El aire en el campamento temblaba aún por la energía residual del portal.
 Las lonas se agitaban. Las cajas vibraban. La quietud era tan intensa como una pausa de la realidad.
El Encapuchado Moguri caminó hacia la tienda principal con las manos entrelazadas detrás de su espalda.
 —Bien… veamos qué dejaron estos chicos…
Pero no alcanzó ni tres pasos cuando algo se movió entre los arbustos.
De la maleza del borde del campamento emergió una pequeña criatura, tan brillante como serena: un Carbuncle real.
 Su pelaje blanco-celeste relucía bajo la luz del día, y su gema roja centelleaba con inquietud.
El Moguri se detuvo.
 —¿Eh?
 Inclinó la cabeza hacia un lado, curioso.
 —Oh, vaya. ¿Y tú qué haces por aquí, pequeñín?
El Carbuncle se acercó sin miedo.
 El Moguri se arrodilló lentamente, sacando de su túnica una mano enguantada.
 —Vamos, ven…
El Carbuncle olfateó con desconfianza. Pero tras un segundo, se dejó acariciar con suavidad.
—Ya veo... eres el de Noctis, ¿verdad?
El Carbuncle asintió con un pequeño sonido agudo. Pero luego su mirada se desvió.
 Sus orejas se movieron inquietas. Soltó un leve “kyu” hacia el centro del campamento.
—¿Mmm? ¿Los chicos? Están bien, tranquiiilo…
Pero el Carbuncle repitió el sonido, esta vez más urgente.
El Encapuchado parpadeó.
 —¿Eh? ¿Dónde dices que están...
 Se llevó una mano al interior de la capa y sacó de nuevo su teléfono.
—Veamos si esta app de constelaciones tiene a Eos en la lista, Kupo.
 En su telefono muestra varios planetas:
 Un mundo, enteramente cubierto de luces centelleantes, una única ciudad que abarca todo el planeta, una ecumenópolis.
Otro mundo, con vastos océanos azules y verdes masas de tierra y continentes familiares para el lector.
Un tercer mundo, densamente selvático, orbitando un gigante gaseoso de un azul vibrante, una luna bioluminiscente, rebosante de vida salvaje.
Y un último mundo, con océanos y continentes, pero con extrañas líneas de energía verde que lo envolvían como si fuesen corrientes.
 Hasta que llega a Eos y lo presiona.
A plena luz del día, la cámara del teléfono apuntó al cielo.
 La pantalla, sin embargo, revelaba un cielo nocturno cubierto de estrellas. Constelaciones de Eos. Una de ellas brillaba más que el resto.
El Encapuchado giró el teléfono hacia el Carbuncle.
 —¿Aquí? ¿Es esto lo que ves?
Y con un gesto pausado, extendió su mano hacia lo alto, apuntando al mismo punto que indicaba la pantalla y al cielo
El Carbuncle alzó la mirada.
Y entonces, por un instante, pareció entender.
[CORTE DE ESCENA]
La cámara se eleva del campamento,
 Sube sobre los árboles. Vuela hacia el oeste.
 Cruza bosques, senderos, campos, carreteras.
 Hasta llegar al pequeño pueblo cercano a La Roca de Ravatogh.
En una terraza de piedra, Luna estaba sentada en una silla.
 Un libro abierto entre las manos.
 A pocos pasos, Cindy limpiaba con paciencia la brillante carrocería del Solaria..
Aranea e Iris estaban más allá, cerca del borde del mirador.
 Reían, tomándose fotos con el cráter del volcán de fondo. Iris extendía los brazos dramatizando que iba a saltar al vacío, y Aranea la sujetaba teatralmente por la cintura.
Pero entonces...
Luna dejó caer el libro.
Sus ojos se abrieron, brillantes de inquietud.
—¿Qué... fue eso?
Cerró los ojos.
Una presión extraña la recorrió.
 Un presentimiento.. Una certeza repentina.
—¿Noctis y los chicos...?
El viento cambió. Luna se incorporó despacio.
—Se fueron de Eos... —murmuró—. Como... absorbidos...
Se llevó una mano al pecho.
—Atravesaron la atmósfera y el espacio exterior... y ya no están aquí.
Silencio.
Pero la angustia se disipó con otra sensación súbita.
Una calidez invisible, como una corriente que aún fluía.
 Como si, pese a todo, siguieran vivos. Y juntos.
Luna bajó la mirada, y luego miró al cielo.
Juntó las manos. Oró en silencio.
—Que estén a salvo. Donde sea que estén... que encuentren el camino.
[REGRESO AL CAMPAMENTO DE LOS CHOCOBROS]
El Encapuchado Moguri avanzaba con paso tranquilo hacia la tienda de Prompto y Noctis, A su lado, el Carbuncle de Noctis lo seguía, sus orejas erguidas y su mirada inquisitiva.
De repente, el pequeño Carbuncle soltó un sonido breve, una especie de pregunta.
—¿Eh? —detuvo su paso el Moguri, y giró la cabeza hacia el Carbuncle—. ¿Quién soy? Oh, disculpa, pequeñín, no me he presentado adecuadamente —miró a los lados, asegurándose de que no hubiera testigos.
Con un gesto teatral, se quitó la capucha y luego la capa. Su traje táctico, de un negro mate, parecía sacado de una misión ultrasecreta. Flotando detrás de su espalda, una pieza angulosa de metal verde oscuro, similar a una mochila, y debajo de ella, dos triángulos también levitando.
—Soy el Agente 5, del Departamento de Inteligencia y Operaciones Especiales. D.I.O.E., ¡Kupo! —dijo con orgullo, haciendo un pequeño saludo militar.
El Carbuncle lo miró de pies a cabeza:
 Este Moguri no era como los demás; medía 1.50 metros de alto, era de complexión delgada, con un pelaje blanco y orejas puntiagudas. Sus ojos eran como líneas, y las alas de murciélago que colgaban de su espalda se estiraron al triple de su tamaño antes de encogerse de nuevo.
 Luego, el Carbuncle soltó un sonido alegre, casi una risa.
—¿Yo? ¿Espía? —se rió el Agente 5, cruzándose de brazos y sonriendo con picardía—. Jeje, más bien… un especialista.
El Carbuncle emitió un sonido interrogativo, ladeando la cabeza, como preguntando: ¿Y eso qué es?