El vino se balancea dentro de la copa, se agita tanto que por un segundo Harry cree que se va a derramar y casi lo ve volcándose en el mantel blanco, pero Draco no lo permite. Obvio que no, Draco no es como él, que no tiene idea y en la misma prueba dejó que un par de gotas se salpicaran sobre su chaqueta y no más puede agradecer que sea de un azul profundo que evita que se note.
Draco frena el movimiento de su muñeca y se queda viendo fijamente como su vino se empieza a asentar. Harry intentó estudiar el suyo y ver si de verdad las pequeñas motas de uva se iban al fondo como les explicó el sommelier, pero no vio nada que no fuera el vino girando.
Una parte de él sabía que Draco estaba disfrutando y no de estar en una degustación, si no de saber que se desenvuelve mejor que él en ese mundo que se suponía era el suyo.
No le sorprendió tanto que lo hubiera elegido, para nada. Obvio que Harry intentó molestarlo ligeramente haciéndolo elegir un lugar para su cita que no fuera en el mundo mágico, y así le iba. Así le iba.
La vida castigándolo por decir mentiras. Draco el preguntó con una mueca de desagrado porqué en el mundo muggle si Harry sabía que a Draco no le agradaba mucho ir y que su restaurante favorito estaba en Francia. No lo quiso decir, porque se sentía ligeramente culpable a decir verdad.
Harry esperaba poder pasar un tiempo con él tranquilos, lejos de las personas que los conocían y los interrumpía, lejos de su casa donde sus cuatro hijos esperaban porque volvieran. No se sentía muy bien al decir en voz alta que solo quería huir de la vida que tenían, que le encantaba —desde ya— y que amaba —obviamente— pero que a decir verdad a veces lo cansaba un poco. Quería volver a esa época donde dejó pasar la oportunidad que tuvieron, dónde Harry decidió que mejor era un cobarde y no seguía ese impulso que lo volvía loco y lo hacía perseguir al rubio con la mirada todo el tiempo.
Le gustaba, muy de vez en cuando, fingir que eran solo ese par de chicos que una noche que Harry catalogó como de locura momentánea lo hicieron en los pasillos de la escuela.
Ahora, verdad que era dos malditos adultos y que Draco jamás dejaba de ser Draco, asi que porque iba él a hacer las cosas de otra forma. No era de extrañar que el desgraciado ese eligiera una actividad que Harry desconociera mucho más que cualquier costumbre mágica que alguna vez le hubieran mostrado.
Podría ser que quisiera golpearlo, podía ser, a veces si él quería revivir sus épocas del colegio, ¿pero era necesario aquello?. Merlín, tenían cuarenta años, ¿era mucho pedir un poco de madurez? En casa esa pandilla de adolescentes y preadolescentes les daban hermosos y agobiantes dolores diarios de cabeza. Harry solo había querido un poquito de intimidad y, ¿porque no? juguetear un poco, cambiar de ámbito y Draco se las ingenió para volverle en contra cada una de las palabras que usó para convencerlo de que el mundo muggle era un buen lugar.
Bueno, las ganas de golpearlo por su maldita jugarreta, si no se viera tan sensual. Dios, los año habían sido muy justos con Draco. Mucho. Seguía viéndose igual de bien que en la escuela y mejor. Una parte de él sabía que la vida no fue mala con él, pero su cabello no lucía así de sedoso, así de brillante. Su piel no estaba tan impoluta y suave. Draco era como el vino que degustaba, con el tiempo su sabor era mejor, más exquisito, más delicado y refinado. Pero también más robusto, más fuerte y con mayor sabor.
Harry se revuelve en su sitio y ve como Draco acerca el rostro a la boca ancha de su copa, inspira asiente como si el maldito entendiera exactamente como tiene que oler. Harry no puede retirar de él sus ojos, el viñedo es un lugar oscuro y hace suficiente calor en el ambiente como para que se le descontrolen los pensamientos.
Lo mira apretar brevemente sus párpados y ve como gime.Vuelve a sentir un arranque de querer golpearlo, pero no en el rostro, no en su cuerpo, solo en glorioso trasero.
Su maldito esposo separa los labios, acerca la copa y toma un trago corto. Moja imperceptiblemente su boca y aleja la copa. Harry lo mira más intensamente, el bastardo abre los ojos y lo mira fijo, hace que el vino baile en su boca, Harry puede ver como juega con él.
En una casa con cuatro niños el sexo es algo que escasea. Muchas probabilidades de traumas, constantes interrupciones y no es que Harry no esté feliz cada vez que vuelven o no los extrañe cuando los ve irse en el tren es que a veces un hombre quiere cosas de su esposo en medio de la noche que ni con la puerta trabada y un hechizo silenciador puede tener en paz.
El calor se arremolina en su abdomen pensando en su esposo en la cama seduciéndolo y le da un trago largo a su copa sin molestarse en olerlo, en saborearlo. Solo podía verlo, solo podía desearlo y no dejar de pensar cuánto faltaba para que aquello terminara y pudieran ir a la discreta cabaña que había alquilado con vistas a los viñedos.
Merlín sentía como el sudor y la necesidad le pegaban la camisa a la espalda y sus pies se apretaban contra el cuero de sus zapatos. Draco traía un pantalón entallado azul petróleo que solo resaltaba el largo de sus piernas y lo firme y duro que se seguía viendo su trasero.
Los ojos grises se vuelve a clavar en su boca, en sus ojos. Harry ve como Draco maliciosamente sonríe tragando el vino y no, no puede más. Deja bruscamente la copa y sujeta la mano su maldito esposo y lo arrastra lejos de allí escuchando como el sommelier y el que les acercó la bandeja de quesos y uvas se ríen.
No le interesa, todos allí sabían desde la tercer copa que Draco iba a hacer aquello de la forma más pornosa que se pudiera y las descaradas e insinuantes preguntas que le hacía al sommelier no hicieron sino énfasis en ese hecho. Harry fue un caballero ingles, ese que su habitualmente medido marido decidió no ser y se reía con paciencia de sus descarados coqueteos.