¿Y si les ofreciera un soborno?
Pero... ¿cómo?
Pienso con tensión mientras salgo del coche. Llamo nerviosa a los agentes que ya caminan hacia el vehículo policial, estacionado en el arcén con las luces parpadeando.
— ¡Chicos, esperen un momento!
Se detienen, y yo me acerco despacio, con pasos vacilantes. Tiemblo entera. Me muero de miedo.
¿Y si encima me acusan de intento de soborno?
— Mejor… los invito a cenar —digo al fin, lanzándome al riesgo.
— Pero… ¿no tenía prisa? —pregunta el primero, arqueando una ceja.
— Bueno, sí —bajo la mirada, buscando las palabras adecuadas—. Les encargo la cena, y ustedes deciden si comen solos o con sus esposas…
Los agentes ni siquiera alcanzan a responder cuando, junto a nosotros, se detiene un enorme todoterreno negro. La ventanilla baja, se enciende la luz del techo, y desde dentro nos observa un hombre atractivo, vestido con un elegante traje oscuro.
— Buenas noches, caballeros —saluda con una voz grave y profunda—. ¿Por qué detienen a una chica tan hermosa? ¿No temen despertarse mañana convertidos en burros? —añade con una sonrisa encantadora—. La señorita va de camino a una fiesta...
Bajo la mirada y recién entonces caigo en cuenta de que todavía llevo puesto el sombrero de bruja. Siento cómo me arden las mejillas.
— Señor Serguéi Oleksándrovich, ¿qué hacemos con ella si ha cometido una infracción? —protesta el primer agente.
— ¡Iba con prisa! —me defiendo de inmediato.
El hombre del todoterreno abre la puerta y se acerca a nosotros. Se detiene a un paso y pregunta con calma:
— ¿La falta es tan grave?
Mientras los agentes le explican mi “pecado vial”, yo no puedo dejar de mirarlo. Lo reconozco al instante. Lo había visto el año pasado, en Halloween, cuando Polina miró en su copa oscura.
Sí, era él.
Todavía recuerdo las palabras de mi amiga:
“Observa bien, Orysia. Esta noche verás a tu destino. Mis espíritus nunca se equivocan.”
Trago saliva, sintiendo cómo su mirada directa me atraviesa.
— ¿Cómo te llamas? —pregunta con voz segura.
— Orysia —respondo, avergonzada, sintiéndome terriblemente incómoda.
El atractivo desconocido me tiende la mano y se presenta con una sonrisa apenas perceptible:
— Serguéi.
Coloco tímidamente mi mano en la suya. Su palma es grande y cálida, la aprieta con suavidad mientras me mira a los ojos y dice con firmeza:
— Orysia, los chicos te dejarán ir… si me llevas contigo a la fiesta de Halloween.
Parpadeo, confundida, mirando alternativamente a los policías y a él.
No sé qué hacer, ni qué decir.
Pero no tengo salida.
Será mejor aceptar que negarme.
Después de todo, podría ser… que los espíritus de Polina no se hubieran equivocado.