El viento se aquieta, la tormenta amaina y Fernar Shakd yace a flote sobre un trozo de madera partida. Respira con dificultad, el corazón golpeando en su pecho como tambor de batalla. A su alrededor, el océano recobra su calma; solo el lamento lejano de una ballena interrumpe el silencio.
En la espuma, el guerrero piensa: "¿Qué he hecho? He luchado con la furia de un hombre, pero frente a un canto tan antiguo como la creación, ¿fui realmente valiente o solo furioso?"
Se siente minúsculo ante el vértigo del mar, pero de alguna manera extraño y vivo, como si una nueva fuerza lo hubiera tallado en la soledad de las olas. Entre el cansancio, canta un verso:
"Del ocaso al alba, la verdad / no siempre resplandece en la espada; / a veces, mora en el ojo de la bestia."
Alza la vista y, en la línea de nubes, vislumbra un camino iluminado, una promesa de entendimiento. Una sabiduría vikinga resuena en su oído como un eco: "Sólo quien conoce el miedo, conoce la fuerza." Fernar Shakd aprieta la madera con fuerza, decidido a que su viaje no termine aquí.