Tienda de Noctis y Prompto.
 El Moguri se detuvo en el borde, manos en la cintura, observando con ojos críticos.
—Ajá… —dijo—. Dos colchonetas mal acomodadas, mesitas llenas de cartas de las chicas, maletas abiertas, objetos personales desperdigados… y… ¿eso es purpurina arrinconada en la esquina?
 Se llevó la mano al mentón y frunció el ceño.
 —Definitivamente, un crimen contra la organización, “mamá Ignis” deberá regañarlos a los dos.
El Carbuncle emitió un sonido curioso.
—¿Qué qué busco? —repitió el Moguri, girándose hacia él con una sonrisa misteriosa—. Una cosita, amiguito. Solo una cosita…
Se dirigió primero a las maletas. De la de Prompto sacó varias camisetas sin mangas y chaclecos sin mangas, agitándolas como si fueran evidencia comprometedora.
—Mira esto, ropa para posar sus brazos. Muy de su estilo, ya entiendo porque todo son sin mangas….
Luego abrió la maleta de Noctis y comenzó a sacar camisa tras camisa.
 —Negro… negro… negro otra vez… ¿En serio? ¿No tiene otro color?
El Carbuncle hizo un “kyu” que sonó a explicación.
—¿Uniforme de la Crownsguard? Sí, lo sé, lo sé… pero igual podrían variar un poco. —Alzó dos camisetas negras idénticas y las comparó con un gesto teatral— O al menos inventarse algo que no los haga destacar como dianas andantes. ¿Cómo crees que los soldados Magitek siempre los encuentran?
El Carbuncle soltó un chillido corto.
—¿La magia de Noctis? —dijo el Moguri, ladeando la cabeza—. Hmmm… podría ser. O quizá, simplemente, porque se visten todos igual. Misterios de la vida, kupo.
Sacudiendo la cabeza, volvió a rebuscar entre el resto de cosas de pronto, se detuvo.
—Ajá… ahí está —dijo con voz triunfal.
Sobre la mesita lateral, entre otros regalos ya abiertos, descansaba la caja grande de Tenebrae, dentro, habia restos de comida y algunas notas escritas por el Peluche Gigante Carbuncle.
 El Moguri sonrió de lado.
—Hora de limpiar pruebas.
Chasqueó los dedos y de su boca salió un sonido limitando el canto de un pájaro, luego, como si estuviera en plena faena doméstica, comenzó a tararear una melodía mientras acomodaba la tienda.
Recogió la purpurina esparcida en la esquina y la echó dentro de la misma caja. Enderezó las maletas, dobló la ropa, Finalmente, tomó la caja de Tenebrae, ahora con purpurina y notas dentro.
La miró un instante y leyó en voz alta el mensaje pegado en un lateral:
—“NO ABRIR.
 Gracias por participar.
 GdRdAM (Guardián de los Regalos de Amistad Mal canalizados)”
El Moguri bufó divertido.
 —Oh, Prompto… qué sutileza.
Con un gesto satisfecho, se levantó y cargó la caja. Salió de la tienda caminando hacia el centro del campamento.
 La fogata estaba apagada, colocó la caja encima de la leña.
Entonces, una de las dos piezas triangulares que flotaban detrás de su espalda se movió suavemente hacia adelante, se abrió, revelando un cañón oculto. Un pulso de plasma rojo, salió disparado y tocó la leña, por un instante, las llamas surgieron de un intenso color carmesí antes de asentarse en el amarillo. La pieza triangular se cerró y regresó a su lugar original detrás del Moguri.
y lo observó arder la caja.
—Listo. limpieza de pruebas completada, kupo!
El Carbuncle lo miraba en silencio, moviendo la cola, con expresión mezcla de sorpresa y aprobación tímida.
El Moguri se quedó de pie a la par del fogata, manos en la cintura, observó al campamento, evaluando como un inspector de aduana.
—Veamos… —murmuró en voz baja—. La tienda principal, la de Noctis y Prompto, la de Ignis y Gladio, la tienda almacén… y por supuesto, el Regalia.
Con paso decidido fue hacia la tienda de Ignis y Gladio. Apenas levantó la solapa de la entrada, se detuvo en seco.
 El interior parecía un catálogo de organización militar.
—Wow… —dijo el Moguri, asombrado—. “Mamá Ignis” sí sabe cómo organizar… nada que ver con esos dos desastres de al lado.
Dentro había dos colchonetas perfectamente alineadas, maletas cerradas, zapatos en fila, cajas con especias y conservas apiladas.
 El Moguri pasó el dedo por la superficie de una mesa… y ni una mota de polvo.
—Impecable —dijo, casi ofendido—. ¿Cómo lo hace?
Se inclinó sobre una maleta abierta de Ignis y vio ropa doblada con precisión. Todas idénticas. La cerró con un suspiro. Luego encontró una maleta pequeña, la abrió… y se quedó mirando incrédulo.
—¿Lentes? ¿Más lentes? ¿¡Por qué alguien necesita tantos lentes!? —se rascó la cabeza, divertido—. Qué raro…
La cerró rápido, como si hubiera tocado un secreto peligroso. Sus ojos brillaron al encontrar una caja con libros de estrategias y recetarios.
—Ahora sí… esto es útil. —Sacó un recetario y lo hojeó con gusto— Me encantaría probar la comida de Ignis… bien, tomaré este libro prestado y haré algo esta noche.
El Carbuncle lo observaba sentado junto a la entrada, observando con cruiosidad.
—¿Donde está la llave del Regalia? —preguntó el Moguri en voz alta.
El Carbuncle emitió un “ kyu” corto.
—¿Debajo de la almohada? —repitió el Moguri, arqueando una ceja.
Se acercó a la colchoneta de Ignis, levantó la almohada… y ahí estaba:
 La llave retangular y redondeada, negro metalizada, decorada con lineas doradas y con el símbolo de Lucis y detrás, los 4 botones.
—Qué raro… ¿por qué la esconde aquí? —murmuró, mientras tomaba la llave.
Salió de la tienda y se dirigió hacia el Regalia, estacionado con el techo puesto y ventanas cerradas. Pulsó el botón de la llave:
BEEP.
Las luces parpadearon y el auto respondió con un clic suave.
El Moguri abrió la puerta del conductor, buscó la palanca y jaló la perilla del capó. Caminó hasta el frente del auto. Justo cuando estaba a punto de levantarlo, el Carbuncle emitió un sonido inquisitivo.