Los remos de Fernar cortan la corriente de regreso, mientras la costa natal emerge tras la bruma. Los bosques lo saludan con la voz familiar de los cuervos, y el susurro de los ancestros se confunde con el repiqueteo de los cascos en la grava. Llegado al muelle de su aldea, los ojos del héroe-poeta se tornan agua salada: la tierra que amaba lo recibe con un silencio respetuoso.