El sol apenas rompe la niebla cuando Fernar observa una sombra enorme bajo la proa del drakkar. El agua se tiñe de negro a su alrededor, como tinta derramada en un pergamino antiguo. El rugido sordo de una criatura desconocida estremece el aire y su corazón.
Saca la espada con un golpe certero, mientras la tripulación contiene el aliento. Aparece un leviatán de escamas brillantes y tentáculos torcidos, un monstruo salido de los susurros de las leyendas. El guerrero grita, y sus voces se entremezclan con el viento en un canto desafiante:
"¡Dioses del mar, dadme valor! Que mi acero honre mi destino."
Fernar arremete, el acero chocando contra la piel fría del monstruo. Pero el leviatán es veloz, y el barco se tambalea sobre las olas frenéticas. En el fragor, ve un ojo gigantesco, tranquilo y salvaje a la vez, que parece mirarlo con curiosidad. Por un instante, el mundo se detiene: el guerrero y la bestia, hombre y mito, cara a cara en la superficie agitada.