Al abrir los ojos, no sabía qué estaba haciendo en ese lugar. Las demás me saludaron, y eso fue todo. Recibí mi función con lujo de detalles desde mi interior. Llámenlo instinto, no había una guía de cómo trabajar aquí en ningún sitio. Si me preguntan por el entorno, el ambiente era tranquilo, todas se comunicaban mucho entre sí, reían, hacían bromas. Aunque, no me sentía cómoda del todo.
Había un dato específico que me aterraba, y era el proceso de creación, cosa que por más que la mirase de todos los ángulos posibles, no dejaba de parecerme asquerosa y horrible. Y sí, adivinaron, nunca la he hecho.
—Sigo sin entender tu abstinencia, ¿no te agrada la idea de que seamos más? El trabajo sería más calmado.
—Sabes la respuesta.
—Eres amargada.
Evitaba mirar al resto cuando me hablaban, y esa vez no fue la excepción. Me limitaba a mi trabajo y nada más. Tener la cabeza frente al ordenador era lo mejor. Ocultaba la realidad que vivía ahí. No me sentía parte de ese equipo, ni menos de la empresa. Todos parecían conformes con su existencia, e incluso, con el final de esta.
Dejé de escribir aterrada, era el megáfono.
No, otra vez— Pensé con horror.
—Tri324, inicié proceso de eutanasia.
Miré la masa. Todas estaban rodeándole.
—Si ya no puedes hacer las cosas bien no puedes estar aquí. Ten, está cargada.
— ¿Si me darás tu chaqueta?
Me puse de pie. Alcancé a ver cómo ella les asentía a todas, y solo...disparó. Casi al instante se abalanzaron sobre su cuerpo robándole sus accesorios, ropa, y hasta su alma. Nada quedó de ella. Cuando comenzaron a volver a sus puestos me giré. Comencé a escribir más rápido.
No, no podía pasar todos los días.
— ¿No crees que me queda bien?
Me congelé unos segundos antes de solo girar la cabeza leve. Miraba a todas de los hombros hacia abajo.
— ¿Por qué querrías dos chaquetas?
—Pues para el frío. ¿A qué me queda bien? ¡Tenía mi talla!
—Todas tenemos la misma.
— ¡Aguafiestas!
Otra alarma casi me deja sin corazón. Era la del almuerzo. Sentía los pasos constantes de todas moviéndose en dirección a la puerta. Cuando ya no sentí sonido alguno me puse de pie, y antes de salir, miré por última vez donde antes estuvo la chica.
Mi camino hasta el comedor fue lento y silencioso. Disfrutaba la paz que la nada me entregaba. No había muerte, ni tecleos desesperados, ni risas, ni alarmas. Sonreí sin poder evitarlo, amaba ese pasillo largo y asfixiante. Comencé a correr antes de darme cuenta de la alegría, pero frené en seco cuando una olla casi me cae encima al abrir la puerta.
— ¡Bájate de ahí en este instante!
Todas estaban serias mientras miraban a una que estaba de pie sobre la mesa principal. Me moví rápido hasta el asiento libre más cercano.
— ¡Vamos! ¿No están hartas de esta mierda?
—Nuestra existencia es armoniosa y estructurada. Solo tú crees en la revolución.
— ¡Já, como si me creyera esa mierda!
— ¡Déjate de tus insolencias, y siéntate!
Su cara reflejaba odio puro, no fue hasta que nuestros ojos se encontraron que noté mi error. ¡Había mirado a todas a la cara de la impresión! Ella me sonrió mientras me miraba de una manera extraña, parecía que con la vista medía hasta lo más profundo de mis poros. Mi cara quemó casi en el acto, y no pude seguir viéndola más. De los nervios había recogido los dedos de los pies, lo suficiente como para que se notase ese bulto en mis zapatos.
¿Qué había sido eso?
El sonar de los cubiertos y la plática no tardó en volver. De a poco la tensión dejó de sentirse, y como si nada hubiese pasado, continuaron con esa actitud plana que siempre tienen. Miré mi plato todo el resto de la hora, ¿comer? ¡Si claro! Tenía un nudo en el estómago, y casi sentía unos ojos siguiéndome a distancia.
***
Teclas, risas, el tic tac del reloj. Otra vez estaba en mi puesto escribiendo, mandando correos a las demás secciones. El constante ajetreo era tal en mi existencia, que hasta pasaba por nulo muchas veces.
¿Cuál era la palabra?
Me detuve en plena conferencia con la sección central. Ellas sabían que no me gustaban las video conferencias, y lo aceptaban, pero detenerte en pleno informe, no es bueno, y más cuando es a tiempo real y por audio.
— ¡ESTO TIENE QUE CAMBIAR!
Grité como nunca en mi vida por el susto. Algo se había caído con violencia, y las voces de los demás eran susurros, de esos que te dicen que algo no va bien. Me giré, era la de antes. Estaba sobre una de las impresoras, furiosa ante la mirada de las demás.
— ¡No tenemos porque seguir así! ¡Solo mírense, no tienen voz ni voto!
—Tri895, inicie proceso de eutanasia.
La alarma comenzó a sonar. La aludida miró al techo levantando sus manos a todas en una mueca obscena. Ahí sentí que la mecha se encendió. Me escondí bajo mi escritorio aterrada. Las demás se le acercaban.
No de nuevo.
— ¡MÁMENSE!
—Tri895, inicie proceso de eutanasia.
— ¡Déjenme liberarlas de esto! ¿Qué acaso no ven lo que pasa?
—Eutanasia, eutanasia, no deberías estar aquí.
—Estás defectuosa.
Oí como las armas que todas poseían comenzaban a sonar a carga lista. Miles de manos le acercaban el plomo a la chica.
— ¡SON PENOSAS, VIVEN EN UNA MIERDA! ¿QUIEREN SEGUIR AQUÍ? ¿ES LO QUE QUIEREN?
—Tri895, inicie proceso de eutanasia.
— ¡NO PUEDEN OBLIGARME MALDITAS!
— ¡Llamaremos a N.K!
No pude soportarlo más. Salí de mi escondite. Quería gritarles, que dejaran de ser así. Seres sin corazón, fríos, y aterradores. Los ojos de la chica se encontraron con los míos una vez más helándome hasta los huesos.