Esa noche, mientras los aliados descansaban, el fuego en el interior de Merss comenzó a arder con más intensidad. Era como si su conexión con la naturaleza la estuviera advirtiendo de un peligro inminente.
La noche era tranquila en el campamento Sylari, donde las fuerzas aliadas descansaban tras días de planificación y negociaciones. Merss, aún acostumbrándose a la intensidad de sus poderes, había optado por tomar un momento para meditar junto al árbol ancestral que había despertado su verdadera naturaleza. Era su refugio, un lugar donde las energías del bosque fluían con armonía, calmando su espíritu y renovando su fuerza.
Pero esa calma estaba a punto de ser destrozada.
Desde las sombras, un grupo de asesinos élite del reino humano, entrenados específicamente para misiones de infiltración, se deslizó silenciosamente hacia el corazón del campamento Sylari. Sus movimientos eran precisos, sus intenciones claras: eliminar al Fénix antes de que pudiera inclinar la balanza de la guerra aún más en contra del reino humano.
Merss, sumida en su meditación, no notó la presencia de los asesinos hasta que ya era demasiado tarde. A pesar de sus sentidos sobrehumanos, el sigilo y las habilidades de sus atacantes la tomaron por sorpresa. El primero de los asesinos saltó desde un árbol cercano, blandiendo un cuchillo forjado con una aleación especial destinada a neutralizar sus poderes.
Aunque reaccionó rápido, bloqueando el primer ataque con una explosión de fuego que iluminó el bosque, los demás asesinos la rodearon. Las llamas de Merss quemaron a dos de ellos, pero el tercer atacante logró acercarse lo suficiente para apuñalarla en el costado con la daga encantada.
El dolor fue desgarrador. Merss cayó de rodillas, su cabello rojo fuego perdiendo intensidad mientras la daga drenaba su energía. Intentó levantarse, pero los asesinos aprovecharon su debilidad, atacándola con una precisión brutal.
Drafier, que había estado discutiendo con los Sylari en una tienda cercana, sintió una perturbación en el aire, como si algo en el equilibrio natural se hubiera roto. Su conexión con Merss, alimentada tanto por su vínculo emocional como por la magia que fluía entre ellos, lo alertó de inmediato.
—¡Merss está en peligro! —exclamó, saliendo corriendo hacia el árbol ancestral.
Cuando llegó, el horror lo golpeó como una ola. Merss estaba tendida en el suelo, su sangre tiñendo de rojo las raíces del árbol, mientras sus atacantes se dispersaban en las sombras. Con un rugido de ira, Drafier desató todo su poder como rey de los Sombrios, persiguiendo y destruyendo a los asesinos restantes con una ferocidad que pocas veces había mostrado.
Mientras Drafier sostenía el cuerpo inconsciente de Merss, algo extraño comenzó a ocurrir en el bosque. El árbol ancestral, que antes brillaba con una luz cálida y dorada, empezó a oscurecerse, sus hojas marchitándose al contacto con la sangre derramada de Merss. Una energía oscura se extendió como una ola, cubriendo el bosque y más allá.
Los Sylari, aterrados, se arrodillaron al ver cómo el equilibrio natural se desmoronaba. Uno de sus ancianos habló con voz temblorosa:
—El Fénix es el corazón del equilibrio. Su sufrimiento es nuestro sufrimiento, y su caída trae consigo una maldición.
En el reino humano, la maldición comenzó a manifestarse casi de inmediato. Los campos se marchitaron, las cosechas se pudrieron, y los ríos comenzaron a secarse. Las ciudades se vieron invadidas por plagas y enfermedades desconocidas. La tierra misma parecía rechazar a quienes habían conspirado contra el Fénix.
De vuelta en el campamento Sylari, Drafier estaba arrodillado junto a Merss, sosteniéndola en sus brazos mientras intentaba contener el sangrado. Su cabello rojo fuego estaba opaco, y su piel, pálida como la luna.
—Merss... —susurró, su voz quebrada por la angustia—. No puedes dejarme. No así.
Los Sylari intentaron intervenir, usando su magia para estabilizarla, pero su conexión con el árbol ancestral y el equilibrio natural hacía que su condición dependiera de algo más grande que ellos.
—Su fuego está extinguiéndose —dijo uno de los ancianos Sylari—. Si no encontramos una forma de reavivarlo, perecerá... y el mundo con ella.
Drafier se negó a aceptar esa posibilidad.
—Haremos lo que sea necesario. Buscaré la manera de salvarla, aunque tenga que sacrificar todo lo que soy.
La caída de Merss marcó un punto de inflexión en la guerra. Los Sylari y los Sombrios ahora tenían un propósito renovado: restaurar el equilibrio y salvar al Fénix. Por otro lado, el reino humano enfrentaba las consecuencias de su arrogancia, luchando no solo contra sus enemigos, sino contra la propia naturaleza que los condenaba.
Drafier, devastado pero determinado, decidió embarcarse en una búsqueda desesperada para encontrar la clave para salvar a Merss y restaurar el equilibrio. Sabía que no sería fácil, pero no podía permitir que el mundo perdiera a su Fénix... ni que él perdiera a la mujer que amaba.
La maldición que emanó del árbol ancestral y del sufrimiento de Merss fue una condena que se extendió como una plaga imparable sobre el reino humano. En cuestión de días, la tierra que una vez había sido fértil y próspera se convirtió en un paisaje desolado, reflejando la fractura del equilibrio natural.
Los campos, que alguna vez producían abundantes cosechas, comenzaron a marchitarse de manera inexplicable. El trigo se pudrió antes de ser cosechado, los frutales dejaron de dar frutos, y el suelo se volvió árido y quebradizo, incapaz de sostener ninguna vida.
En las aldeas, los campesinos se desesperaban al ver sus reservas de alimentos agotarse rápidamente. Los mercados en las ciudades principales quedaron vacíos, y las primeras señales de hambruna comenzaron a aparecer.
—Esto es obra de los Sombrios y su Fénix maldito —se escuchaba entre los campesinos. Sin embargo, otros empezaron a cuestionar las decisiones del rey.
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Editado: 21.01.2025