Filia 7

CAPÍTULO 2 - LA EXPULSIÓN

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La expulsión

La zorra hacía acto de presencia una vez al mes. Mis súplicas llorosas no lograban convencerla de que me llevara con ella. La madrina le entregaba de manera puntual el sobre que tomaba con avidez.

—Solveigh ha mejorado, ¿se nota verdad? —La madrina parecía estar convenciendo a un cliente de que comprara su valiosa mercancía—. El dentista ya arregló sus dientes. Logramos erradicar los piojos. Ahora tiene buenos modales, dejó de hacer sonidos al sorber los caldos, también de masticar con la boca abierta. Sabe poner la mesa y colocar los cubiertos adecuados. Da los buenos días y saluda a las personas. Lo principal es que ha conocido a Dios. Asiste durante la misa, participa en las lecturas, es parte del grupo de oración y los niños del catecismo la consideran su maestra. En unos días el padre la bautizará y hará su primera comunión. Ya la inscribí en una exclusiva escuela de monjas. El padre le indicó que viera videos de la biblia en inglés y les entiende perfectamente. Estamos complacidos con sus avances. Además, en verano la llevaremos a conocer varios estados del centro del país. Los sábados la llevo al cine a ver películas y a subirse en los juegos mecánicos; hace poco acompañamos al padre a bendecir una granja de conejos, realmente nos hemos divertido.

—Me alegro que todo sea felicidad —respondió la zorra.

—Quiero irme de aquí —me atreví a decir.

— ¿Por qué sigues con eso, Solveigh? ¿Acaso te he tratado mal? —los ojos de la madrina se humedecieron—. Cuando llegaste no tenías siquiera una prenda de ropa y mira como vistes ahora. Comes de lo mejor. Lo tienes todo.

—Le tengo miedo a tu hermano —repliqué.

—El padre ha sido bondadoso contigo, te considera su sobrina —argumentó.

—Qué son esas palabras, mal agradecida —el sacerdote apareció de la nada—. Adela, te dije que no era buena idea tener a una niña en contra de su voluntad. Estás llevando lejos tu deseo de ser madre, ¿acaso no aprendiste de lo que ocurrió anteriormente?

—Padre, estoy encariñada con la niña, por favor, apóyeme esta vez —replicó la susodicha—. Usted sabe que he sacrificado todo por servirlo. Cuando tuve novio usted lo ahuyentó, no me permitió formar mi familia.

—El sacrificio es para Dios, no para mí. ¿Acaso estás renegando? Ese hombre era un vividor, te salvé de la desgracia. Si en el plazo de un mes esta niña no deja de llorar se va —el sacerdote salió, furioso.

—La llevaré a dar un paseo —dijo la zorra ignorado las lágrimas de la madrina.

Me tomó de la mano y nos dirigimos al parque de siempre.

— ¿Cuándo me llevarás de regreso? —pregunté con lágrimas en los ojos.

—Hay niña ya aburres, disfruta lo que te están dando, ganaste la lotería.

— ¿Quién es mi papá? —pregunté por primera vez.

—Jajajajajajaja, ojalá lo supiera —respondió burlona. Fue mucho después que entendí a qué se refería.

 

—El Cuerpo de Cristo —dijo el sacerdote.

—Amén— respondí y recibí en mi lengua la hostia consagrada.

Días antes me había bautizado en una ceremonia rápida en la que solo estuvimos la madrina, él y yo. Hice la primera comunión con un grupo de niños que se prepararon durante dos años.

—Confiesa tus pecados hija mía —me indicó al otro lado de la rejilla veinticuatro horas atrás.

La madrina me había explicado lo que era una confesión. Por más que traté de encontrar cuáles eran mis pecados no tuve éxito así que decidí inventarme algunos.

—He sacado la lengua a las niñas del catecismo y no puse en la canasta una moneda que encontré mientras barría la iglesia.

—Arrepiéntete para que Dios te perdone. Reza diez Padre Nuestro y diez Ave María —la ventana se cerró y fui a cumplir mi penitencia.

 

Días después, unos gritos nos despertaron al amanecer.

— ¡Adela, ven inmediatamente y trae a esa niña!

La madrina y yo entramos presurosas al estudio del sacerdote, quien tenía la cara roja de furia.

—Anoche, una fiel devota me entregó esto —gruñó moviendo mi libreta en el aire—. Por supuesto es tuya, ¿verdad? —asentí temerosa—. Adela, has metido al demonio entre nosotros. Ella no es una niña inocente —me apuntó con el dedo índice—. Quiero que veas las indecencias que escribe y dibuja. Hace alusión a sexo explícito entre nuestro señor Jesucristo, María Santísima y los santos benditos; se atreve a asegurar que tienen bebés y les pone apodos insultantes. ¿En dónde aprendiste esto escuincla malvada? Con seguridad haces esas cosas con los hombres que tu madre mete a la casa.

La madrina hojeó la libreta, nerviosa.

—Padre, aquí no hay nada de eso, son dibujos de bodas... y bebés. Solveigh es fantasiosa pero inocente, meto las manos al fuego por ella.

— ¿Y qué hacen quienes se casan para tener bebés? Está más que claro, solo que no quieres verlo. ¡Ella debe irse!




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