempre usaba con ella, caminando con Merss de la mano.

Merss parpadeaba, todavía un poco perdida por la visión que seguía danzándole delante de los ojos, pero esta vez al menos podía escuchar con claridad.

—¿Playa? —preguntó, ladeando la cabeza como una niña confundida.

—Ya sabes… arena, mar, barcos —explicó Kael, moviendo la mano libre como si pudiera dibujarle las palabras.

—Ah… la tierra suave era arena… —murmuró Merss, ahora que por fin le encontraba nombre a esa textura que había sentido bajo los pies.

Kael se quedó en silencio. Ese tipo de silencios que en él no duraban más de un latido, pero que venían cargados. Recordó las memorias que ella había compartido. Recordó que la Santa no conocía la playa, ni el mar, ni siquiera la arena.

Suspiró, una risa suave escapándole como si escondiera un pensamiento travieso.
Quizás… si él era quien le enseñaba esas cosas, si él era quien llenaba esos vacíos…
tal vez podría conseguir un favor. O un milagro.

Y Kael, tan listo como era, sabía que los milagros se construyen primero con pequeñas cosas. Una palabra nueva. Una mano tomada. Un paisaje por descubrir.

Kael la guió con paciencia, aunque no podía evitar sonreír con cierta diversión.

—Sí, la tierra suave es arena.

Merss seguía caminando con pasos inseguros, su visión aún nublada por lo que Vered le estaba mostrando.

Kael chasqueó la lengua.

—No puedes ver bien, ¿verdad?

Merss negó con la cabeza.

—Puedo escuchar, pero la visión sigue ahí…

Kael suspiró y le apretó la mano con más firmeza.

—Bueno, entonces confía en mí. Yo te guiaré.

Merss se dejó llevar sin protestar, sintiendo el aire cambiar a medida que se acercaban a la costa.

—Sabes, Santa, me sorprende lo mucho que ignoras del mundo.

Merss inclinó un poco la cabeza.

—Siempre he pensado que no necesito saber todo, solo lo suficiente para ayudar.

Kael soltó una risa ligera.

—Eso suena a algo que diría un sacerdote. Pero yo creo que el conocimiento es poder. ¿No tienes curiosidad por todo lo que hay afuera?

Merss se quedó en silencio por un momento.

—Estoy aprendiendo muchas cosas aquí. He visto estrellas, he sentido la brisa en mi rostro, he probado sabores nuevos… pero, sí, tengo curiosidad.

Kael sonrió con satisfacción.

—Entonces quédate conmigo un tiempo, Santa. Te enseñaré todo lo que la Iglesia te ocultó.

Merss no respondió de inmediato, pero su agarre en la mano de Kael se afianzó un poco más.

El sonido de las olas golpeando la orilla llegó a sus oídos.

—Hemos llegado. — anunció Kael.

Merss sintió el cambio en el suelo bajo sus pies. La arena cedía suavemente con cada paso.

El viento marino despeinó su cabello, trayendo consigo el olor salado del océano.

La visión aún no se desvanecía, pero su corazón le decía que estaba en el lugar correcto.

Acuario emergió desde el fondo del mar con un rugido que hizo vibrar la costa, buscando algo —o a alguien— con esos ojos enormes y brillantes.

—Waaa… asombroso —murmuró Kael, genuinamente impresionado por el rey dragón marino.

—¡Acuario! ¿Dónde está Azurit? —preguntó Merss, entrando al mar sin pensarlo dos veces.

Kael intentó detenerla, pero la cola gigantesca del dragón cayó frente a él como una muralla viviente.
El rey frunció el ceño, brazos cruzados, indignado y empapado por el agua que salpicó.

—Oye, lagarto gigante, ¿qué crees que haces? ¡Devuélvela!

Acuario rugió, no agresivo, sino advirtiendo: no te metas.

Merss, ajena al berrinche real, posó una mano sobre las escamas frías del dragón.

—Acuario… ¿dónde está Azurit?

El dragón bajó la cabeza.

—Azurit partió a Vilat con un mensaje para ti —respondió con voz tan profunda que pareció mover el aire.

Merss se quedó helada.
—¿Para mí?

Kael bufó desde atrás.
—¿Y no podían mandar una carta como gente normal?

Acuario lo observó con paciencia cero.
—No es algo que pueda escribirse en un pergamino, niño rey.

Kael apretó los dientes.
—Tsk… odio cuando me dicen niño.

Pero Merss ya no escuchaba. Algo en su pecho latía con un miedo que reconocía demasiado bien.

—Acuario… ¿qué está pasando?

Y entonces, como si respondiera a su llamado, Azurit estalló fuera del agua, lo suficientemente rápido como para que Kael diera un salto hacia atrás. El tritón cayó sobre Merss y la hundió con él en un golpe de agua.

—¡Oye, tritón! —gritó Kael, avanzando, pero Acuario lo bloqueó de nuevo con un gruñido amenazante.

Bajo el agua, Merss cubrió su boca, conteniendo el aire mientras Azurit la rodeaba con un abrazo que no tenía nada de suave. Era un abrazo desesperado. Doloroso.
Un abrazo de despedida anticipada.

Cuando ambos emergieron, Azurit aún la sostenía, sin intención de soltarla.

—¿Eres un rey… niño? —dijo Azurit mirando a Kael con descaro.

Acuario gruñó, confirmando la ofensa.

Azurit lo ignoró y volvió su mirada al joven rey.
—Viene un barco de la Iglesia. Trae soldados negros, sicarios a sueldo y guerreros. Vienen por la Santa.

La sangre de Merss se congeló. Se soltó del abrazo como si el contacto la quemara.
Comenzó a nadar hacia la orilla con torpeza, con urgencia.

Kael, ahora totalmente serio, procesaba cada palabra. Tenía que avisar al rey Dorion de inmediato. Una invasión no era un chiste.

Azurit se sumergió de nuevo con un último destello plateado. Su misión estaba cumplida… y ya tenía preparado un plan para cuando la Iglesia intentara huir.

Merss salió corriendo apenas sus pies tocaron tierra. La ropa mojada pesaba, pero el miedo pesaba más.

Los soldados negros del Papa.
Los más ágiles, los más crueles.
Los que habían disfrutado torturarla.




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