Fenix del alba: Historias de Merss

VIII

El aire se llenó de un extraño silencio cuando Merss, vestida con su etéreo vestido blanco, sintió el movimiento de las tropas enemigas a kilómetros de distancia. Era como si la misma tierra le hablara, los árboles susurraran sobre la presencia de los intrusos. Sin decir una palabra, su cuerpo reaccionó por instinto, y comenzó a correr hacia el peligro, sus pies descalzos apenas rozando el suelo del bosque.

—¡Merss! —gritó Drafier al verla partir—. ¡Rápido, seguidla!

Sin perder tiempo, Drafier organizó a un grupo de diez de sus soldados de élite, los más hábiles y leales, y emprendieron una carrera frenética tras ella. Pero por más que intentaran seguirle el ritmo, la velocidad de Merss era casi sobrenatural. Su cabello rojo, como una llama viva, brillaba entre los árboles mientras avanzaba con una determinación que parecía venir de un lugar profundo y olvidado.

Cuando Drafier y sus soldados llegaron al lugar, lo que vieron los dejó sin aliento. Cientos de cuerpos humanos yacían esparcidos por el suelo del bosque, víctimas de un poder implacable. Entre los árboles, Merss se movía con una gracia y una ferocidad que ninguno de ellos había presenciado jamás.

Era como si el bosque mismo la protegiera, como si los árboles inclinaran sus ramas para abrirle paso y las raíces se levantaran para obstaculizar a los enemigos. Merss saltaba entre las ramas con una velocidad imposible, su cabello ardiendo como si fuera una extensión de su furia. Sus movimientos eran precisos, cada golpe letal, cada paso una danza mortal que dejaba a sus enemigos indefensos.

Los soldados enemigos intentaban rodearla, pero era inútil. Cada uno que se acercaba caía antes de poder levantar su arma.

—¿Es... ella realmente? —murmuró uno de los soldados de Drafier, observando con incredulidad.

Drafier no respondió. Estaba fascinado y aterrado al mismo tiempo. Sabía que Merss era poderosa, pero lo que veía ahora superaba todo lo que había imaginado.

Mientras Merss luchaba, algo comenzó a despertar en su mente. Cada vez que un enemigo caía, un destello de recuerdo parpadeaba en su mente.

Primero, vio imágenes borrosas de un campo de batalla diferente, uno cubierto de cenizas y fuego, donde ella lideraba a un ejército bajo el estandarte del reino humano. Luego, apareció el rostro de un hombre anciano, con una sonrisa cruel, pronunciando palabras que no podía entender pero que llenaban su pecho de rabia.

Con cada enemigo que caía, las piezas de su pasado se volvían más claras. Recordó el momento en que fue capturada, el dolor de ser sometida, y la sensación de su propia voluntad siendo apagada por el hechizo del rey humano.

Pero también hubo otros recuerdos: una vez, había sido libre. Había sido un ser poderoso, conectado con el equilibrio natural, una protectora de la vida misma. Esa parte de ella, esa esencia que había sido reprimida durante tanto tiempo, ahora despertaba con toda su fuerza.

—Soy... un Fénix... —murmuró mientras esquivaba un ataque y contraatacaba con una precisión letal. Su voz, aunque apenas audible, estaba llena de una fuerza renovada.

Cuando el último de los soldados humanos cayó, Merss se detuvo en medio del campo de batalla. Su pecho subía y bajaba rápidamente, pero no por el cansancio. Su cabello, todavía ardiendo con un fuego brillante, parecía reflejar la intensidad de sus emociones.

Los soldados de Drafier se acercaron con cautela, incapaces de apartar la mirada del espectáculo que acababan de presenciar.

—Ella sola... enfrentó a todo un batallón —dijo uno de los soldados con voz temblorosa.

Drafier avanzó, su rostro mostrando una mezcla de orgullo, preocupación y asombro.

—Merss —dijo, llamándola con suavidad.

Ella giró lentamente hacia él, y en sus ojos había algo nuevo. Ya no estaban vacíos, ya no reflejaban confusión. Había una chispa de reconocimiento, un destello de la Merss que él había conocido.

—Drafier... —dijo, su voz más firme ahora—. Creo que estoy recordando... cosas. Mi pasado... mi verdadera naturaleza.

Drafier se acercó más, observando cómo el fuego en su cabello comenzaba a disminuir hasta convertirse en un resplandor suave.

—¿Qué recuerdas?

Ella bajó la mirada hacia sus manos, todavía manchadas con la sangre de sus enemigos.

—Recuerdo lo que me hicieron... cómo me quitaron todo. Pero también recuerdo lo que era antes de eso. Era fuerte, libre... y estaba conectada con algo más grande que yo misma.

Drafier asintió lentamente, sintiendo que el corazón se le llenaba de esperanza.

—Entonces eso significa que todavía hay más por descubrir, Merss. Lo que sea que te hayan quitado, lo recuperaremos juntos.

Ella levantó la vista hacia él, y por un momento, hubo una conexión silenciosa entre ambos.

—Gracias, Drafier. No sé qué significa todo esto todavía, pero siento que hay algo que debo hacer... algo que podría cambiarlo todo.

La naturaleza, testigo silenciosa de la batalla, parecía vibrar con energía renovada. Los árboles se alzaban más altos, las flores comenzaban a brotar entre los cadáveres, y los animales, que antes habían huido, se acercaban tímidamente a Merss.

Era como si el equilibrio natural comenzara a restablecerse, guiado por la presencia de Merss. Pero todos sabían que este solo era el principio.

El renacer de un líder: Merss toma el control

Tras la batalla en el bosque, Merss se convirtió en el centro de atención, no solo para los Sylari y los Sombrios, sino también para la naturaleza misma. La tierra parecía responder a su presencia: los árboles inclinaban sus ramas hacia ella, los animales se acercaban sin miedo, y la brisa llevaba su aroma como si quisiera anunciar su llegada. Pero dentro de Merss, una lucha interna comenzaba a formarse.

Los recuerdos que había recuperado eran fragmentos incompletos de un pasado que aún no entendía del todo. Sin embargo, lo que sí sabía era que el reino humano le había robado su libertad y su propósito. Ahora, con su conexión con la naturaleza restaurada y su poder despertando, Merss se dio cuenta de que no podía seguir siendo solo una pieza en el tablero de la guerra.




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