—Imagina te viera el mundo Mágico, Potter —se carcajeó una voz al otro extremo del gimnasio de Aurores y Harry apretó los ojo conteniendo una maldición
Eso es lo último que necesita, lo sabe y parte del enojo que crece en su interior se divide y va un fragmento para el maldito rubio a unos cuantos metros y otro para él, porque debió prever que quedarse hasta tarde en el lugar donde Draco paga condena como elfo domestico mal remunerado fue un error garrafal.
—Semejante mentira de mago resultaste si no puedes volverte un animago luego de un año entero en la academia—continuó, obviamente escarbando con cuánta maldad y sordidez pudiera en la herida que este hecho le causaba.
Porque nadie en la academia y ya puestos en el ministerio, le escapaba al hecho de que a Harry a punto estaban de darle el título de Auror saltándose algo tan vital como conseguir una transformación. Claro que por él se olvidaban de las reglas o de plano las reescriben, pero él se negó y juró que lo lograría antes de que el año finalizara.
Pero ya eran los primeros días de diciembre, el frio se filtraba por las paredes de piedra y aún así allí estaba él, sudado, muerto de calor y cansancio, luchando contra una transformación que no podía concretar.
—El pobretón, ya lo logró. —marcó con crueldad, como si tuviera que ser una deshonra para él que Ron pudiera superarlo.
Que no era, porque a diferencia de Draco y todo el puñetero mundo, Harry jamás subestimó a Ron y sus fuerzas. Que a Ron no le interesara, no quería decir que no pudiera hacerlo. Una vez que él decidía que sí lo intentaría y se olvidaba de las bromas y sus miedos, Ron era en verdad de temer. Ahora, que a menudo dejara el trabajo en manos de otro, no implicaba que Harry olvidara o no tuviera en cuenta estas virtudes.
Por eso Ron lo hizo antes que él, porque Ron se concentró, se esforzó y pese a que costó, al final se convirtió frente a sus ojos en un lindo y hermoso Terrier.
Si le dieron celos, pero no por ello se sentía menos o insuficiente. Harry ya no era ese niño que necesitaba ser el primero o el mejor, creyendo que así conseguiría destacar, en verdad Harry se sentía mal porque quería hacerlo, no por ir detrás de alguien.
—Me imagino que la sabelotodo hace un año lo consiguió… —continuó el malnacido, descruzando los brazos y caminando a su encuentro una vez que se resignó a que el destello rubio que distinguió en la distante penumbra no era un espejismo y que su malnacida voz no estaba en su mente— Y mírate, tú, el salvador, el mejor de tu generación —dijo con un tono falsamente fino y aniñado de un admirador embelesado—: un completo fracaso.
Harry aprieta los labios, intenta no pensar en el hecho de que tiene la frente empapa de sudor y que sus gafas están ligeramente empañadas. No, no quiere ni pensar en qué aspecto tiene y en cuan cierto es lo que dice ese maldito infeliz.
Y es que Harry ya había hecho todo lo que se suponía debía hacerse. Harry se pasó el mes entero con la hoja de mandrágora en la boca, había ido al claro abierto y en una noche electrificada el recitó el encantamiento apuntando a su corazón. Maldita sea si no fue una locura poder transformarse, sentir la adrenalina en su cuerpo la locura, le dolor la sensación tan inexplicable… pero no volvió a pasar. Jamás.
Todos lo dominaban ya, todos lo conseguían sin problemas. Harry los miraba y se despreciaba como no podía imaginarse pero es que él no podía. Sabía que estaba en él, pero no podía hacer nada para volver a producir el cambio. Intentó replicar las circunstancias, pero ni el claro en el que se transformó por primera y única vez pudo repetir la hazaña.
—Por qué no dejas de molestar y te vas a limpiar los pisos a otro lado, Malfoy.
—Que grosero Potter, en realidad, vine a ofrecerte mi ayuda.
Harry lo miró y sí, mentiría si dijera que no se quiso reír de él. Apretó los labios y contuvo la carcajada pues era ligeramente cruel de su parte hacer algo así, no quería ser un maldito egocéntrico pero es que… aceptar ayuda de Draco… Hacía rato a Harry no le daban una idea tan desopilante.
—Malfoy, a diferencia tuya, no tengo que limpiar letrinas para no ir a prisión, asi que imaginarás que yo si tengo asuntos de los que ocuparme. —dijo con maldad pues ese desgraciado lo tenía cansado con sus burlas y sus pullas.
No necesitaba aquello, no necesitaba eso del único ser en la tierra frente al cual no quería mostrar debilidad alguna.
—Mira Potter —gruñó el rubio exhibiéndole los dientes, claramente ofendido con sus palabras— Yo me iría con cuidado con lo que dices o de quien te burlas. Porque el que limpia letrinas, puede transformarse sin soltar esos ruidos de puerco que haces —sonrió con suficiencia.
Harry lo miró de arriba abajo y volvió a contenerse para no decir nada, pues la terrible idea de que verdaderamente hubiera una mínima posibilidad de que fuera cierto lo dejó sin réplicas adultas.
Quiso reírse, pero no era buena idea, quiso decirle que deje de decirle mentiras y vaya a conseguirse que hacer con su vida, pero Harry también sabía que subestimar a Draco daba dolores de cabeza. El rubio ya no era ese chiquillo idiota que soltaba cosas por esa boca suya sin pensar, que mentía para creerse mucho y que sin sus padres defendiendolo o pagando para acallar a los demás a su alrededor no era nadie. No, Draco había aprendido una que otra lección luego de la guerra.
Sí, una parte de él sentía algo parecido a la lástima, pues de verdad no lo odiaba, solo era un idiota que le caía muy mal y que ojala se fuera de su vista, pero no le deseaba la marca que cargaba en el brazo ni a ese idiota.
Ahora Draco era un tipo listo y Harry sabía que era una serpiente más que nunca. Era astuto y lo notó por sus propios medios cuando se libró de Azkaban solo por usar su labia. Logro completo, sería él el único Mortífago libre de la historia del mundo mágico y eso era un logro así Ron se sintiera tentado a decir que era mera suerte. No lo era, Harry intentó interceder por él, porque pese a todo Draco los ayudó en un momento de necesidad, pero fue innecesario al extremo, así que no pudo si no dudar.