9 de agosto 756, mañana.
 Caravana del Área de Descanso de Cauthess.
Los primeros rayos del sol se filtraban entre las montañas. Encima del techo de la caravana, el droide ID11 permanecía replegado como si durmiera. Un pequeño zumbido lo despertó: abrió un panel solar de su cuerpo y lo orientó hacia la luz, cargándose con calma como un gato que toma sol.
Dentro de la caravana, las chicas empezaron a desperezarse.
 Aranea salió la primera, estirando los brazos hacia arriba y girando el cuello hasta escuchar un par de crujidos.
 —Ihh, nada como la mañana para soltar el óxido —murmuró.
Iris, con curiosidad, trató de imitar los mismos movimientos. Logró levantar los brazos, pero cuando giró demasiado el torso perdió el equilibrio y terminó en el suelo con un golpe suave.
 —¡Auch! —se quejó..
Aranea arqueó una ceja y sonrió con burla ligera.
 —No te preocupes, soldado, ya dominarás la técnica del “estiramiento básico sin caerte de boca”.
Mientras tanto, Cindy había tomado la sartén y el olor a panqueques recién hechos empezó a llenar el aire.
 Luna, sentada en la mesa, leía con serenidad un libro mientras desplegaba a un lado un mapa de Lucis, marcando rutas con un lápiz.
Cindy salió con los platos.
 —¡Desayuno listo! —anunció con voz animada, colocando los panqueques en la mesa.
Las cuatro se sentaron juntas, disfrutando entre bocados y risas.
—Bueno chicas —dijo Luna suavemente, levantando la mirada del mapa—, ¿qué tal si vamos a visitar la Roca de Ravatogh en Cleigne?
Aranea arqueó una ceja.
 —¿A hacer turismo? ¿Y el entrenamiento?
—Pues allá haremos el entrenamiento —replicó Luna con calma—. Allá solo hay rocas… nada de árboles que incendiar por accidente ni casas que destruir por accidente, ¿verdad?
Cindy levantó la mano con una sonrisa nerviosa.
 —Sí, pero necesitaré pasar por Lestallum para conseguir materiales para mis armas.
—Podemos ir mañana en la tarde —asintió Luna.
—Iris intervino, con ojos brillantes—. ¿Y qué hacemos en el volcán? ¿Tomarnos fotos?
Aranea se cruzó de brazos.
 —No es mala idea. Pero primero entrenamos, luego fotos.
El desayuno continuó ligero, entre risas y comentarios sueltos.
Dos horas después.
 Pueblo al pie de la Roca de Ravatogh, Cleigne, Lucis.
El Solaria se estacionó junto a la caravana del pueblo, El aire caliente del volcán se sentía incluso a esa distancia.
Iris bajó del asiento trasero y se estiró con alivio.
 —Uff, por fin.
Luna abrió el maletero y empezó a organizar las maletas.
 —Chicas, aquí traje ropa deportiva, cámbiense primero.
Repartió conjuntos a cada una y entraron a la caravana para cambiarse.
Cuando salieron, se quedaron mirándose con sorpresa: todas vestían el mismo uniforme deportivo celeste con líneas blancas.
—¡Luna! —Aranea alzó una ceja con ironía—. ¿En serio el mismo color para todas?
—Iris y Cindy la acompañaron en el reclamo con un quejido divertido.
Luna se llevó una mano a la frente, fingiendo un gesto de “ups, qué despiste el mío”.
 —Vaya, no me di cuenta…
Aranea soltó un largo suspiro resignado.
 —Bueno… al menos no es negro como el de los chicos.
Las tres chicas estallaron en risas.
Se dirigieron a un claro detrás de la tienda del pueblo, un sitio rodeado de rocas volcánicas perfectas para entrenar.
Aranea dio un paso al frente y estiró el cuello como si se preparara para una misión.
 —Bien, hora del entrenamiento. Empezamos con estiramientos.
Las guió con movimientos simples:
Brazos arriba y entrelazados, inclinándose a cada lado hasta sentir cómo se estiraba la espalda.
Torsiones de cintura, con los brazos extendidos y girando lentamente a la izquierda y derecha.
Rodillas al pecho, alternando cada pierna, para calentar la cadera.
Flexiones de pierna, apoyando una en la roca y bajando el cuerpo.
Finalmente, una serie de saltitos en el mismo sitio, para soltar el cuerpo.
Iris, determinada a no repetir la caída de antes, lo hacía con cuidado. Cindy, aunque torpe, ponía entusiasmo. Luna mantenía una elegancia serena en cada movimiento.
Aranea sonrió, satisfecha, como una instructora que veía potencial en sus aprendices.
 —Bien, pasemos al combate.
Caminó hacia un montón de piedras sueltas y empezó a colocarlas en fila, formando figuras torpes que parecían animales o personas.
 —Listo, estos serán nuestros “objetivos”. No muerden, pero imaginemos que sí.
Se volvió hacia Luna.
 —Tú primero. Saca tu tridente y muéstranos lo que tienes.
Luna asintió con calma. Con un gesto elegante, su tridente apareció en sus manos. A su alrededor, dos agujas elementales flotaron: una de agua y otra de hielo.
Aranea se acercó con curiosidad, tocó suavemente la punta de ambas.
 —Interesante… y bastante afiladas. Dime, ¿puedes moverlas a voluntad? ¿O hacerlas aparecer alrededor del objetivo?
Luna cerró los ojos un instante, enfocándose. Las agujas giraron a diferentes ángulos, se desplazaron como flechas suspendidas en un viento invisible. Luego, con un gesto de la mano, las disparó contra una roca.
¡ZAS! 
 El proyectil de hielo la partió en dos y el de agua la deshizo en una lluvia que salpicó a Iris.
—Ihhh… ¡fría! —Iris se sacudió el brazo mojado.
Aranea sonrió satisfecha.
 —Nada mal. Ahora, prueba con varios.
Luna respiró hondo, invocó un círculo de agujas que aparecieron alrededor de otra roca como si lo hubieran rodeado en una trampa. Luego, todas salieron disparadas a la vez. El proyectil múltiple pulverizó el objetivo, dejándolo hecho trozos mojados por todas partes.
Cindy abrió su libreta y empezó a anotar con rapidez.
 —Si esas agujas pueden rodear a un enemigo, lo ideal sería usarlas como cierre de escape. Como una emboscada elemental.