Último parte de una pequeña historia que empezó dos capítulos antes:
Animago - Masaje.
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Oh jodida mierda, el animal era una delicia. Sus ojos eran profundamente verdes, tanto que perturbaban y Draco lo miró sin poder creer su hermosura. El color era tan puro que le recordaba al mismo de su pelaje como hurón y la idea le arrancó una pequeña sonrisa.
¿No se suponía que era un condenado alce, ciervo o venado que sabía él? ¿No se suponía que debía ser como su pomposo patronus?
Bueno, había leído que no era esto una necesaria regla, había los que no, los que podían tener uno diferente al otro. Él no sabía hacer un patronus, no tenía ningún recuerdo feliz del que aferrarse como para poder hacerlo.
El lobo se alzó sobre sus patas traseras y Draco atinó a volver a retroceder se le vino encima.
—Potter no seas asqueroso —se quejó frustrado con su asquerosa baba cuando le lamió el rostro.
Mirándolo bien, Draco notó la pequeña mancha gris que traía sobre el ojo y no pudo evitar acariciar su pelaje.
—Esta cosa de verdad que es una maldición ¿eh? —se rio— El único modo que tengo de no ver la mia es convirtiéndome —murmuró por lo bajo soltando un suspiro cansado— Por eso aprendí a hacerlo —sonrió con malicia— Para demostrarme a mí mismo que no importaba que hubieran hecho sobre mi piel, no era mi esencia. —dijo por lo bajo.
El lobo aulló un pequeño lamento triste y Draco carraspeó sintiéndose idiota por haber abierto la boca de más. Esa era mierda que no debía repetirle a nadie, a nadie más que a él mismo y a veces ni siquiera a él necesitaba decirle su propia mierda.
—Bien Potter, mañana voy a enviarte las malditas cartas y haz lo tuyo consiguiendo esa entrevista. —le dijo rápidamente, enderezandose para salir de allí, intentando sacarse al bichejo de encima— Vamos quita —gruñó queriendo empujarlo.
Peleó en vano un poco, porque el idiota o quería jugar o quería arrancarle una porción de carne, pero como fuerza, pese a que forcejeó, lo único que consiguió fue terminar tendido en el suelo con un lobo absurdamente grande y morrudo, con la patas en torno a él.
Sintiéndose bastante más intimidado de lo que le gustaría, Draco se quiso escurrir por entre estas y huir. Porque él sabía que las primeras transformaciones costaba un poco centrar la mente en quien eras y no en qué eras. No le cabía dudas de que ese idiota podría arrancarle un pedazo de hombro solo porque pensaba que era divertido.
Las transformaciones en animales tan salvajes solían dar problemas las primeras veces y Draco no tenía ganas de tener que andar limpiando su maldita y roja sangre de aquel piso. Un viaje a San Mugo era una pésima idea para un Mortífago bajo la mira. No había posibilidades de explicar que Potter en plena transformación lo atacó. No sin terminar en la maldita celda que su padre ocupó en Azkaban hasta que al fin murió.
—Potter, vamos, quita. Si tengo que hechizarte, lo haré así que vamos cucho, quita. —se quejó empujandolo, pero el maldito animalejo no se alejó y empezó a restregarle ese hocico suyo por el cuello y el mentón— Sí… sí. —dijo canturreando como su fuera un maldito animal de verdad— Muy bien, buen chico. Bájate, no soy la cena. Vamos que se de un lugar donde puedes atrapar algunas ratas si quieres jugar.
El lobo volvió a revolverse sobre él y Draco no pudo evitar reír cuando le apoyó esa pata que pesaba kilos en medio del pecho y meneó la cola.
—Eres el peor y menos terrorífico lobo de la vida, ¿sabes?
Otra lamida y esa vez Draco se dejó de pelear y solo se tendió más cómodamente en el piso, tolerando el peso del animal sobre él. Si no podías contra el enemigo, mejor unírtele y francamente aquello era más cálido y cómodo que estar limpiando los puñeteros baños o las malditas oficinas de esos buenos para nada que siempre ensuciaban como cerdos cuando a él le tocaba limpiar.
Hundió la mano en su pelaje y empezó a rascarle tras la oreja. Obviamente aquello tomaría un poco. Las primeras tres transformaciones no fueron precisamente un paseo. Le tomó un día entero poder volver a hacerse con el control de su cuerpo. No era tan fácil cuando no querías volver y el hecho de ser un depredador o una presa debía jugar una diferencia entre lo que hacías las primeras veces y lo que no. Draco la primera vez terminó escondido en un árbol, la segunda bajo su cama y recién a la tercera pudo caminar por la casa y recorrerla. La mansión era grande, pero a Draco le tomó toda la noche entre sustos y disgustos.
El lobo dejó caer la cabezota en su pecho y Draco alzó ligeramente el rostro para verlo a los ojos. Parecía en paz, como si lograr aquello hubiera sido todo cuanto necesitaba y por un maldito y débil instante se sintió bien por él.
Estiró la mano por su cabezota y volvió a juguetear con sus orejas, arrancándole un par de gruñidos molestos cuando le jalaba de ellas.
El asunto era: Le gusta el maldito idiota. En verdad lo hacía, desde que eran niños, desde hace tanto que ya no recordaba cuándo, pues la mitad se la pasó negándolo. Pero Draco no era idiota. No era ni optimista y aprendió completamente cual era su lugar en la cadena alimenticia. Nunca tendría nada con Potter y bendito sea Salazar, eso estaba bien.
A veces cuando sus pequeñas y morbosas fantasías lo asaltaban en la noche, en la mañana se preguntaba cómo sería, que se sentiría. Cuando era poco más que un adolescente cachondo lo había soñado, soñaba con doblegarlo y enamorarlo y hacerlo arrastrarse por él, Draco imaginó tantas veces con que un día el idiota se levantaría y estaría rendido a sus pies.
Luego Lucius terminó en Azkaban y las ilusiones adolescentes de Draco se fueron por el desagüe. Draco se volvió un adulto y perdió completamente los sueños estúpidos.