El sol apenas se alzaba en el horizonte, pintando el cielo con tonos rojizos y dorados, como si la misma tierra presagiara la sangre que se derramaría ese día. El ejército de los Sombrios se encontraba alineado en la llanura, sus siluetas oscuras proyectando una sombra intimidante sobre el terreno. En el centro de la formación, Drafier observaba el frente con una calma inquietante, pero todos sus sentidos estaban alerta. A su lado, Merss ajustaba las correas de su armadura, su mirada fija en el enemigo.
Había algo en ella que había cambiado desde que cruzó las puertas del reino Sombrio. Su lealtad pasada ya no la ataba, y aunque todavía quedaban vestigios de sus antiguos ideales, ahora veía la causa de Drafier como suya. No se trataba solo de él, sino de un propósito más grande, un objetivo que podía moldear con sus propias manos.
—¿Estás lista? —preguntó Drafier, con un tono que mezclaba autoridad y preocupación.
Merss no apartó la vista del horizonte.
—Siempre lo estoy.
Drafier asintió, confiando plenamente en su capacidad, aunque no podía evitar sentir un ligero nudo en el pecho. Él sabía lo que Merss representaba para los Sombrios: una exiliada, una guerrera humana luchando por su lado. Si fracasaba, sería vista como una traidora por ambos bandos. Si triunfaba, demostraría que el reino de los Sombrios podía superar siglos de odio y prejuicio.
El campo de batalla estalló en caos cuando ambos ejércitos se encontraron. Las primeras líneas chocaron con un estruendo ensordecedor, y pronto los sonidos de acero contra acero llenaron el aire.
Merss lideró un destacamento de guerreros Sombrios hacia el flanco izquierdo, donde las fuerzas humanas habían desplegado sus arqueros. Con movimientos rápidos y precisos, se abrió paso entre los enemigos, su espada cantando con cada golpe. Sus movimientos eran un espectáculo de técnica y brutalidad: cada giro, cada estocada, estaba cargado de una fuerza implacable y una precisión que hacía parecer que estaba danzando en lugar de luchando.
—¡Sigan avanzando! —ordenó a los Sombrios detrás de ella, mientras derribaba a un soldado humano con un corte limpio en el torso.
Los Sombrios, inspirados por su habilidad y liderazgo, redoblaron sus esfuerzos.
Algunos la miraban con asombro, casi olvidando por un momento que era una humana. Su destreza era tal que incluso los veteranos comenzaron a llamarla "la espada de la sombra", un título que se propagó rápidamente entre las filas.
Desde el otro lado del campo, Torik observaba a Merss con una mezcla de rabia y sorpresa. No podía creer lo que veía: su antigua compañera, aquella en quien había confiado durante años, ahora lideraba a las fuerzas enemigas con una ferocidad que nunca había mostrado antes.
—¡Merss! —rugió, abriéndose paso entre la multitud para enfrentarse a ella.
Ella lo vio venir y detuvo a sus hombres con un gesto. El campo de batalla pareció desvanecerse mientras ambos se encontraban cara a cara, rodeados por un círculo de soldados que observaban con expectación.
—Torik —dijo Merss, su voz firme pero cargada de algo que no podía definir—. No tienes que hacer esto.
—¿No hacerlo? —respondió él, su rostro torcido por la ira—. ¿Y qué? ¿Dejar que sigas traicionando a tu gente? ¡Eras una de nosotros!
—Era una herramienta para un rey que nos utilizaba como piezas de ajedrez. No lucho por ellos, Torik. Lucho por algo más grande.
Torik gruñó, levantando su espada.
—Entonces no hay nada más que decir.
El enfrentamiento entre Merss y Torik fue intenso, una danza mortal en la que cada movimiento estaba cargado de historia y emociones. Sus espadas chocaron con fuerza, sus cuerpos moviéndose con una sincronización que hablaba de años de entrenamientos juntos.
Torik era fuerte y decidido, pero Merss era más rápida, más estratégica. Cada ataque que él lanzaba era bloqueado o esquivado con precisión, y pronto quedó claro para todos los espectadores que ella tenía la ventaja.
—Torik, no tienes que morir por esto —dijo Merss mientras lo desarmaba con un movimiento rápido y colocaba su espada en su cuello—. Pero no dudaré si me obligas.
Torik la miró, jadeando, y por un momento, pareció considerar sus palabras. Pero entonces su mirada se endureció.
—Nunca me rendiré a ellos.
Antes de que pudiera hacer algo más, Merss lo golpeó con el pomo de su espada, dejándolo inconsciente. Ella lo miró un momento, su expresión mezcla de tristeza y resolución, antes de volverse hacia sus hombres.
—¡Adelante! —gritó, retomando el liderazgo.
Con Merss liderando el flanco izquierdo y Drafier coordinando los ataques desde el centro, los Sombrios lograron quebrar las líneas humanas y ganar terreno significativo. La moral de las tropas humanas se desplomó al ver a su antigua heroína luchando con tanta pasión por el enemigo, mientras que los Sombrios, inspirados por su destreza, se lanzaron al ataque con renovada fuerza.
Cuando la batalla terminó, Merss se reunió con Drafier en una colina que daba vista al campo. Ambos estaban cubiertos de sangre y sudor, pero había una chispa de satisfacción en sus miradas.
—¿Qué piensas? —preguntó ella, limpiando su espada.
Drafier la miró, con una leve sonrisa.
—Que si los humanos te consideraban su mejor guerrera, entiendo por qué les asusta tanto haberte perdido.
Ella soltó una breve risa, agotada pero triunfante.
—Esto no ha terminado. Pero hoy, hemos ganado.
Drafier asintió, sus ojos brillando con un extraño orgullo mientras observaba a Merss.
—Y con tú a mi lado, creo que ganaremos mucho más.
La impactante participación de Merss en el campo de batalla tuvo consecuencias profundas y complejas en ambos bandos, sacudiendo sus cimientos de maneras que nadie había previsto. Su habilidad y liderazgo no solo inclinaron la balanza a favor de los Sombrios en ese enfrentamiento, sino que también provocaron un terremoto político y emocional en los reinos humano y Sombrio.
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Editado: 21.01.2025