Cuando las puertas de la sala de audiencias finalmente se cerraron y el eco de las pisadas de los emisarios humanos se desvaneció, Drafier permaneció en silencio, observando a Merss con una expresión pensativa.
Ella, todavía de pie junto a la mesa, mantenía los brazos cruzados, su mirada fija en el lugar donde había estado sentado Torik, como si aún pudiera sentir su desprecio en el aire.
Drafier se acercó lentamente, su figura proyectando una sombra larga bajo la luz de las antorchas.
—Sabía que el orgullo de tus antiguos aliados sería un problema —dijo con voz tranquila, aunque cargada de intenciones ocultas—. Pero no esperaba que uno de sus comandantes fuera tan... predecible.
Merss giró la cabeza para mirarlo, su expresión estoica, pero con una chispa de curiosidad en sus ojos.
—Torik siempre ha sido así. Arrogante, testarudo y demasiado confiado en su posición. Aunque debo admitir que lo manejaste bien.
Drafier sonrió, inclinando ligeramente la cabeza como si aceptara el cumplido. Luego se acercó más, quedando a su lado mientras sus ojos recorrían el mapa que aún descansaba sobre la mesa.
—Pero dime, Merss... —continuó, señalando con un dedo una sección del mapa que marcaba las fronteras entre ambos reinos—, ¿qué crees que harían tus antiguos camaradas si no logramos un acuerdo?
Ella tardó unos segundos en responder, su mente evaluando la situación con la misma precisión que usaba en el campo de batalla.
—Seguirán luchando. No se rendirán fácilmente, especialmente si piensan que mostrar debilidad podría costarles más. Pero... si les das algo que puedan usar para salvar su orgullo, algo que puedan presentar como una victoria simbólica, es más probable que acepten tus términos.
Drafier arqueó una ceja, interesado.
—¿Una victoria simbólica? Explícate.
Merss se inclinó sobre el mapa, su dedo trazando una línea a lo largo de una de las áreas fronterizas.
—Aquí, en las Llanuras Escarlata. Esta tierra siempre ha sido disputada entre ambos bandos, pero estratégicamente no tiene tanto valor como otras regiones. Si les permites mantener el control sobre este territorio, podrían usarlo como un símbolo para justificar la tregua ante su consejo.
Drafier la miró, su rostro iluminado por una sonrisa lenta.
—Astuta. Pero eso significaría ceder algo de terreno, aunque sea insignificante. ¿Qué gano yo a cambio?
Merss lo miró directamente, su expresión seria.
—Tiempo. Sus fuerzas están debilitadas, y lo sabes. Una tregua te da la oportunidad de reforzar tus fronteras, reorganizar tus tropas y prepararte para cualquier posible traición. Porque, seamos honestos, ellos buscarán romper este acuerdo tan pronto como crean que tienen una ventaja.
El rey de los Sombrios permaneció en silencio, evaluando sus palabras. Finalmente, asintió, una chispa de admiración brillando en sus ojos.
—Eres más valiosa de lo que esperaba, Merss. No solo eres una guerrera formidable, sino también una estratega con una mente afilada.
Ella mantuvo su mirada fija en él, sin ceder a sus halagos.
—No me subestimes, Drafier. He pasado toda mi vida en el campo de batalla. Aprendí a anticipar los movimientos de mis enemigos... y de mis aliados.
Drafier dejó escapar una risa baja, inclinándose hacia ella hasta que sus rostros estuvieron peligrosamente cerca.
—Nunca te subestimaría. Pero eso no significa que no disfrute este juego contigo.
Ella apartó la mirada, resistiendo la tentación de dejarse llevar por la intensidad de su cercanía.
—Si realmente quieres esta tregua, necesitamos algo más —dijo, volviendo al mapa—. No basta con ofrecerles territorios o condiciones. Debes crear una narrativa que haga que sus líderes se sientan poderosos. Déjales creer que esta tregua es su idea.
Drafier se quedó en silencio por un momento, asimilando sus palabras. Luego se enderezó, su sonrisa volviendo a aparecer.
—Eres peligrosa, Merss. Me gusta eso.
Ella no respondió, pero la leve curva de sus labios delató que estaba más que preparada para jugar este juego con él.
—Entonces, ¿qué sugieres? —preguntó finalmente Drafier, su voz baja pero cargada de interés.
Merss trazó un círculo en el mapa, señalando una fortaleza humana cercana a las fronteras de los Sombrios.
—Organiza un enfrentamiento controlado aquí. Algo que puedas "perder" de manera intencional. Haz que ellos crean que han ganado una ventaja significativa en esta zona, mientras en realidad refuerzas tus posiciones en las áreas que realmente importan. Será suficiente para convencerlos de que han obtenido una victoria y evitará que sospechen de tus verdaderas intenciones.
Drafier la miró con una mezcla de admiración y diversión.
—¿Y si no aceptan?
—Lo harán —respondió Merss con seguridad—. Porque estarán demasiado ocupados celebrando lo que creen que es una victoria para ver la trampa que les estás tendiendo.
El rey de los Sombrios dejó escapar un suspiro satisfecho y se inclinó para observarla más de cerca.
—Eres un arma más poderosa de lo que cualquier ejército podría ofrecerme, Merss. Quizás esta alianza entre nosotros sea más fructífera de lo que imaginaba.
Merss lo miró de reojo, su expresión indescifrable.
—No me confundas con una aliada, Drafier. Esto no significa que confíe en ti.
—Ni yo en ti —respondió él, con una sonrisa enigmática—. Pero eso no hace esto menos interesante.
La noche se había asentado sobre el reino de los Sombrios, bañando las torres y los pasillos del castillo en una penumbra cargada de misterio. El aire dentro de los aposentos de Drafier era denso, saturado de silencio, excepto por el tenue crepitar del fuego en la chimenea. Merss se encontraba de pie frente a la ventana, contemplando las tierras que, hasta hace poco, consideraba enemigas.
El reflejo de la luna se deslizaba sobre su armadura, la cual aún llevaba puesta, como si no quisiera dejarse envolver por la atmósfera de calma que ofrecía el castillo. Pero su postura, rígida como siempre, comenzaba a suavizarse. Había algo en el aire, algo que la mantenía alerta y, al mismo tiempo, extrañamente vulnerable.
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Editado: 21.01.2025