A la madrugada siguiente, Fernar Shakd zarpa en un drakkar de velas grises. La niebla cubre el océano como un manto espectral, y las gaviotas escapan hacia el cielo en círculos nerviosos. El guerrero mira cómo la costa de su aldea se vuelve una línea difusa, un sueño lejano de humo y madera.
Mientras las olas golpean el casco del barco, la soledad de los mares despierta viejas memorias y anhelos. Piensa en los compañeros de la aldea, en el consejo de ancianos, en el crujir de las historias mientras muere el crepúsculo. Siente el pulso del destino en cada nudo de vela y en cada golpe del remo contra la corriente.
En la cubierta, escribe en el viento una oración-prosa:
"Navegar es vencer el miedo con la valentía de los vikingos. / El misterio del océano no es trago de cobardes, / sino canto antiguo que solo el alma escucha."
Cada kilómetro de mar abierto se siente sagrado y peligroso. Fernar Shakd recuerda la sabiduría del sabio Harald: "El mar no perdona a quien ignora su canto." Con el alba, una fina lluvia de salpica anuncia los desafíos que se avecinan mientras él se adentra más allá de la niebla.