El amanecer llegó lentamente, pintando el cielo con tonos anaranjados y rosados mientras el sol comenzaba a elevarse sobre el horizonte. El campamento de los Sombrios estaba tranquilo, sus habitantes aún dormían o se movían en silencio mientras se preparaban para un nuevo día de batalla y estrategia. Pero para Merss y Drafier, ese amanecer tenía un significado diferente.
Merss fue la primera en despertar, sus sentidos alerta a pesar del cansancio que pesaba sobre su cuerpo. Estaba acurrucada contra Drafier, quien aún dormía, su rostro relajado en una expresión que rara vez se permitía mostrar durante el día. El cabello oscuro de él caía desordenado sobre su frente, y su pecho subía y bajaba con un ritmo tranquilo.
Por un momento, Merss se permitió observarlo, notando detalles que no había tenido tiempo de apreciar antes. Las líneas de su rostro, las cicatrices que trazaban historias en su piel, y la fuerza tranquila que emanaba incluso en su descanso. Era extraño verlo así, vulnerable y humano, cuando estaba tan acostumbrada a su presencia imponente y estratégica.
Se movió con cuidado, intentando no despertarlo, pero Drafier era un guerrero tan entrenado como ella. Sus ojos se abrieron lentamente, encontrándose con los de ella. Durante un breve instante, ambos simplemente se miraron, el silencio entre ellos lleno de algo más que palabras.
—¿Te vas a ir antes de que salga el sol? —preguntó Drafier, su voz aún ronca por el sueño, pero con un dejo de humor en sus palabras.
Merss sonrió levemente, una rareza que parecía reservada solo para él.
—No soy tan fácil de espantar —respondió, acomodándose nuevamente junto a él.
Drafier se estiró ligeramente, su mano encontrando la de ella y entrelazándola con la suya.
—Eso me da algo de tranquilidad. —Hizo una pausa antes de añadir—. Anoche fue… inesperado, pero no me arrepiento.
—Ni yo —admitió Merss, su voz más suave de lo que había planeado.
Por un momento, ambos quedaron en silencio, disfrutando de la cercanía sin la presión de las responsabilidades que los esperaban. Pero Merss sabía que este momento no podía durar mucho.
—El campamento se levantará pronto —dijo ella, como si necesitara recordarse a sí misma de las obligaciones que ambos tenían.
—Que esperen un poco más —respondió Drafier, con un tono más relajado de lo habitual—. Nos merecemos este momento.
Merss dejó escapar una risa suave, pero se permitió relajarse nuevamente. Apoyó la cabeza en el pecho de Drafier, escuchando los latidos de su corazón, mientras él acariciaba su cabello con movimientos lentos y pausados.
—Nunca pensé que encontraría algo como esto en medio de la guerra —confesó Merss, su voz apenas un susurro.
Drafier sonrió, inclinándose para besar la parte superior de su cabeza.
—A veces, los momentos más inesperados son los que más significan.
Finalmente, el campamento comenzó a despertarse a su alrededor. Los murmullos de los soldados y el sonido de pasos se hicieron más presentes, recordándoles que no podían permanecer allí por mucho más tiempo.
Merss fue la primera en levantarse, ajustándose la ropa y asegurándose de que la armadura ligera estuviera en su lugar. Drafier la observó mientras se preparaba, una mirada que combinaba admiración y algo más profundo, más personal.
Cuando ella estuvo lista, Drafier también se puso de pie, colocándose a su lado.
—El mundo nos espera, Merss —dijo, su tono volviendo a ser más firme, más propio de un líder. Pero sus ojos aún reflejaban el vínculo que habían compartido esa noche.
—Que venga —respondió ella, con la determinación característica en su voz.
Sin embargo, cuando ambos salieron juntos al campamento, la conexión que compartían no pasó desapercibida para algunos. Las miradas curiosas y los murmullos discretos siguieron a su paso, pero ni Drafier ni Merss parecieron notarlo. Había algo en su porte, en la manera en que se movían, que dejaba claro que la noche pasada no los había debilitado, sino fortalecido.
Cuando Merss y Drafier salieron juntos de la tienda en la que habían pasado la noche, el aire del campamento se llenó de murmullos apenas audibles. Los soldados y estrategas de los Sombrios intercambiaron miradas rápidas, curiosidad y especulación marcando sus expresiones. Aunque los Sombrios eran una raza disciplinada y acostumbrada a seguir órdenes sin cuestionar, la aparición conjunta del rey y su más reciente aliada despertaba preguntas inevitables.
Drafier se movía con la confianza habitual que lo caracterizaba, su porte erguido y mirada imponente dejando claro que no tenía intención de explicar nada. A su lado, Merss caminaba con la misma seguridad, sus pasos firmes y su mirada fija en el horizonte. Aunque no hablaban, la cercanía entre ambos era evidente. Había una sincronía en sus movimientos, una conexión intangible que parecía traspasar cualquier barrera cultural o militar.
En el centro del campamento, los comandantes aguardaban junto a un mapa extendido sobre una mesa improvisada. Al ver a Drafier y Merss acercarse, todos se enderezaron, inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto hacia el rey. Sin embargo, no podían ocultar sus miradas fugaces hacia Merss, ahora vestida con un uniforme adaptado de los Sombrios, una mezcla de armadura ligera y ropa funcional que hablaba de su nueva posición.
Uno de los comandantes, un estratega de rostro severo llamado Dren, fue el primero en hablar.
—Majestad, los informes de nuestros exploradores han llegado. El ejército enemigo ha reforzado sus posiciones al este, cerca del paso montañoso. Parece que anticipan nuestro próximo movimiento.
Drafier asintió, inclinándose sobre el mapa para estudiar las marcas que representaban las posiciones enemigas. Merss se colocó a su lado, sus ojos agudos examinando el terreno con igual atención. Sin esperar instrucciones, señaló un punto en el mapa.
—Aquí —dijo, su voz firme y sin vacilaciones—. Es un punto débil. El terreno es irregular, y si movilizamos a un grupo pequeño, podríamos flanquearlos antes de que se den cuenta.
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Editado: 21.01.2025