Draco mira en medio de la oscuridad y siente como el viento frio se filtra por entre las ventanas del pequeño cuarto que comparte en la Mansión con sus padres. Las camas están pulcramente hechas, pero él prefiere recrearse en el alféizar.
La noche cayó hace poco y se puede oler la lluvia que viene en camino. Estudia las inmediaciones de su casa, ve las rejas a lo lejos pese a la fuerte neblina y el cielo los truenos braman y gimen haciéndolo saltar. Se siente solo, pero solo como nunca pensó podría sentirse. Muchas veces en Hogwarts cuando Cabe y Goyle decían alguna idiotez o babeaban sin entenderle se sentía así, pero si estaba dispuesto a soportar que le planten cara o no le den la razón sin más Pansy y Zabini estaban allí para él.
Ahora no había nadie para él. Su padre estaba demasiado asustado para estar incluso para él, su madre otro tanto y Snape ya no se molestaba en pasar por su cuarto a dejarle algo de comer o alguna pócima para que resista el frio sin abrigos o fuegos en la noche.
La marca en su brazo pica, hay una corriente generalizada entre los Mortífagos ahora que Voldemort está empezando a desesperarse. Potter sigue sin aparecer, sigue escondiéndose, lo persiguen, lo cazan y lo cercan, pero se les escapa. El hijo de su sucia madre siempre se escapa.
Draco siente que una sonrisa se extiende por sus labios. No tiene idea de cómo lo hace, siente algo de envidia y ya que nadie más que él merodea su mente, puede admitirlo: respeto. El huérfano ese le da jodido respeto.
La maldita capacidad para sacar ese trasero suyo de problemas era épica, era malditamente épica. ¿La salida de Gringotts? Más de uno en sus filas fue torturado al ser pescado susurrando con admiración la maldita proeza.
Draco con la vista fija en las amplias rejas que lo tenían cautivo sonrió con pesar. Era fastidiosamente valiente, seguro que era eso. Ese coraje que traían los leones. Porque él era inteligente y muy astuto, sumamente astuto. Así que eso no podía ser. Lo único que los diferenciaba era que Draco no era valiente, maldita sea la marca en su brazo era la prueba de ello. No era valiente ni nada que se le parezca.
Había sido imprudente, lo admitía; pero Potter no era él indicado para decirle a él que eso era una desventaja. No lo era. Ese bueno para nada era igual de imprudente que Draco, pero estaba seguro que Potter nunca hubiera tomado la marca, jamás se hubiera resignado a ser un ciervo. Sabía bien eso, le daba vergüenza admitirlo. Tampoco es que hubiera tenido muchas opciones o que de hecho aquello hubiera sido realmente una pregunta, Voldemort dio por sentado que Draco estaría dispuesto a ocupar en la mesa chica el lugar de su padre ahora que este estaba preso y no es que Draco no se hubiera sentido mínimamente honrado, pues igual así fuera un demente que le aterraba, seguía siendo un mago poderosísimo, pero, realmente, cuando lo pensó dos veces, su madre lo empujó al medio de la sala e inclinando la cabeza le dijo que: “Para ellos, como familia, sería un honor que le diera a Draco la oportunidad de ser parte del cambio”
Sinceramente quiso quejarse y decir que gracias pero no. Muchos años viendo al infeliz de Potter le enseñaron que vencerlo no era cosa de nada y después de lo que vio en el mundial de Quidditch, pese a hacer su correspondiente papel de reírse y burlarse, no le gustaba la idea de él hacer cosa semejante. Burlarse era fácil, algo natural, pero realmente alzar la varita y hacer mal…
Bueno, el tiempo la chica Bell y el que su padrino hubiera matado a Dumbledore eran pruebas de que Draco ni era valiente ni lo sería jamás. Jamás podría ser como Potter que le plantaba la cara a la mierda y seguía sin importar qué, Draco no era de los que escaparon de Gringotts montado en un Dragón. Draco era de los que vivían en cautiverio, colgado de una ventana en lo que la próxima pesadilla llegara.
Su mirada volvió a vagar por los terrenos delanteros de la Mansión, volvió a recordar con añoranza y melancolía los momentos de su vida donde perderse entre los laberintos de pastizales que había junto a las puertas era lo más parecido a una loca aventura que viviría o mucho mejor, cuando perderse entre ellos pensando en cómo no podía sacarse al cara rajada de la cabeza.
Una corriente de viento le golpea el rostro y Draco percibe algo que cambia cuando un trueno se abre paso por entre el cielo y un rayo cae no muy lejos. ¿Viene el agua? ¿El mal puede percibirse de esa forma? Por que todo su cuerpo repentinamente siente que algo muy malo se acerca.
En la distancia sus ojos distinguen un par de siluetas y las esperanzas de Draco se van al piso donde su abdomen yase. No puede ser, no quiere creerlo, ¿pero por qué más traerian a un maldito colorado a su casa? Draco se aleja de la ventana y cae sobre su trasero mirando en todas direcciones. Sabe que vendrá, volverá y acabará con Potter. Draco también sabe, que puede olvidarse de la maldita vida que tiene, tuvo o tendrá.
Intenta pensar en que hacer, pero no es que pueda hacer o llamar a alguien. Quizá a Severus, su madre y su tía murmuraban Bella no creía que su padrino no estuviera tomándose en serio el trabajo de capturar a Potter.
Draco gime y se aprieta el rostro. No está nada seguro de poder, si no está en lo correcto, Snape puede derrotarlo a él o su familia.
Antes de que consiga pensar en que hacer, su padre irrumpe en su habitación y sabe por su mirada enloquecida que sus peores pesadillas se confirman. Luce resplandeciente lo que solo empeora la visión, pues se nota cuan consumido y minusválido está. Sabe que está por pasar, lo sabe porque aún recuerda con malestar como el mismo proceso se repitió al traer al sangre sucia de Dean.
Draco no los quería ni les importaba, pero no podía ver a uno más de sus ex compañeros en los calabozos de la mansión. Lunántica Lovegood fue el puto límite con sus gracias y sus perdones, como si fuera que curarle el codo cuando la lastimaron al arrojarla valiera la pena un puñetero agradecimiento.