Fiesta para brujas

Episodio 1

Acababa de terminar de maquillarme cuando sonó mi teléfono, que estaba sobre la mesita de al lado. Suspiré y contesté.

— ¿Orysia, ya estás lista? —preguntó mi amiga con emoción.

— Casi —respondí sin mucho entusiasmo.

— Venga, apúrate —me apremió Polina—. En la calle ya casi oscurece, la noche de Halloween está a punto de empezar. En una hora comienza la fiesta y te necesito aquí.

Mi amiga estaba eufórica. A pesar de vivir en pleno siglo XXI, ella es una bruja hereditaria de décima generación. Quizá sepa de estas cosas, pero yo no creo en nada de esa mística. Aunque, he de admitir, algo de fuerzas sobrenaturales debe de haber.

— Polina, no te pongas nerviosa. Salgo en unos minutos.

— ¡Date prisa! —casi canturreó mi amiga antes de colgar.

Me miré en el espejo y sonreí apenas.

Bueno… vaya bruja tan guapa —pensé—. Si tuviera el pelo negro como el azabache, sí que parecería una auténtica bruja. Pero soy rubia natural.

Parpadeé con cansancio. En realidad, no tenía ganas de ir a ninguna parte. Aunque ya es el séptimo año consecutivo que, el 31 de octubre, celebramos, como dice Polina, nuestra “fiesta de Halloween”.

Me levanté del taburete, consolándome con la idea de que al menos mañana es sábado y podré dormir hasta tarde. No como otros años, cuando con el maquillaje corrido iba directa al trabajo, pareciendo un zombi todo el día y quedándome dormida sobre la marcha.

Reuní todo lo necesario: un pañuelo negro, una máscara negra con brillantina, un sombrero de pico con tul negro. Me miré de nuevo en el espejo y esta vez sí sonreí. Llevaba un jersey negro de cuello alto, pantalones negros ajustados y, encima, una especie de falda negra especial atada a la cintura.

¡Quedaba genial! Solo me faltaba una escoba de mango largo y un caldero y ya estaría lista: una bruja de verdad. Aunque Polina siempre dice que su abuela Serafina, en vida, repetía que dentro de mí duerme un don sobrenatural y que, si quisiera, podría usarlo al máximo: maldecir, predecir el futuro, hechizar e incluso sanar a la gente.

Yo tomo esas palabras como un farol de la difunta Serafina, porque la verdad es que hasta pensar en semejante don me da escalofríos. No quiero nada de eso; ya tengo bastante con los problemas de mi vida real.

Tengo que darme prisa: si mi padre me ve así, me tocará escuchar una de sus lecciones de moral.




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