Fictober 2020 (drarry)

Plateado

Harry gruñó sintiendo que la paciencia se le iba del cuerpo. El codo de Draco se clavó en sus costillas con una fuerza poco correlativa a un accidente. La risita socarrona que soltó, no era más que una mera corroboración de esto. 

Juró internamente y se dijo que se debía apurar, debía terminar de limpiar aquel endemoniado, pequeño y aterrador lugar y huir de allí. Más allá de que el caprichoso ese estuviera dispuesto a hacerle aquel castigo más insoportable, no podía dejar de tener en mente que el armario de suministros del profesor Slughorn no era muy grande y que la falta de espacio y aire era un verdadero, verdadero problema para él y su paz mental. El espacio era tan pequeño que, de hecho, a duras penas entraban Malfoy y él. Su jodia mente perturbada definitivamente no tenía cabida allí.

Harry sintió tres veces como el trasero de ese engreído se restregaba contra el suyo, sintió otras dos la forma en la que sus muslos se pegaron a su cadera e incontables veces que el tibio aliento de ese egoista le golpeaba la nuca. 

Bien, no era tan fuerte, no era tan centrado o correcto y sí, obviamente, tampoco tenía toda esa cantidad de dignidad que juraba. Malfoy que se burló de él hasta que le cansó la lengua, desde que había finalizado la guerra —y para su tormento más que personal antes incluso tambien— le había empezado a agradar. 

Que le cayera bien era una molestía tremenda, pero que encima —como si ya no fuera un reves para su orgullo que le agradara— también le tenía que gustar. Que maldita, maldita mala suerte era esa. 

Entoces, como no podía ser de otra forma, cada que el rubio lo molestaba, Harry perdía absurdamente rápido la paciencia y los papeles. Recordaba con añoranza los momentos donde lo detestaba, donde le daba verdadero repus su jodio rostro. Oh, que grandiosas épocas. 

Ahora cada que lo veía cuando se peleaban Harry solo podía reparar en su cabello claro bailando sobre su rostro, en su boca y la forma en la que humedecía inconcientemente sus labios, en la forma en que sus ojos grises chispeaban cuando creía que lo tenía justo donde quería. 

Nada, en NADA, le ayudaba a él pensar en ese preciso momento que bien se vería enredado entre sus sábanas gimiendo por él. Y Harry sabía que esto era lo que quería, porque, Harry tuvo aquello que muchos llamaban “buena fortuna” y pescó al desgraciado ese manoseandose en las duchas junto al campo de Quidditch. Sí, maravilloso, simplemente maravilloso. Si algo le había faltado a él y a su nueva y adquirida obsesión era escuchar cómo es que gemía, cómo es que se quejaba cuando el placer empezaba a destrozarlo. 

¿Por qué Merlín, por qué, no era como todos y hacía aquello encerrado bajo las pesadas cortinas de su cama? Por la magia, es que Harry no podía creer. 

El codo volvió a clavarse en su espalda, su duro y respingón trasero se restregó groseramente contra el suyo y con la mente demasiado perdida en el maléfico recuerdo de su cabello húmedo pegado a su espalda, de su piel ligeramente sonrosada por el agua tan caliente y rodeado de vapor fue que no se fijó en lo que hacía, o al menos, midió el tono en el que le habló. 

—¡YA DEJAME EN PAZ MALFOY! —gritó fuera de sí, sintiendo como la excitación propia crecía en su interior y se reflejaba en la forma que su pantalón se ajustaba. 

Girando de golpe, tampoco miró el poco espacio que disponían y Draco terminó empujandose contra una de las estanterías para evitar caer el suelo derribado de un golpe de su hombro. 

El golpe seco que la espalda de Draco dio contra los estantes dejó el eco de muchos frascos golpeándose unos contra otros y mientras la mirada furiosa de Malfoy se alzaba y sobre sus cabezas, Harry arrepentido y ahogado por el poco aire que entre ellos corría, lo imitó. 

Tres frascos se balanceaban tanto que su estómago se contrajo y sin prestarle atención al rubio que se encogió esperando un inminente impacto, Harry se estiró sobre la punta de sus pies con el brazo extendido intentando frenar la caída. 

Draco aulló cuando lo pisó, Harry gimió cuando sintió que de los tres frascos solo dos pudo empujar con las yemas de sus dedos y ambos hicieron silencio cuando el impacto de uno de los frascos estrelló contra el cuello y hombro del rubio. 

Oh por Merlín, ¿cuánta mala suerte se pued-? Su nariz se arrugó al instante, un olor dulce, molestamente dulce los rodeo y por un segundo se sintió ligeramente mareado. Sorprendido, abrió los ojos y notó a Draco parado, quieto, tocando lentamente con la punta de sus dedos el líquido espeso, brillante y plateado que traía sobre la piel. 

La mirada gris se agudizó y Harry al principio no reconoció la sustancia, pero las manos de Draco se pusieron en apurada marcha, alzando abruptamente la vista. Su mirada se veía entre urgente e incrédula y por un segundo Harry creyó a que era porque lo tenía apretado contra los estantes con el ancho de su percho, pero el rubio volvió a prestarle atención a su mano y olió con cuidado los dedos manchados de plateado.

—Pásame un frasco Potter, ya mismo. —gruñó bajo y casi asustado.

Le tomó un segundo reaccionar y estirarse por uno de los tantos vacíos que por allí habían. El Slytherin no lo miraba, pero su ceño estaba fruncido y sus manos se desprendieron muy rápidamente de los botones de su camisa dejandole en claro que el tiempo de las bromas había pasado. 

El gesto adusto del rubio le dejaba en claro a Harry que lo que sea que se le había caído encima no era broma. Y francamente, Harry si sintió que le contagio la urgencia y los nervios, si lo hizo, pero Draco apoyó el frasco en su pecho donde las gotas pesadas y plateadas se escurren y… bueno, no pudo pensar más. 

Su mente hizo corto y no fue solo porque al fin se daba cuenta que era la primera vez que lo veía sin camisa y tenía el abdomen plano y ligeramente marcado en la parte superior, se quedó quieto viendolo, respirando con dificultad al notar cuan blanca y cremosa lucía su piel en contraste del profundo color plata brillante. 




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