Fenix del alba: Historias de Merss

II

Merss abrió los ojos lentamente, como si despertara de un sueño febril, y la primera imagen que encontró fue el rostro de Drafier, relajado pero vigilante, como si hubiera estado estudiándola incluso mientras ella dormía.

—Despiertas —dijo él, su voz tan profunda y tranquila como la noche que acababan de compartir.

Merss intentó sentarse, pero el peso de su cuerpo aún se sentía extraño, como si algo dentro de ella hubiera cambiado irrevocablemente. Su mirada recorrió la sala, los recuerdos de las horas anteriores regresando con una intensidad que la hizo estremecer.

—¿Qué me has hecho? —susurró, no con reproche, sino con una mezcla de confusión y vulnerabilidad que era extraña en ella.

Drafier sonrió, un gesto que era mitad arrogancia, mitad satisfacción. Se inclinó hacia ella, apoyando una mano sobre su cintura, manteniéndola cerca.

—No te he hecho nada que no quisieras —respondió, sus labios rozando los de ella mientras hablaba—. Lo que sientes es el eco de tu propia voluntad, Merss. Yo solo... la liberé.

Ella frunció el ceño, intentando procesar sus palabras. Había algo en lo que decía que resonaba en su interior, pero su mente aún luchaba por comprender cómo había caído tan fácilmente bajo su hechizo. Toda su vida había sido entrenada para resistir, para combatir, para ser una guerrera inquebrantable. Y ahora...

—¿Es esto lo que haces con todos tus enemigos? —preguntó, con un destello de desafío en sus ojos—. ¿Los desarmas de esta manera?

Drafier rió, una risa baja y suave que parecía vibrar en el aire.

—No, Merss. Tú eres única. Ninguna otra alma ha capturado mi atención como tú lo has hecho. Hay algo en ti... algo indomable y, al mismo tiempo, tan dispuesto a ser reclamado.

Su mano subió hasta su rostro, acariciando su mejilla con una ternura que contrastaba con la intensidad de sus palabras.

—Eres más que una guerrera, Merss. Y yo pienso descubrir cada faceta de ti.

Ella quiso responder, pero las palabras se quedaron atrapadas en su garganta. En el fondo, sabía que él tenía razón. Había algo en su interior que había permanecido dormido durante años, algo que él había despertado con una facilidad que la desconcertaba.

Pero no iba a entregarse por completo sin luchar.

—Si crees que me has conquistado por completo, estás equivocado —dijo, su tono firme pero con un brillo de desafío en sus ojos—. Esto no ha terminado, Drafier.

El rey de los Sombrios sonrió de nuevo, inclinándose hacia ella hasta que sus labios estuvieron peligrosamente cerca de su oído.

—Espero que no lo esté, Merss. Porque lo único que disfruto más que poseer... es el juego antes de hacerlo.

Sus palabras hicieron que su corazón latiera más rápido, pero ella no lo dejaría ver. Había perdido una batalla, pero no la guerra. Y mientras él se levantaba, ofreciéndole la mano para ayudarla a ponerse de pie, Merss supo que su relación con Drafier sería cualquier cosa menos sencilla.

La guerra que había comenzado entre sus reinos ahora se trasladaba al campo más peligroso: el de sus emociones y deseos.

—Prepárate, Drafier —murmuró para sí misma mientras aceptaba su mano—. Esta no será una victoria fácil para ti.

El rey de los Sombrios la miró con una intensidad que prometía noches aún más ardientes y desafíos aún mayores. Y en el silencio de la sala, ambos entendieron que aquello que acababa de comenzar no sería solo una lucha de cuerpos, sino de almas.

El ambiente de tensión y deseo no tardó en disiparse cuando un guardia irrumpió en la sala, su rostro rígido y sus movimientos apresurados.

—Mi rey —dijo el guardia, inclinándose ligeramente, aunque su mirada se detuvo por un breve segundo en Merss, cuya presencia parecía fuera de lugar—. Los emisarios de los reinos vecinos han llegado para discutir la tregua.

Drafier no desvió la mirada de Merss, incluso cuando el guardia hablaba. Había algo en su sonrisa, una mezcla de interés y desafío, como si quisiera ver cómo reaccionaría ella ante esta nueva información.

—¿Tregua? —murmuró Merss, su voz cargada de escepticismo—. No sabía que los Sombrios buscaban la paz.

Drafier giró hacia ella con calma, su capa negra ondeando ligeramente con el movimiento.

—No lo buscamos, pero a veces la paz es un arma más efectiva que la guerra —respondió, su tono tan afilado como una daga—. Aunque, claro, no todos saben cómo usarla correctamente.

Merss frunció el ceño, entendiendo que sus palabras estaban cargadas de un doble significado. Antes de que pudiera responder, Drafier extendió una mano hacia ella.

—Acompáñame —dijo, como si fuera una orden más que una petición—. Quiero que escuches lo que dicen tus antiguos aliados. Quizás descubras que no todo lo que creías sobre ellos es cierto.

Merss lo dudó por un momento. La idea de enfrentarse a representantes de su reino, de los mismos que la habían abandonado a su suerte, era un golpe a su orgullo. Pero algo en la mirada de Drafier la retó a aceptar. No quería darle la satisfacción de verla flaquear.

—Como desees —respondió, levantándose con la misma gracia de una guerrera que marchaba al campo de batalla.

El camino hacia la sala de audiencias fue silencioso, pero cargado de tensión. Merss sentía las miradas furtivas de los Sombrios a su paso, algunos curiosos, otros desconfiados. Era una extranjera en tierra enemiga, pero su porte seguía siendo digno, su cabeza alta y su mirada desafiante.

Cuando llegaron, las puertas se abrieron para revelar una mesa larga rodeada por figuras de ambos lados del conflicto. Los emisarios de su reino estaban allí, con sus armaduras brillantes y sus insignias doradas, símbolos de un poder que, hasta ese momento, Merss había considerado inquebrantable.

Uno de los emisarios, un hombre al que reconoció como el comandante Torik, la vio entrar junto a Drafier y su rostro se endureció.

—Merss... —dijo con una mezcla de sorpresa y desprecio—. Así que sigues viva.




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